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Nudos de la vida común. El año de las pérdidas y las ganancias.

Primera parte

A toda acción corresponde una reacción de la misma magnitud pero en sentido contrario

-Tercera Ley de Newton

La pérdida es uno de los nudos más confrontantes que la vida nos presenta. Y en este año de pandemia, ha sido el color que ha teñido nuestra vida común.

En mis clases de contabilidad,  mis profesores batallaron mucho en que comprendiéramos que toda actividad de la empresa tiene un origen y una consecuencia, y al registro de ambas se le llama partida doble.  El propósito de expresar los asientos contables de esta forma, es generar un estado de pérdidas y ganancias. Así es como conocemos cuál es el resultado de la operación de la empresa.

Próximos al cierre de este año, quiero invitarles, apreciados lectores, a hacer una analogía de este concepto con la vida misma,  para valorar nuestros resultados y con ello, encontrar las ganancias de nuestras pérdidas. A fin de cuentas, toda pérdida requiere de un proceso de adaptación emocional, llamado duelo, que pasa por diferentes etapas: negación, enfado o indiferencia, negociación, dolor, aceptación y aprendizaje. En esta última, están las ganancias.

Pero para encontrar esas ganancias, hay que descifrar qué es lo que realmente perdimos.

Por ejemplo, toda la humanidad tenemos en común que perdimos un amplio rango de actividades que conformaban nuestro estilo de vida. Quedarse en casa significó cambiar nuestras relaciones cotidianas, a veces cercanas, a veces superfluas, por reencontrarnos con nuestros prójimos más próximos (perdón por la redundancia).

En muchos casos, esto fue descubrir cómo nuestra pareja, nuestros hijos o nuestros hermanos se conducen en situaciones que normalmente pasaban desapercibidas, lo cual se convirtió en una montaña rusa de sorpresas y desilusiones. En otros casos, esta convivencia cercana con el núcleo familiar nos llevó a un callejón donde nos quedamos sin excusas para encarar realidades que solíamos evadir por ser incómodas.

Los tiempos de transportación al trabajo, a la escuela o las salidas por esparcimiento se convirtieron en horas con uno mismo, en diálogos internos que cuestionaron nuestras decisiones de vida, nuestros resultados y que pusieron nuestras sombras internas contra la pared.

He escuchado a varios jóvenes decir que su vida está en pausa. ¿Qué les hemos enseñado? ¿Que la vida está en el exterior? Esta pandemia nos ha gritado a la cara que en este momento estamos vivos, y que la vida está sucediendo y que se encuentra en nuestro interior.

Otra pérdida muy compleja de manejar para millones de personas en este año, ha sido el trabajo.  La privación de una fuente de ingresos cala profundamente en la persona pues despierta estados emocionales desfavorables: incertidumbre, miedo, resentimiento, desconfianza en uno mismo, desmotivación ante la vida, renuncia a anhelos y genera estrés exacerbado.

Esto crea capas muy densas que hacen difícil encontrar las ganancias en un evento tan devastador.  Probablemente, lo perdido es la seguridad del día siguiente, apostada en lo que otro me ofrece. O si quizás lo perdido es el respaldo de un patrón. El temor es vernos  abandonados a nuestra suerte y carecer de apoyo. Si este es el caso, hay que estar atentos a los pequeños actos de bondad, generosidad y solidaridad que suceden todos los días a nuestro alrededor.  La ganancia viene en forma de apreciación de lo que siempre hemos tenido, pero que habíamos dejado de ver.

Una pérdida más que ha sido compartida por gran parte de la población es la salud. Lo de menos es sentirse afortunados de vencer el virus. Lo perdido es la falsa creencia de ser inmunes, de que “esto a mí no me va a pasar”. Y esta pérdida en sí misma, es una ganancia. Vernos vulnerables ha sido la clave de conectar con el otro que también padece y sufre, y es la madre de la empatía. Saber que a mí también me puede pasar, borra los juicios y permite tender la mano con autenticidad y no como amuleto para que a mí no me suceda. Esta vulnerabilidad nos regresa mucho de nuestra humanidad.

No se trata de hacer un discurso motivador de que la pandemia acabará y vendrán tiempos mejores. Se trata de enfrentar la pérdida real para solucionarla y no solo de encontrar un empleo que haga a la persona tan desgraciada como lo hacía el trabajo anterior.   Es una invitación a poner la seguridad en su lugar: en uno mismo, en los talentos propios, en retomar las riendas de nuestro destino y no empeñarlas en la voluntad, capacidad o suerte de otro que nos generaba el empleo, nos daba cariño o nos protegía de alguna manera.

La ganancia potencial es recobrar la autonomía y revalorar nuestras capacidades. Enfrentarnos al vacío y descubrirnos resolviendo nuestras propias vidas poniendo cara al miedo, destrozando los augurios de un futuro desolador y mostrando que los mejores pronósticos se diluyen ante la tenacidad y confianza en uno mismo.

Salir de ese trabajo en que conocíamos la fórmula de sobrevivir, nos puso en la frente la alternativa de explorar nuevos talentos, quizás dormidos, quizás por adquirir.

Con la pandemia ganamos el descubrimiento de quiénes somos. Tuvimos una cita con nuestra fragilidad y nuestras heridas y la oportunidad de aceptarlas y transformarnos. Obtuvimos la ganancia de volver a vernos en los ojos de los miembros de nuestro hogar. De respirar los mismos miedos y exhalar esperanzas y comprender que la fuerza viene de la suma de nuestras debilidades.

Durante este confinamiento, perdimos libertad, costumbres, rutinas, planes y sueños. Ganamos la invitación a encontrar el sentido de nuestras vidas. ¿Vale la pena seguir viviendo aún sin eso que hemos perdido? ¿Hay algo que da significado a nuestras vidas a pesar de lo perdido? Deseo de todo corazón, queridos lectores, que su conclusión sea que sí y que en esta respuesta, encontremos un propósito de vida.

Y por supuesto, hemos perdido las fiestas decembrinas, llenas de reuniones con amigos y familias, inundadas de buenos deseos, bañadas de algarabía y hasta excesos. Pero estamos ganando la oportunidad de descubrir la belleza de lo sencillo y que nuestros seres amados son suficientes para llenar nuestras vidas.

Los espero la próxima semana con las pérdidas más sensibles, las de nuestros seres queridos. Mientras tanto, les deseo una navidad llena de paz y en profundo contacto consigo mismos y con aquéllos a quienes ustedes aman.

 

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