Lo más triste es que la única cosa que se puede hacer durante ocho horas al día es trabajar.
La mejora de las condiciones laborales en México siempre será digna de aplaudirse, pues no solo es un acto de justicia, sino que pone al trabajo en su lugar, como un medio de dignificación de la vida humana . Oponerse a tales mejoras de hecho es mezquino e inmoral. Sin embargo, en esta apertura a la discusión de la reforma de la Ley Federal de Trabajo para reducir la jornada laboral, ya nos hicimos nudo precisamente porque este avance llega únicamente por vía legislativa, como si se tratara de un deseo atendido por un genio encerrado en una lámpara asumiendo que solo se trata de un tema de voluntad patronal.
Con lo anterior no pretendo ni siquiera sugerir que los patrones están dispuestos a aumentar los beneficios de sus colaboradores por mutuo propio, pues la realidad es que aprovechan la ley al máximo para operar sus negocios, e incluso, en una escandalosa proporción, la sobrepasan para hacer sostenible su modelo de negocios y lograr sus objetivos financieros.
El asunto es que en una economía de libre mercado como la nuestra, la competitividad de una empresa significa su capacidad de mantener una ventaja competitiva que le permita a la empresa permanecer en el gusto del cliente en una masa crítica suficiente para cubrir sus costos y obtener un beneficio económico para inversionistas y dueños. Es decir, se necesita que los inversionistas obtengan una ganancia más atractiva que lo que pueden obtener por otras vías como para que se animen a correr el riesgo de invertir su dinero en empresas.
Bajo este contexto, el porcentaje de utilidad es un factor decisivo para mantener la inversión. La disminución de la jornada laboral de 48 a 40 horas por semana y de seis a cinco días, significa que las empresas, para cubrir el tiempo laboral actual, sufrirán un incremento en sus costos de mano de obra en un 20%, lo cual incluye no solo el salario que recibe el trabajador, sino el importe de todas sus prestaciones. En la mayor parte de las empresas, sobre todo pequeñas y medianas, el rubro de sueldos y beneficios a colaboradores representa la mayor parte de los gastos de las empresas, lo que repercutirá en una reducción de la ganancia sobre la inversión y la desincentivación de la misma.
¿Debería preocuparnos que los inversionistas ganen menos? Por un lado, es un escenario poco probable, pues el aumento en el gasto se verá reflejado en precios al consumidor, es decir, tendremos inflación por empuje de costos. Por otro lado, a los inversionistas y a los emprendedores se les ve como los villanos de la economía, pero no podemos perder de vista que actúan de manera subsidiaria al estado en la generación de empleo y en el fortalecimiento de las cadenas productivas. Despreciar su rol en la economía e incluso aplastarlo, puede traer consecuencias muy complejas, pues puede derivar en la pérdida de empleos y producir escasez de bienes de consumo, y con ello, nuevamente, un proceso inflacionario.
Pero no solo se trata de eso. Al reducirse la jornada laboral se demandará un 20% más de personal para cubrir los turnos productivos con los que actualmente operan las empresas. En estos momentos, el mundo entero enfrenta una escasez de personal sin precedentes, en la que muchas organizaciones ya han tenido que reducir su capacidad productiva ante la falta de mano de obra. En este escenario, ante la falta de fuerza de trabajo y de mente disponible, los sueldos y prestaciones tenderán a aumentar para lograr atraer colaboradores. Para el caso de los trabajadores y la sociedad en general, esto será una magnífica noticia: mayores sueldos y menos trabajo, igual a mayor calidad de vida. Pero a su vez, las empresas que no logren mantener el paso tendrán que evaluar si continuar o no en el mercado.
Recordemos entonces, que en nuestro país, el 63.9% de los ingresos del sector público, provienen de los impuestos. Al reducirse las ganancias de las empresas o al desaparecer algunas de ellas, se puede potencialmente producir una caída de los ingresos federales por la vía de impuestos, reduciendo con ello el presupuesto de la federación de manera sensible.
Un escenario en el que las empresas grandes y algunas medianas empiezan a trabajar ante la escasez de mano de obra es acelerar el desarrollo tecnológico, aprovechando las tendencias en cuestión de automatización, robótica, internet de las cosas e inteligencia artificial entre otras. Aquí el asunto es que este tipo de desarrollo requiere dos cosas: tiempo e inversión. En la política actual de México de Ciencia y Tecnología, se han perdido ambos, pues por un lado se han desalentado las alianzas entre empresas y universidades debido a la disolución de los fondos y financiamientos a la investigación y por otro, se ha frenado la formación de recursos humanos con la desaparición de becas de posgrado para la formación de investigadores de alto nivel.
Otra situación que abona al nudo es que en el comercio y servicios al detalle, la jornada de 40 horas dificultará sin duda cubrir horarios suficientes para atender la demanda de los clientes. Sin embargo, este es un tema cultural de educación a los consumidores. En México tenemos un círculo vicioso donde las personas trabajan muchas horas por semana y tienen poco tiempo libre para realizar sus compras y acceder a entretenimiento, deporte y cultura, por lo que los horarios de tiendas y establecimientos son muy extensos para atender a la población trabajadora que requiere acudir en horarios extremos. Esta situación se ha convertido en un tema cultural, donde los consumidores demandan ser atendidos hasta tarde y durante los 365 días del año, sin importar festividades y asuetos.
Por último y en este mismo sentido, ciertamente hay evidencia importante de que la reducción de la jornada laboral incrementa la productividad de los trabajadores. Esto resulta cierto cuando el trabajo no está vinculado a la atención al cliente o a la atención de líneas de producción, sino más bien cuando se trata del uso del talento intelectual y creativo del trabajador en el desarrollo de soluciones y proyectos, que en muchos de los casos, ya cuentan con la prerrogativa de una jornada semanal de 40 horas.
Todo lo anterior hace que la reducción de la jornada laboral sea un nudo de muchos hilos, que al jalar de uno, se atora más del otro. Efectivamente, parece que no hay condiciones que faciliten esta medida, pero en 80 años de vigencia de la Ley Federal del Trabajo, nadie se ha preocupado por generarlas. El esquema actual de trabajo, es el que ha orillado que las personas vivamos para trabajar y no trabajemos para vivir.
La reducción de la jornada laboral, insisto, será un acto de buena voluntad, sino que electoral, de los legisladores por el bienestar de las personas. Pero puede convertirse en una táctica sin estrategia, pues solo es una medida entre muchas que se necesitan para para transformar el modelo económico de México de uno donde las personas están al servicio de la economía a otro donde la economía esté al servicio de la gente.