“La vida nunca se vuelve insoportable por las circunstancias, sino por la falta de sentido o propósito.” Viktor Frankl
Con el cambio de año viene la expectativa de que haya nuevas circunstancias en nuestra vida para que ésta sea más placentera, más próspera, más sana o más algo. Curiosamente, entregamos el poder de transformar nuestra existencia a los eventos y personas que forman parte de nuestro contexto. Convertimos un convenio común sobre un corte en el tiempo en una entidad viva, y le pedimos al nuevo año que sea generoso con nosotros, como si tuviera voluntad o capacidad ejecutiva propia.
El optimismo por el cambio de calendario es una emoción positiva que alienta a poner algo de nuestra parte. Entre los rituales de la bienvenida al nuevo ciclo, se incluye la lista de propósitos, como un catálogo de todo lo que nos falta individualmente para ser felices. Hacer ejercicio, aprender un idioma, ahorrar dinero, cuidar la alimentación, meditar y leer, aparecen entre los más populares.
Sin embargo, con mucha frecuencia, estas buenas intenciones se desvanecen con el paso de las primeras semanas del año, hasta quedar en el olvido. Parece que la motivación se agota con rapidez. Posiblemente en parte es porque los resultados tardan en llegar, pero también porque declaramos acciones a realizar, siguiendo expectativas sociales que nos prometen lograr aquello que ni siquiera nos permitimos reconocer como un anhelo apreciado.
Es decir, ponemos como fin, lo que en realidad son medios para alcanzar algo a lo que le damos atributos de felicidad, sin tener claridad sobre lo que ésta significa para nosotros.
Entonces, aún cuando haya algunos indicios de que las resoluciones de adquisición de nuevos hábitos nos traerán algún beneficio, al no verlo vinculado a ese cambio de circunstancias que esperamos que transformen nuestras vidas, terminamos por abandonarlos. Apostamos a resultados externos la satisfacción de necesidades muy humanas: la oportunidad de amar y de sentirnos amados, el aprecio de los demás manifestado como aprobación, admiración y respeto o el sentido de pertenencia a algo fundamentalmente valioso.
Hacer propósitos de año nuevo es una práctica necesaria para fortalecer la disciplina y la voluntad, que devengarán virtudes que sin duda, mejoran nuestras condiciones y calidad de vida, es decir, nuestras circunstancias. Eso ayuda mucho, pero no es equivalente a la plenitud humanamente anhelada. Esta viene de llenar nuestra vida de propósito, de darle un significado a nuestro contexto, a través del uso de nuestros talentos.
Se trata de un ejercicio consciente de autoconocimiento para descubrir nuestro fin último de vida; hacerlo, habilita que nuestras acciones, decisiones y deseos se orienten al mismo. La gama de rutas para lograr nuestro propósito fundamental se amplía, reduciendo el estrés por el logro de metas únicas en las cuales apostamos la vida y que pueden ser fuente de frustración.
La pandemia, la política históricamente fracasada en nuestro país, la crisis económica y la intolerancia e incomprensión social son las circunstancias que enfrentamos. El año nuevo por sí mismo no hará nada para modificarlas, pues es tan solo una abstracción convencional. Tampoco lo harán las discusiones bizantinas alrededor de esos temas que bañan tanto redes sociales como reuniones familiares y entre amigos, que lo único que logran es acrecentar la división que solidifica nuestras fracturas sociales.
Nuestra atención está desviada a las circunstancias, robándonos vida. Nos agobia la falta de empleo, la inflación, el pleito por la revocación de mandato, la política de salud pública. Por supuesto, si es posible modificar las circunstancias, hay que dar la pelea por ello con toda la energía. Pero esta lucha necesita un sentido, el cual solo puede ser dado por nuestro propósito de vida. Y esto sucede tanto en lo individual como en lo común.
Ningún medio nos lleva a ningún lugar, si no hay un fin valioso por alcanzar. ¿Qué es lo que realmente buscamos con nuestras resoluciones de año nuevo? ¿De qué manera nutrirán nuestra vida para realizar nuestro propósito, si no lo conocemos? ¿De qué nos ha servido la alternancia en el poder, si no hay propósito común de los mexicanos? ¿y cómo habrá un propósito común, si desconocemos nuestro propósito personal?
La conciencia social se despierta con un mexicano a la vez. Cada persona que se da cuenta del valor de su vida para sí misma y cómo contribuye a la de los demás, es un hilo que reconstruye el tejido social. Más conciencia y menos división es un buen obsequio a nuestro país en este ciclo que estamos arrancando.
Les invito pues, amables lectores, a regalarse un tiempo a sí mismos en estos primeros días del año, para descubrir o desempolvar su propósito personal, explorando entre sus talentos, sus pasiones, sus retos y sus anhelos para encontrar de qué manera ustedes son la pieza que completa el rompecabezas de la humanidad. Es ahí donde la vida se inunda de significado.
Les deseo un 2022 lleno de propósito.