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Nudos de la vida común. Breve historia del plagio

La integridad no es un destino, es un estilo de vida

-Kelly Kosow

La integridad no es negociable y el plagio jamás puede ser pasado por alto. El presunto plagio de tesis para obtener el título profesional cometido por servidoras públicas y sacado a la luz en las últimas semanas, es un tema mayúsculo por las implicaciones que tiene para el sistema educativo y la cultura mexicana.  Por supuesto que este hecho pone en tela de juicio la integridad de las indiciadas en este momento, pero es justo en casos como estos donde al señalar a alguien con el dedo, tres dedos apuntan a uno mismo.  Pero vayamos por partes.

El plagio es la apropiación del producto intelectual ajeno. Como tal, es ostentarse como autor de una idea o una obra desarrollada o creada por alguien más. Aún cuando el conocimiento y el arte tienen como destino el bien común y cobran valor al ser utilizados o disfrutados por la humanidad, elevando su calidad de vida, en ningún momento pueden ser tomados para beneficio propio, ignorando los derechos de sus autores.

Si bien una tesis de licenciatura difícilmente será fuente de lucro, copiar la de alguien más, o bien, utilizar argumentos desarrollados previamente por otros autores sin darles el crédito correspondiente, es hacer trampa para obtener un título que habilitará a la persona para ejercer legalmente una profesión y obtener los beneficios que su desempeño le traiga.  Quien plagia, engaña para sacar partido de ello.

Ahora bien, sin tratar de justificar lo injustificable, pero si tratando de entenderlo para prevenirlo, conviene recordar cómo se enseñaba a hacer resúmenes en primaria y secundaria, al menos a las generaciones que crecimos en los setentas a noventas. Los maestros en aquéllos tiempos nos pedían leer los libros de texto y subrayar “lo más importante” y luego copiarlo en nuestros cuadernos. Ahí nació el famoso “copy – paste”. De hecho, los libros de texto de aquél entonces, simplemente eran propiedad de la Secretaría de Educación Pública y no se identificaba con claridad quiénes eran sus autores. Sin hablar del modelo educativo de las generaciones más noveles -pues no lo conozco a fondo-, sino por las de aquéllos años, así fuimos enseñados.

En la mayoría de las universidades de nuestro país, la tesis es un requisito para expedir un título profesional. Sin embargo, la tesis es un producto de investigación y no todos los estudiantes – ni sus profesores – tienen vocación de investigadores.  Por supuesto, al hacer una tesis, los estudiantes desarrollan competencias y actitudes valiosas: experimentar el método científico, comunicar y argumentar por escrito, adquirir un pensamiento crítico, despertar su curiosidad intelectual y adoptar la disciplina que se requiere para concluir su trabajo de investigación. Sin embargo, todas estas habilidades deben ser desarrolladas durante los estudios universitarios y no posterior a ellos; la expectativa de la mayoría de las instituciones es que una vez concluida la carrera, los alumnos lleven a cabo este ejercicio académico de manera prácticamente autónoma. La justificación común es que demuestren su capacidad profesional y que están listos para el mercado laboral.

Esta postura tiene al menos dos problemas. El primero es que está concebido como un control de calidad postmortem. Es decir, se inspecciona la capacidad profesional de los candidatos al título al final de la carrera y no en su transcurso. El paso de un semestre a otro debe acreditar con suficiencia que el estudiante está transformándose en el profesionista que le promete el plan de estudios, pues ahí es cuando el cuerpo académico puede incidir, retroalimentar y corregir de manera oportuna.  La disciplina en los estudios debe forjarse durante los mismos; la exigencia académica debe ser una norma en toda institución educativa. Institucionalmente no se puede desvincular la calidad académica del proceso formativo y posponer su comprobación al final de la carrera.

Y por supuesto, la integridad debe ser una condición sine qua non en el transcurso de cada asignatura. Ningún profesor puede permitir una sola tarea copiada, un solo trabajo en equipo donde no se participó, un solo examen aprobado con ayuda de otros. A los profesores esto les implica un compromiso muy fuerte de planeación de sus cursos para incorporar estrategias de evaluación que no solo impidan el plagio, sino que también garanticen un verdadero proceso formativo.

El segundo problema es que se asume la tesis como la evidencia de capacidad profesional de los candidatos al título. La mayor parte de las carreras universitarias son profesionalizantes, es decir, habilitadoras para sumarse al ejército laboral. Los reclutadores del medio laboral ni por equivocación considerarán echar un vistazo a la tesis de un candidato. Si la profesión requiere de una cédula profesional, la exigirán durante el proceso, pero nunca lo harán con la tesis. La tesis es académica y sí es una evidencia profesional, pero prioritariamente para aquéllos que gustan de la investigación como vocación.

Pero vayamos un poco más a fondo. Una tesis es un producto académico que contribuye al avance del conocimiento y la ciencia en un área específica. Para que este nuevo conocimiento sea candidato a ser avalado por la comunidad, se requiere seguir un método científico con rigurosidad. Siendo académicamente honestos, es prácticamente nula la cantidad de tesis de licenciatura que hacen una aportación real al conocimiento, la ciencia o la tecnología. Por supuesto, hay honrosas excepciones, como la del jurista Héctor Fix-Zamudio, donde se fundamenta por primera vez el juicio de amparo como un proceso constitucional más allá de concebirlo como una institución política. O los casos en que los tesistas fungen como asistentes en proyectos de investigación institucionales liderados por investigadores de tiempo completo.

Quizás sea momento de repensar la tesis como opción de titulación en las universidades, pues es un modelo agotado y agotador, que no está cumpliendo con la misión de producir nuevo conocimiento. Contrario a la actual política pública de desincentivación de la ciencia al retirar los estímulos a investigadores por discriminación de su adscripción, la producción científica merece ser tratada con dignidad y respeto, e impulsada creando estrategias para formar más investigadores de alto nivel que se empiezan a perfilar durante la carrera universitaria pero que se desarrollen principalmente en el posgrado,  y no simularla con un proceso evaluativo profesional en el nivel licenciatura.

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