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Nudos de la vida común. Colorín Colorado, este negocio ha cerrado

 ”Son dos las circunstancias que justifican nuestro miedo:  la amenaza de un peligro que supera mis fuerzas; y  la amenaza de un peligro que afecta el núcleo de mi existencia”.  Aristóteles

Durante abril y mayo de este año, cerca de 10000 empresas micro, pequeñas y medianas se dieron de baja ante el Instituto Mexicano del Seguro Social.  También fueron víctimas mortales del covid19. Y muy probablemente, estos números seguirán creciendo a la par de los contagiados por este virus en nuestro país.

Si tomamos en consideración que el 83% de las empresas mexicanas son familiares, podemos ver que cerrar este tipo de organizaciones no es una decisión puramente de negocios. Es un tema totalmente humano.

Una empresa familiar nace con el sueño y la esperanza de proveer de sustento a una familia. Se invierte en ella no solo el patrimonio, sino también la reputación personal, la exposición de los talentos pero también de las debilidades personales de los miembros de la familia empresaria,  y un promedio de 63 horas de trabajo por semana por cada miembro de la familia involucrado con la empresa, quienes además normalmente lo hacen sin tener una remuneración fija garantizada.

Típicamente, los pasillos de la empresa son las estancias infantiles de los hijos, quienes crecen haciendo tareas en los mostradores del negocio y desempeñando algunas actividades propias del negocio, bajo el cuidado de los colaboradores de mayor antigüedad y confianza de los dueños.  Así, los empleados, suelen gozar y padecer al mismo tiempo la sobre familiaridad con los patrones, pues hay una especie de mimetización con los miembros de la familia.  Las relaciones con los empleados se parecen mucho a lo que sucede dentro de la familia: momentos de armonía y disfrute contrastados con discusiones en tono y expresiones que se alejan de lo meramente laboral así como el trabajar bajo una autoridad paternalista y autoritaria al mismo tiempo.

Al formarse estos lazos de confianza familiar, la cabeza de la empresa suele pedir a los empleados apoyo con actividades y tiempo adicional no pagado o bien,  aguantar el retraso en el pago de sueldos y prestaciones cuando las cosas van mal.  Al mismo tiempo, los dueños son indulgentes ante las demandas de privilegios personales por parte de ellos: sueldo determinado por antigüedad (como cuando el hijo mayor hereda el negocio solo por su posición en la familia),  tolerancia a llegar con retraso al trabajo de manera continua, acceso a préstamos personales y frecuentes permisos de ausencia con goce de sueldo, entre otros.  Se han convertido en una familia extendida, con etapas de colaboración y de desinterés, con gratos momentos de unidad e identificación mutua, y con amargos desencuentros. Sin duda, se vuelven familia … con todo y suegra y cuñados.

Cerrar o resistir se convierte entonces en una decisión que va mucho más allá de los números. Significa renunciar a esos acariciados planes de los empresarios, el divorcio de esa familia extendida creada por adopción. Representa la pérdida del patrimonio y también la vulnerabilidad por lo que se vive como un fracaso personal.  Para la familia empresaria, no es solo un miembro el que pierde el trabajo, sino todos los que colaboran en ella.  Una crisis como la que estamos viviendo, pone un escenario que demanda decisiones que seguramente despiertan miedo en el empresario.

Recuerdo en estos momentos a Carlos Llano en su libro “Ser del Hombre y Hacer de la Organización”[1] donde menciona que los griegos de la antigüedad consideraban el miedo como una condición humana, definida como una tendencia espontánea, no deliberada ni reflexiva y natural frente a una amenaza. Llano cita también a Aristóteles en relación a lo que propone como las dos justificaciones del miedo: que la amenaza sea un peligro que supere mis fuerzas o que afecte el núcleo de mi existencia.

En su análisis, Carlos Llano propone cuatro escenarios a los cuales hace sugerencias que vienen muy ad hoc a las decisiones de las empresas familiares en estos momentos de crisis.

Si el peligro no es superior a las fuerzas propias, hay que arriesgarse, pelear y ganar. Si esta crisis no es mayor que el espíritu de la familia empresaria y si la empresa puede responder con eficiencia al mercado cambiante cumpliendo su propósito organizacional, es momento de enfrentar y combatir. La batalla será dura, pero puede y debe ser coronada con el éxito tanto de la empresa como de la familia.

Si el peligro rebasa las fuerzas pero no atenta contra el propósito fundamental de la organización, es momento de resistir. Esta lucha será como un gimnasio donde la empresa y la familia empresaria y la familia extendida formada con sus colaboradores,  incrementarán su resiliencia y se fortalecerán, preparándose para que una vez salvada la crisis, puedan retomar el rumbo con una madurez renovada y energetizada por los aprendizajes y destrezas organizacionales adquiridos.

Si la amenaza es superior a las fuerzas de la empresa y además atenta contra su razón de ser, es momento de evaluar la decisión de retirarse, por dolorosa que sea. No es un acto de cobardía, sino de inteligencia. Si se emprende una lucha en estas condiciones, se perderán tanto la empresa, como los empleos y la familia y se producirán daños a nivel personal, que pueden hacer caer en un estado anímico donde será difícil remontar. Si esta lucha hace que se pierda el propósito más trascendental de la organización, tanto en su dimensión empresarial como familiar, es un acto de valentía huir para salvaguardarlos.

Un escenario más en esta misma combinación de posibilidades donde tanto las fuerzas de la empresa como su núcleo de existencia son rebasados por la situación pero donde no se gana nada con huir, Llano aconseja nuevamente resistir. Y señala con claridad: resistir no es aguantar. Resistir es mantenerse firme en las raíces, así como un árbol que soporta una tormenta. Si está arraigado sólidamente en su base, la tempestad podrá dejarlo sin hojas – el patrimonio-, podrá arrancarle algunas ramas -los colaboradores-, pero no lo derribará; su fundamento, la familia, quedará listo para volver a florecer.

 

 

[1] Ser del hombre y hacer de la Organización. Capítulo IV, El Empresario ante el Miedo.

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