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Nudos de la Vida Común. Del cambio a la transformación

Primera parte

Cambiar no siempre equivale a mejorar, pero para mejorar, es necesario cambiar

-Winston Churchill

Se dice que el cambio es lo único constante y alrededor de ello han surgido cientos de frases con el objetivo de motivar a las personas a abrazar aquello que, queriéndolo o no, modifica nuestra vida. Sin embargo, aceptar lo que altera nuestra cotidianidad,  no es solo un ejercicio intelectual o volitivo, sino que envuelve todas las dimensiones humanas, que incluyen lo físico, lo material, lo afectivo, e incluso, lo espiritual. Esta profundidad en cómo opera un cambio, demanda que para que el resultado sea positivo, se haga una gestión eficiente del mismo, no solo en el ámbito laboral u organizacional, sino también en lo personal, familiar y social.

Antes de invitarles, amables lectores, a desmenuzar las dimensiones que toca el cambio, me parece pertinente notar la diferencia entre un cambio y una transformación. El primero se refiere a la sustitución de una cosa por otra, de una circunstancia por otra, de un estado por otro. Es decir, un cambio no siempre se presenta con un rostro amable y puede no ofrecer ninguna ventaja sobre las circunstancias presentes. Por supuesto que mantener una actitud positiva siempre será mejor pues con frecuencia, los cambios son inevitables. Hay decisiones que se tienen que tomar porque hay situaciones que son ideales, pero que no poseemos en ese momento los recursos para sostenerlas, y entonces, las cosas necesitan ser ajustadas a las posibilidades para mantener algún tipo de viabilidad.

Ahora, transformar significa cambiar de forma y se trata de un proceso interno, en contraste con el cambio que obedece más bien a factores externos. El cambio es reactivo, mientras que la transformación es producto de una reflexión interna que nos permite apuntar a un propósito valioso. Un cambio bien puede ser el detonante de una transformación poderosa, donde la persona, la familia, el grupo social o la organización no abandonan su esencia, sino que la perfeccionan.

Este proceso de pulir la esencia es el que toca las dimensiones humanas. Y debe hacerse con tacto de seda por respeto a la dignidad de las personas. Empecemos por un ejemplo sencillo: la mudanza de una persona a una localidad diferente. Aún cuando sea un plan deseado por la persona o su familia, implica la introducción a un nuevo entorno, que de entrada, tiene una fisonomía diferente: distribución geográfica, clima, costumbres, uso del lenguaje. Puede ser que la movilidad sea diferente y que las rutinas requieran ajustes en sus tiempos e incluso renuncias a algunas actividades. Puede también suceder que el costo de vida sea distinto y afecte el presupuesto y con ello, la calidad de vida material. Ubicarse en una nueva comunidad puede retar la identidad propia, pues nos cuestiona cuál será nuestro lugar dentro de ella. Habrá nuevas relaciones y se perderán otras y la capacidad de tener éxito se pondrá a prueba. Este cambio impacta a la persona o a las personas que se mudan, pero también a las que dejan en el camino. Todos pasarán por algún nivel de estrés, que dependiendo de que logren identificarlo o no, puede crear tensiones en sus relaciones.

Una mudanza, como podemos ver, no tiene nada de sencillo. Si a esto se le agrega que a la mejor responde a algo que la persona no tenía como parte de su plan de vida, podemos entender que nazcan sentimientos adversos a lo que la motivó. Todo esto puede llevar a una resistencia a todos los cambios que trae a su vida esa decisión. Lo que mejor se puede obsequiar a quienes viven esa circunstancia, es empatía y acompañamiento para ayudar a transitar por este cambio, pero sin duda, será la misma persona quien pueda decidir si solo asume el cambio o si se transforma gracias a él.

Para emprender la transformación, la persona y su sistema necesitan tomar consciencia de lo que está pasando y comprender lo que este cambio demanda de cada una de sus dimensiones humanas y trabajar en encontrar en sí mismos,  o bien desarrollar, los recursos para enfrentar su nuevo entorno.

Al final del día, uno puede decidir sufrir el cambio o transformarse. Si me acompañan, amables lectores, en la siguiente entrega estaremos conversando sobre el cambio y la transformación en el entorno laboral y social. Les espero.

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