Segunda parte
“Las decisiones se toman con la emoción y se justifican con la razón”
-Vox populi
Las emociones, como conversábamos en la entrega anterior, son altamente contagiosas, y cuando se dispersan en un grupo humano, se vuelven prácticamente virales. En un contexto laboral, la expresión emocional se permea con facilidad y puede ser un ingrediente de peso, ya sea a favor o en contra, del clima laboral.
Un mensaje de texto o un correo electrónico en tono poco cordial, más que disparar una acción, detona una emoción. Sin importar de quién venga la comunicación, los receptores de la misma, más que poner manos a la obra en lo que se esté solicitando, tendrán una respuesta desde su ánimo o desde sus entrañas.
Si la ocasión fue anecdótica, es decir, el emisor normalmente no tiene este tipo de carga emocional en sus instrucciones, probablemente los receptores la pasaran por alto o abrirán algún tipo diálogo o indagación para comprender el trasfondo de la emoción expresada. Pero si este tipo de comunicaciones es frecuente, o incluso la norma, probablemente nos enfrentamos a que se han hecho virales. El escenario más común, es que no es solo una persona quien tiene expresiones inadecuadas, sino que esto se ha permeado a lo largo de la jerarquía organizacional. Cuando esto pasa, entre la gama de reacciones, podremos encontrar cuestionamientos, contra réplicas, contraataques, sabotaje a las acciones, falseamiento de la información para evitar nuevos regaños o simplemente, que los colaboradores ignoren los mensajes. El clima laboral se encuentra contaminado y tarde que temprano, el desempeño de la organización se verá afectado.
La buena noticia, es que también sucede al revés. Una emoción positiva, se contagia de igual manera y puede ser el riel que mantenga a la empresa marchando hacia adelante, a pesar de las contingencias sociales o de mercado que pudieran presionar los resultados.
Lo mismo sucede en el contexto social. Los radicalismos políticos, sociales y hasta religiosos de nuestros días, no se debaten, desde hace mucho tiempo, en las razones, sino que son meras exteriorizaciones emocionales. Por eso, los intercambios de “ideas” son tan pobres y no llevan a puntos en común que pudieran ser materia de acuerdos. Los argumentos han muerto y tan solo se disparan juicios desde hechos que son leídos desde lentes muchas veces nubladas por una emoción contagiada y no desde un análisis crítico propio.
No obstante, las emociones son atributos humanos sumamente valiosos. Las emociones nos vinculan y nos conectan, sin importar si nos expanden o nos limitan o reprimen. Aún en temas intelectuales, establecemos conexiones con los demás más por la emoción que nos despierta el coincidir en un sentir común, que con una idea en sí misma.
Hay quienes conocen el potencial del contagio emocional, y lo utilizan maquiavélicamente para fines propios: destilar odio contra un adversario para dejar salir a las fieras en su defensa, o bien, sembrando una esperanza de manera ilusoria para hacer que entreguen su voluntad, su dinero o su tiempo a enriquecer sus arcas. Tratan de disfrazar la deshonestidad en un espejismo de moralidad.
El contagio emocional es un hecho que jamás debemos utilizar como un arma, sino que debemos tenerlo en cuenta desde la consciencia. Nuestras emociones afectan a los demás y son afectadas a su vez por ellos. Las emociones están para ser liberadas y conectar, desde la responsabilidad y la caridad. Cada uno de nosotros y nosotras, podemos transmitir estados positivos que nos pongan a nosotros mismos y a las personas con quienes convivimos en el día a día, en un estado de recursos que nos permita lograr objetivos valiosos comunes y saborear la vida de manera honesta. Gestionar una emoción, significa pues, reconocer que está dentro de nosotros y decidir la mejor respuesta y expresión de la misma con la consciencia del efecto potencial que tiene en los demás. Nuestras emociones, pueden contagiar armonía o destrucción. Y esa es nuestra decisión.
