Segunda parte
Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: “Cierren los ojos y recen”. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra
y nosotros teníamos la Biblia.
- Eduardo Galeno
Continuando con la relevancia de las aportaciones de los ganadores del Premio Nobel de Economía 2024, Acemoglu, Johnson y Robinson, sobre cómo la construcción de instituciones sólidas y el estado de derecho a partir de los procesos colonizadores definen la prosperidad de las naciones en el presente, les invito, amables lectores y lectoras, a analizar algunas implicaciones para nuestra generación y las que nos siguen.
Los laureados con el Nobel concluyeron que las instituciones que se crean para beneficiar a una élite y explotar a las masas perjudican el crecimiento económico de largo plazo, mientras que las instituciones que por el contrario, buscan beneficiar a las masas, logran este cometido. La pregunta que se hacen estos investigadores es que si así funciona el crecimiento económico, por qué estas élites no buscan un cambio. Al final del día, detener el desarrollo económico equivale a matar a la gallina de los huevos de oro. Su respuesta es contundente: la razón de su resistencia es la falta de confianza entre la población y quienes poseen el poder. La falta de credibilidad entre ambas partes hace que las sociedades se estanquen en un patrón de instituciones que explotan a la población, empobreciéndola mientras que la élite en el poder se enriquece. El grupo en el poder no lo va a soltar de manera voluntaria, pues teme que en el cambio, pueda perder sus privilegios, así que va a tender a clausurar la participación democrática a través de las propias leyes e instituciones. ¿Le suena, estimado lector, a las actuales reformas legislativas?
Para encontrar una respuesta a un cambio estructural en pro del bienestar de la población, los Nobeles de Economía sugieren regresar a la raíz: la introducción de instituciones que extrajeron la riqueza de las civilizaciones precolombinas se dió en aquéllas en que la población era numéricamente extensa y organizada, pues era el motivo de su prosperidad, misma fue arrebatada a través de la introducción de instituciones favorecedoras de la élite colonialista. En México continuamos con la apuesta hacia las grandes ciudades, las cuales extraen riqueza de las pequeñas comunidades, y al no lograr ofrecer un nivel mínimamente satisfactorio en los conglomerados, se profundiza aún más la desigualdad. Fortalecer las comunidades, por el contrario, resulta una mala idea para quienes tienen el poder, pues una población menor tiende a un mayor sentido de identidad y comunidad por lo cual no pueden ser sometidos, sino que por el contrario, demandan el respeto a sus propias instituciones.
Pero no debemos olvidar que en el número también está la fuerza, y si la sociedad civil se organiza nuevamente, puede efectivamente voltear la balanza del poder a su favor. Lo que necesita, es regresar a la unidad. En México, como en tantos países en el mundo, la población ha sido polarizada maquiavélicamente: en el dividir, ha estado el vencer. El problema es que en lugares con alta densidad poblacional, la sociedad se convierte en una masa conformada por individuos sin rostros, lo cual diluye su sentido de pertenencia, haciéndola presa fácil de la fragmentación social.
Para Simon Johnson, la conexión entre la democracia y la prosperidad es la fórmula para disminuir las brechas de ingresos que existen en el mundo. Curiosamente, en los objetivos de desarrollo sostenible acordados en el seno de las Naciones Unidas, se contempla tanto el fortalecimiento de las instituciones como las alianzas para el logro de los objetivos, pero desafortunadamente, fueron declarados al final de la lista. Por supuesto, el combate a la pobreza y el hambre, y el mejoramiento del acceso a la salud y la educación de calidad son no solo prioritarios, sino urgentes. Sin embargo, contar con instituciones sólidas y fortificar el estado de derecho son prerrequisitos para la prosperidad de los países, lo que creará condiciones para abatir estos males de la humanidad.
Hoy en nuestro México, resulta grave la supresión de la división de poderes, disfrazada de democracia, así como la evaporación del estado de derecho, envuelta en indiferencia e irresponsabilidad. Somos muchos las y los mexicanos, pero no estamos organizados, lo cual dificulta el diálogo y la búsqueda de acuerdos. Hoy tenemos dos opciones: vernos como iguales y buscar nuestra reconciliación social para recuperar nuestras instituciones y verdaderamente regresar la soberanía a la población, rompiendo el cheque en blanco que le fue firmado al partido en el poder, o seguir retorciéndonos en el resentimiento culpando a unos por sacar tajada de sus privilegios y a los otros por votar por un discurso que les promete un cambio, aunque la estrategia de gobierno no lo sostenga. En nuestra voluntad está deshacer este nudo y empezar a tejer con nuestras hebras la paz y la prosperidad que merecemos.