Mira si será bueno el trabajo que te pagan por hacerlo.
En esta serie, amables lectores, hemos desmenuzado el mito de que el tener un empleo es la vía para superar la pobreza en México. En esta entrega, concluimos la reflexión con una propuesta de análisis de las dos últimas características del trabajo digno: la igualdad y las condiciones de trabajo seguras.
La igualdad de oportunidades y de trato a los trabajadores debería ser el centro del empleo digno. El mayor reconocimiento a la dignidad humana es la ausencia de discriminación. Esto supone la apreciación de los individuos en su calidad de persona, sin hacer distinciones en la toma de decisiones laborales en razón de género, raza, edad, situación socioeconómica, creencias religiosas, políticas o sociales o condiciones de salud o discapacidad.
La pretensión de igualdad en el trabajo se ve obstruida por tres situaciones. La primera, que los procesos de reclutamiento y selección son discriminatorios por definición, pues buscan distinguir entre los candidatos disponibles, aquéllos que tienen un perfil más adecuado al puesto de trabajo. Cuando en una empresa no se ha hecho el trabajo de definir primeramente el puesto y después el perfil adecuado, la empresa realiza la búsqueda de personal sin una guía clara, dejándose llevar entonces por percepciones y corazonadas sobre las personas.
Aquí entra de manera muy fuerte la segunda situación que interfiere con la igualdad: los sesgos conscientes e inconscientes de percepción entre los involucrados, no solo en los procesos mencionados de selección, sino en general todo lo relacionado a gestión de las personas (desarrollo, capacitación, promociones, remuneraciones y compensaciones, clima organizacional, entre otros).
En las limitaciones humanas, tendemos a preferir a los candidatos con quienes sentimos cierta afinidad, pues nos validan a nosotros mismos. Así, somos proclives a aprobar con mayor facilidad a aquellos con quienes compartimos algunas características, como formación profesional, grupos de referencia social y económica y creencias. Dentro de estos sesgos, y de manera igualmente humana pero que no por ello deja de ser lamentable, aparecen los prejuicios que se tienen sobre las personas por su condición de indígenas, vivir con una discapacidad, por género y por edad. Las creencias descalificatorias por estas razones laceran su desarrollo social y económico y los condenan a la vulnerabilidad que está aparejada a la pobreza. Paradójicamente, también sentencian a la empresa a una ceguera que amaga la competitividad, pues uno de los factores que impulsan la creatividad, el compromiso y la innovación en la empresa, es el aprovechamiento de la diversidad.
El tercer gran obstáculo para la igualdad en el trabajo, es la prerrogativa del empresario de tomar las decisiones que mejor le convengan para el logro de sus objetivos de negocio. Ejercer este derecho no escrito es válido y positivo siempre y cuando la empresa goce de una estructura profesional derivada de una estrategia clara de negocios, donde los puestos y resultados esperados de cada colaborador hayan sido definidos con precisión. De esta forma, la toma de decisiones se basará en los talentos demostrados por cada miembro de la organización y avalados por su desempeño dentro y fuera de la empresa. Por el contrario, la ausencia de estructura, conduce a una visión intuitiva que nuevamente da pie a preferencias y abre la puerta a los prejuicios, derivando en una percepción de injusticia y desigualdad en la plantilla de colaboradores.
Las condiciones de trabajo son el cuarto factor que precariza el trabajo en México. La evasión de obligaciones laborales como el otorgamiento de prestaciones de seguridad social o el pago de las mismas con base a sueldos inferiores a los reales lastiman no sólo la economía de los trabajadores, sino también su salud y calidad de vida.
Existen empresas que consideran que otorgar el seguro social es un premio a los méritos del trabajador, no un derecho del mismo y menos aún, una obligación patronal. También es una práctica extendida pagarlo con una base inferior al sueldo real, y lo peor, diciéndole al trabajador que lo hace así para mejor pagarle en efectivo la diferencia y con ello hacerle creer que su salario no es tan bajo como realmente lo es. Por el contrario, esto perjudica gravemente prestaciones contingentes y de largo plazo, como el pago de incapacidades, pensiones y acceso a vivienda.
En la lista de condiciones de trabajo indignas, aparecen también jornadas laborales que superan las 48 horas de trabajo semanales que marca la ley, el sustituir el pago de horas extras con ofrecer una torta al empleado pues se le negó el uso su tiempo personal para que continuara trabajando, lugares de trabajo sucios, con poca ventilación e iluminación, falta de equipo de protección personal, mobiliario y equipo deficiente y de riesgo, ambientes laborales de acoso y hostigamiento y especialmente, liderazgos empobrecidos en habilidades de gestión de personas.
Cuando a un empleado se le somete a condiciones de trabajo inseguras o de mala calidad se le degrada como persona, se le expone a riesgos, se limitan sus oportunidades, y por supuesto, se mata cualquier iniciativa o compromiso con la organización.
El trabajo precario en México destina a la población a la pobreza. Así, mientras tenemos tasas de desempleo casi aceptables, el número de personas viviendo en carencia sigue creciendo vergonzosamente. Repensar el trabajo tanto en lo privado como en la política pública es una demanda social legítima. Primero, para que todos los mexicanos alcancemos una vida digna y próspera, lo cual es tanto una responsabilidad común como una vía poderosa de mejora del entorno social. Segundo, para romper el ciclo sin fin de la pobreza y entrar en un círculo virtuoso donde las personas tienen la oportunidad de crecer y desarrollar sus capacidades y talentos, con los cuales las empresas prosperan a su vez, se vuelven más competitivas y productivas y generan más valor para sí mismas, para sus clientes y para las comunidades en las cuales se anidan.
No hay espacio para el trabajo precario ni en la moral ni en la economía. Es imperativo restaurar el carácter digno y dignificante del trabajo para salir de la espiral de la pobreza laboral. Lo ideal, sería la generación de políticas públicas que promuevan el empleo de calidad y no solo en cantidad. Sin embargo, en lo real, esta posibilidad se ve lejana ante la visión peyorativa sobre la empresa que se sigue amasando desde el gobierno federal. A más polarización, menos colaboración. La esperanza, es una o un empresario consciente a la vez. Uno que se arriesgue a erradicar la pobreza laboral en su empresa, le de un significado superior a su negocio y demuestre que el ciclo se puede romper. Uno a la vez.