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Nudos de la vida común. ¿Alguien de confianza?

Generalmente ganamos la confianza de aquéllos en quienes ponemos la nuestra.

  • Tito Livio

Alguien de confianza. Estas tres palabras cotidianamente son el inicio de una solicitud de ayuda para conseguir personal por parte de las empresas.  Cuando se pregunta el perfil de puesto, especialmente en empresas pymes, la respuesta casi automática es que la persona sea honesta, trabajadora y responsable. Todas estas son cualidades deseables para cualquier posición en el trabajo,  y cualquier tipo de relación, y si me lo permite, amable lector, también son atributos bastante abundantes, aunque también frecuentemente gestionados de manera deficiente.

El trabajo digno y socialmente útil es un derecho consagrado en la constitución mexicana.  Nuestra carta magna señala como una responsabilidad del Estado promover la creación de empleo con esas características.  Que el trabajo sea digno, según los diccionarios, se refiere a que sea correspondiente y proporcionado al mérito y condición de la persona.

He aquí el nudo: ¿contratamos alguien de confianza o alguien que cuente con los méritos que lo hagan apto para el puesto de trabajo?. Es tan común escuchar tanto en el sector público como el privado que la decisión para contratar a un candidato fue que tenía “palancas”.

En el ámbito público, este tipo de decisiones es parte de la corrupción que da el poder, por pequeño que sea. En el ámbito de lo privado, es el nerviosismo del patrón por no ser traicionado por su personal y perder su patrimonio, o al menos, por no ser apoyado en el logro de sus objetivos.

El hecho de tener un puesto que confiere el control de los intereses del otro, como obtener o mantener un empleo, genera una relación de poder y da pie al politiqueo al interior de la organización para perpetuarse.

Claro ejemplo de ello es la manipulación que hacen los sindicatos del aparato burocrático sobre sus agremiados para que se sumen a las campañas políticas en épocas de elecciones. Así, garantizan la extensión del voto duro a favor del partido que convenga al sindicato, tanto por la masa de sindicalizados como por aquéllos que tienen en fila – y de rodillas – para poder agremiarse y lograr ser acreedores de las prestaciones y beneficios de ese estatus como trabajador. Situación que además, es totalmente irregular, pues las prestaciones y beneficios a trabajadores por definición son medios para garantizar la calidad de vida del empleado y se otorgan por tener tal condición y no por su puesto ni por los resultados que ofrezca a la organización. Estas prácticas, de entrada, contravienen la dignidad del trabajo que proclama la constitución.

Pero no es solo la sensación de superioridad lo que hace atractivo el poder en los sindicatos.  Las cuotas sindicales representan una enorme cantidad de dinero manejado discrecionalmente por sus líderes. Para darnos una idea de estos montos, cada trabajador aporta un 2% de su sueldo de manera ordinaria, cantidad equivalente a lo que un patrón contribuye para el ahorro para el retiro de su trabajador. Los sindicatos manejan prácticamente la misma cantidad de dinero que la afore de sus miembros, y las cantidades reunidas rara vez son aplicadas en los fines para los cuales son recaudados, como lo son programas solidarios y los fondos de resistencia en caso de huelgas, de contingencias sanitarias como la que estamos viviendo o de injusticias cometidas en contra de los trabajadores.

Más aún. La Ley Federal de Trabajo hace una desafortunada distinción lingüística entre los trabajadores con funciones directivas, de inspección, vigilancia y supervisión de los trabajadores sindicalizados. Les llama trabajadores “de confianza”, aludiendo a que en ellos deposita la responsabilidad de garantizar la implementación de su estrategia y en ellos se “confía”. Aparece entonces la velada sugerencia de que el resto de trabajadores – los sindicalizados – son “de desconfianza”.  Esta connotación tan fuerte crea una agreste división entre el trabajador y la organización, donde difícilmente habrá cooperación.

Así, los sindicatos resultan opositores a los patrones[1] – ya sea el gobierno o la iniciativa privada -, y entonces, el criterio para sindicalizar a nuevos miembros es que se alineen a intereses y actitudes que fortalecen al gremio, dejando en último término los méritos y capacidades de los trabajadores.  Esto resulta siendo una fórmula perfecta para matar a la gallina de los huevos de oro, pues tanto gobierno como empresas privadas, quedan muchas veces en manos de personas carentes de las aptitudes y competencias necesarias para efectuar un trabajo eficiente y de calidad, perjudicando en última instancia, al ciudadano, en el primer caso y al consumidor, en el segundo.

Agradecida como siempre por su tiempo, les invito, apreciables lectores, a continuar explorando en la próxima edición, algunas otras implicaciones sobre la primacía del criterio de confianza en la contratación en el entorno privado. Hasta entonces.


[1] Esto sin pretender invisibilizar que en muchos casos esta contraposición es bien ganada por muchas empresas por los grandes abusos cometidos en contra del trabajador, como el exceso de horas trabajadas sin paga, la omisión del registro de trabajadores ante el seguro social o el registro de salarios inferiores a los reales para disminuir sus costos, a expensas de los derechos del trabajador.

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