A Lupita, a Leonor, A Francis, a Eloísa
Continuando con las reflexiones del mes de la lucha por la igualdad de las mujeres, este nudo está dedicado a las empresarias viudas, mujeres excepcionales que la vida las llevó a asumir roles y circunstancias que quizás jamás imaginaron y donde tuvieron que aprender a descubrir su propia fuerza y valía cuando la adversidad asaltó violentamente sus vidas.
Les invito, estimados lectores, a situarse en las décadas de los 50s, quizás 60s, donde aún en los medios urbanos, a las niñas se les llevaba a la escuela para que adquirieran habilidades y conocimientos básicos, pero solo los necesarios, para que pudieran integrarse a la sociedad desde el rol de madres y esposas, con el propósito de ser “esa gran mujer detrás de un gran hombre” y madres formadoras de las siguientes generaciones, encargadas de la enseñanza y modelaje de valores y buenos hábitos. Al tener esta la expectativa social sobre sus vidas, ellas asumían gentilmente el destino que se les decía que era el que les correspondía por su género, y amorosamente asentían.
Desde la perspectiva de quien escribe, muchas de ellas, aprendieron a sentir satisfacción y orgullo por cumplir este rol, y fueron las esposas de hombres, que desde la función que también a ellos se les ha asignado culturalmente, lograron el éxito económico al emprender negocios que hicieron florecer y con ello, brindar una calidad de vida decente e incluso próspera, para sus familias. Pero no todas tuvieron su “vivieron felices para siempre”, sino por el contrario, de manera inesperada, el destino les arrebató la vida de sus esposos, quedándose no solo con una familia que seguir criando, sino también con una empresa en marcha y con todas las complejidades del retiro inesperado de su dueño y probablemente, hombre orquesta.
Hagamos un recuento de su situación de la noche a la mañana: el hombre de sus corazones, ya no está. Con él, se va el proyecto de vida que habían construido juntos. Se van los sueños, las esperanzas, la complicidad y la mitad del equipo con el cual estaban construyendo su familia. Sin embargo, la responsabilidad de los hijos e hijas y la necesidad de ayudarles a procesar su propio dolor, las hace dejar de lado su propia pena y enfocarse en ellos. Al día siguiente, hay proveedores y nómina por pagar, clientes que piden respuesta a sus solicitudes y todos los enredos legales que se detonan por la partida del esposo, padre y empresario. Si bien, pudieron sentir el consuelo de familia y amigos, ellas tuvieron que enfrentar la llegada de cada noche llenas de dudas, de miedo, de tener que sostener la respiración, ignorar su dolor y tomar decisiones que cada vez eran más complejas y urgentes, esperando que fueran lo mejor para la familia y para el negocio. A ellas, la vida no les permitió elaborar su duelo. Ante sus hijos y su empresa, tuvieron que convertirse en la roca en donde todos tendrían que asirse para que la vorágine ocasionada por la muerte, no los arrojara al abismo. Se tuvieron que convertir en “la mujer orquesta”, en su versión recargada: ellas no podían darse el lujo de solo ver por el negocio, sino que tenían que ver por sus hijos y los innumerables y difíciles compromisos legales y financieros que una situación así produce. Más aún, tuvieron que enfrentarse, aún al inicio de este siglo, a un ambiente de negocios no sólo dominado por hombres, sino exclusivo para ellos, donde las mujeres simplemente no tenían lugar. Ellas tuvieron que apoyarse en gerentes o en sus hijos varones, si es que éstos tuvieran la edad de representarlas. Detrás de la cortina de hierro de sus negocios, eran responsables de los mismos, administrando y tomando decisiones para poder cumplir con las obligaciones. Es decir, tenían el 100% de la responsabilidad y muy escaso poder social para cumplirla. Por supuesto, muchas enfrentaron el abuso de esos representantes contratados para dar la cara – algunos que incluso eran familiares políticos-, quienes sacaron buenas tajadas de beneficio personal al aprovecharse de la segregación de las mujeres en los círculos de negocios. Pero eso era solo la punta del iceberg. Esta exclusión de las viudas empresarias las deja fuera de los eventos y mesas de negocios donde sus empresas podían encontrar alianzas y oportunidades, comprometiendo las ventajas competitivas de sus compañías. Y los empleados, de la misma manera, se encontraban siempre tanteando si la viuda podía o no con el reto, y buscando hacer del río revuelto, ganancia de pescadores.
Estas mujeres fueron las inferiores entre los desiguales. Y justo en ese pozo profundo donde fueron arrojadas, descubrieron su fortaleza de espíritu, su templanza para tomar su única opción: salir adelante. Enterraron el dolor, la tristeza y la desesperanza debajo de su cama y enfrentaron al cerradísimo club de Toby para incluso, liderar su giro de negocios. Paradójicamente, ellas no recibieron la oportunidad de desarrollar habilidades empresariales o directivas, pero esos valores y hábitos con las que fueron criadas, les alcanzaron y sobraron para enfrentar la peor de las adversidades, y hoy, ellas mismas, son a la vez, legado y testimonio de que la igualdad no es una dádiva, sino un derecho que no podemos esperar a que nadie lo otorgue, sino que hay que tomarlo sin permiso.
A Lupita, a Francis, a Leonor, a Elpísa, las viudas empresarias que en medio de su tragedia, sacaron toda la garra de su alma, creando no solo un futuro para su descendencia, sino para sus empresas, sus colaboradores y todo su ecosistema empresarial, todo el respeto y la gratitud por abonar desde sus cenizas, a la vida común.