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Nudos de la Vida Común. De Goleman a Pixar

La verdadera compasión no significa solo sentir el dolor de la otra persona,

sino estar motivado a eliminarlo.

Daniel Goleman

En la segunda entrega de la película Intensamente, Pixar usa una historia cotidiana de la vida adolescente en el contexto norteamericano para ofrecer una clase maestra sobre cómo funcionan las emociones humanas. La respuesta que se percibe de una gran parte del público ha sido un impresionante abrazo compasivo a nuestras propias emociones. Más allá de comprender esos comportamientos incómodos de quienes están abandonando la infancia, este filme nos ha dado la posibilidad de permitirnos conectar con nuestras historias personales para hacer un ejercicio de reconciliación con nosotros mismos.

La importancia de la dimensión emocional del ser humano tiene realmente muy poco de que sea reconocida, tanto como un factor determinante de la felicidad y bienestar individual como su influencia en la vida social. El poeta griego Décimo Junio Juvenil acuñó la frase “Mente sana en cuerpo sano” entre los siglos I y II, como un primer llamado consciente  a que no solo la capacidad de pensamiento constituye a la persona y su alcance. Sin embargo, es hasta la década de los 90s del siglo pasado que el psicólogo, académico  y periodista estadounidense Daniel Goleman, a través de su libro “La Inteligencia Emocional” detona conversaciones públicas en los ámbitos educativos y laborales sobre el impacto que tienen las emociones en el desempeño individual como colectivo.  Antes de ello, las emociones, tanto las que expanden como las que contraen la experiencia humana, eran vistas como la debilidad de la naturaleza de las personas, y por tanto, debían ser domadas o incluso reprimidas.

Lo que trae Goleman a escena, es apreciar la capacidad de gestionar las emociones para ponerla a la par, e incluso preponderarla, sobre la capacidad intelectual. A través de un estudio longitudinal en el que por más de veinte años da seguimiento al desarrollo de un grupo de infantes, logra identificar que el manejo consciente de las emociones es un componente más determinante que el intelecto en el éxito personal. Así, identifica dos grupos de emociones: las intrapersonales -comprendidas por el autoconocimiento, la autorregulación y la motivación-, y las interpersonales -que integran la empatía y las habilidades sociales.

A partir de ello, surge un fuerte enfoque en el desarrollo de la inteligencia emocional, donde curiosamente, se les da mayor atención a la autorregulación y a las habilidades sociales, sin distingo de edades. Tanto en los ámbitos familiares, como escolares, comunitarios y laborales, se generan talleres, cursos, técnicas y certificaciones para desarrollar estas habilidades blandas. Aparentemente el motor de desarrollo de estas dos categorías, autorregulación y habilidades sociales,  es la voluntad. Con ello, lo más sencillo es  adjudicar responsabilidad a cada individuo por su capacidad de manejo de cada una, desvinculándonos de la responsabilidad contextual y comunitaria. Es decir, una persona que no es capaz de encauzar su enojo o de comunicarse de manera efectiva, es porque no desea hacerlo y entonces, esto nos habilita a fincar un juicio e incluso una consecuencia sobre ello.

Resulta interesante, sin embargo, que la autorregulación tiene como prerrequisito el autoconocimiento, y las habilidades sociales, la empatía.  Una y otra, querámoslo o no, nos enfrentan con nuestra historia, nuestro contexto y nuestra identidad, lo cual puede ser fuente de orgullo y autoestima, pero también puede significar el reencuentro con heridas y dolores reprimidos, simplemente porque eso era lo que se hacía con las emociones difíciles: ser fuerte e ignorarlas, ocultarlas o incluso, negarlas.

Es aquí donde se agradece la genialidad de Pixar: a través de una animación nos pone un escenario que nos permite identificarnos y darnos la oportunidad de acercarnos sin juicio y con compasión a ese lugar oculto que ha contenido dolores y alegrías,  grandes y pequeños, que determinan nuestra identidad, nuestra personalidad y nuestra forma de interactuar en la vida común.  Es decir, nos entrega de manera divertida e inocente, una llave al autoconocimiento, donde lejos de sentir vergüenza por nuestras emociones, podemos ver su neutralidad y recibir el mensaje que cada una nos trae, permitiéndonos reconciliarnos con ellas y nuestra historia y recuperar el poder que tenemos de construir nuestra propia felicidad. 

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