La solidaridad no es un acto de caridad, sino una ayuda mutua
entre fuerzas que luchan por el mismo objetivo
- Samora Machel
Han pasado 40 años desde el terrible terremoto que sacudió nuestro país, una tragedia que sacó lo mejor y lo peor de nosotros mismos y que sin duda, marcó nuestra cultura y nos redefinió como mexicanos.
La mañana del 19 de septiembre y la noche del siguiente día, en 1985 la tierra sacudió nuestra conciencia colectiva. Nuestro país atravesaba una de las crisis económicas más severas de la historia, con inflaciones acumuladas y devaluaciones del dólar que sobrepasaban los tres dígitos. Un año antes del sismo, el 37.5% del presupuesto federal estaba destinado al pago de deuda externa, lo cual no sólo impedía cualquier posibilidad de crecimiento del país, sino que consumía en tal medida los recursos de los mexicanos que todo el aparato burocrático, en teoría al servicio de las necesidades de la población, tuvo que ser agresivamente disminuido, abandonando a las y los mexicanos a su propia suerte. Lo peor de todo era que ese endeudamiento nunca respondió a una inversión real para el desarrollo económico y social del país, sino que fue un plato copado para los gobiernos corruptos que carcomían al país.
En consecuencia, el poder adquisitivo de los mexicanos iba en caída libre, la tasa de desempleo derivada de la reducción de la burocracia tenía proporciones descomunales y los impuestos seguían en ascenso, para ser gastados como intereses de los privilegios de la clase en el poder.
El día que cambió todo, el gobierno federal, revestido de indolencia y descaro, minimizó la tragedia de los terremotos que acabaron con la vida de un estimado no oficial de 20,000 personas, destruyeron cientos de edificios y desplazaron a casi un millón de habitantes de sus hogares. Ante la ausencia de servicios de rescate, de agua, de luz y de medios de comunicación para coordinar acciones, la sociedad civil se auto-organizó para ayudarse a sí misma, iniciando labores para salvar a los miles de personas que quedaron atrapadas en los escombros, para recuperar los cuerpos de los fallecidos y para proveer de alimentos, medicinas, materiales de curación y equipos de salvamento para ayudar a los caídos en desgracia.
Mientras tanto, el gobierno no solo ignoraba vergonzosamente el dolor de sus gobernados, sino que hurtaba la ayuda internacional que empezó a llegar al país y la comercializaba como productos de contrabando, demostrando una vez más que la corrupción no tiene llenadera ni conciencia ni moral y que su tolerancia a ella, solo provoca que se escale exponencialmente.
Pero el 19 de septiembre de 1985, México se dió cuenta de que nuestro gran tesoro no eran los recursos naturales inmensos que tiene el país, ni su belleza, ni el petróleo en sus entrañas en el que aún se apuesta. Ese día aprendimos que la riqueza de México es la solidaridad de la población, que abandonada a su suerte, supo coordinarse y ponerse nuevamente en pie.
Surgió la organización civil no gubernamental los topos, héroes y heroínas anónimos que no solo prestaron ayuda a la población mexicana, sino que han apoyado a otros países en desastres naturales. Eso sí es México.
Dos 19 de septiembre más, en 2017 y 2022, nuestro subsuelo se volvió a conmocionar, con nuevas pérdidas humanas que reabrieron nuestras llagas. Esta fecha parece escrita como recordatorio de nuestra esencia, la solidaridad, y nuestro llamado, la unidad.
En este año 2025, los mexicanos nos cuestionamos colectivamente si sigue vigente nuestra independencia, hasta el punto que en quince municipios de 5 Estados se cancelaron las celebraciones patrias debido a las amenazas a la seguridad por parte del crimen organizado y a la tragedia en Iztapalapa por la explosión de una pipa de combustible que ha cobrado más de 20 vidas y casi un centenar de heridos, cimbrando nuestras almas al exhibirse nuevamente la vulnerabilidad y abandono en que nos encontramos las y los mexicanos.
La corrupción en nuestro país nos tiene sometidos. Los políticos, de todos colores, han entregado nuestra libertad y nuestra paz a las narcomafias, de manera similar a como sucedió en las décadas de los 70’s y 80’s cuando se nos robó nuestra independencia económica al empeñar a nuestro país al extranjero con una deuda impagable para parchar los grandes robos al erario público, como si fuéramos nuevamente un pueblo subyugado pagando tributo a una clase dominante.
Septiembre está aquí para recordarnos que México no es sus gobernantes, y que éstos sólo han sido terribles empleados infieles que nos regresan al esclavismo uno y otra vez. Los sismos de septiembre son los ecos sonoros de Gonzalez Bocanegra convocando a la unión para nuestra libertad, venciendo la discordia para no derramar más sangre en contiendas de hermanos y hermanas y liberarnos, con la metralla de la serenidad, la razón y la solidaridad, del yugo de la corrupción