Solo una colectividad que se rija por el respeto a la vida humana, la tolerancia y la libertad puede sacar al mundo de los poderes políticos que la conducen.
-Aldous Huxley
Dicen que el año que acaba de terminar fue el de la muerte y justo cerró con la despenalización del aborto en Argentina agitando discusiones enconadas en nuestro país.
En un tibio y desafortunado pronunciamiento, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, puso de manifiesto su preocupación sobre el cálculo del costo político de una acción similar en México: someter el tema a consulta popular. Declaración torpe con la cual solo quedó mal con ambas posturas. Para el colectivo proabortista, el mensaje es que el derecho humano de las mujeres a la salud depende de opiniones aleatorias. Para los grupos provida, la señal es que el valor de la vida es un tema negociable, según la conveniencia de cada quien.
En este nudo, estimados lectores, no deseo proponerles un debate sobre el tema, sino más bien, hacer una exhortación ciudadana a asumir corresponsabilidad, pues no es un asunto de las mujeres que se enfrentan a este dilema, sino que como sociedad, todos somos aquéllos que agarran la pata[1].
Empecemos por reconocer que en nuestro país la conducta sexual sigue siendo un parámetro de juicio sobre lo “buena” o “mala” que es una mujer. Así de rudo. En pleno siglo XXI, la mujer sigue sin ser vista como un ser humano completo y donde el ejercicio de su sexualidad parece ser la condición definitiva para su valoración, ignorando la infinitud del resto de sus atributos humanos. Y peor aún, sin que reconozcamos que el contexto social ejerce una presión enorme en las mujeres sobre las decisiones que toma sobre esta dimensión, tanto en los comportamientos de represión como en los de exceso.
Gran parte de esta presión, son las expectativas que se tienen sobre la conducta sexual femenina, que responden a un “deber ser” que no se encuentra sustentado en una educación sexual seria e integral. Vivimos una cultura de tabúes sobre la sexualidad. Tenemos barreras sociales muy densas que nos impiden hablar con nuestros seres más allegados, de temas importantes como el funcionamiento del cuerpo femenino, la decisión de ser madre como una opción, el vínculo de lo afectivo con lo físico, la artificialidad de los roles sociales de los géneros y por qué no decirlo, de la espiritualidad del sexo.
Así, dictamos normas sobre el ejercicio de la sexualidad pero sin incluir en el discurso las razones, la ciencia, los valores, y lo más grave aún, sin develar la grandeza y sacralidad del sexo. No solo se trata de mandamientos, sino de comprender de manera profunda el don de la sexualidad humana. Y esto aplica a ambos géneros.
Pero esta es una situación heredada históricamente. Los padres de familia somos los primeros en carecer de la preparación para vivir nuestra propia sexualidad, por lo que hay un reto enorme frente a nosotros para generar un cambio real.
Hasta aquí la parte romántica del problema, pero que considero raíz. Exploremos ahora las situaciones prácticas y objetivas que ponen a una mujer ante el dilema de continuar o no con un embarazo.
Lo primero y que no debemos dejar de ver y atender, es la grave desigualdad económica y social del país. La pobreza extrema que limita materialmente y que discrimina socialmente es un factor que agrede sin misericordia a la mujer embarazada. La falta de recursos para atender a un hijo durante su gestación y para darle un digno desarrollo, la acorralan y la dejan indefensa para enfrentar la vida -no olvidemos que la ignorancia es hermana siamesa de la pobreza en nuestro México-.
En cuestión de oportunidades laborales, la mujer sigue siendo discriminada en el trabajo. Si a eso le agregamos un embarazo, o el hecho de ser madre, las posibilidades de mantener un empleo se van achicando. Y si se trata de una mujer pobre e indígena, ni les cuento, será objeto no solo de discriminación, sino también de abuso.
Quizás la situación más lacerante que empuja a la mujer a la alternativa del aborto, es la violencia endémica de género, expresada en su desafortunado abanico: desde lo económico hasta lo sexual, pasando por lo físico y lo psicológico. En el interior de cada mujer que contempla esta posibilidad como solución a su dolor, hay una historia que necesita ser reescrita.
¿Qué es lo que debemos abortar? La indiferencia e inacción ante estos dramas humanos. La despenalización del aborto es la punta de un iceberg enorme, denso y profundamente arraigado. Lo que urge, es un cambio social de fondo.
¿Qué necesitamos? Sanar la sociedad, no mitigar el dolor. Esforzarnos de manera comprometida con generar condiciones de vida que no pongan a nadie frente a una alternativa de aborto.
Necesitamos emprender un itinerario a favor de la vida, que precisamente dé vida a toda persona. Necesitamos educarnos como familias sobre sexualidad humana y dejar atrás todo tabú y compartir el tema con nuestros hijos de manera abierta, completa y profunda.
Necesitamos un sistema educativo que haga florecer todas las capacidades humanas, que forme personas con capacidad de análisis y toma de decisiones conscientes, que habilite la sana convivencia en la sociedad.
Necesitamos erradicar de tajo el abuso y la violencia sexual, especialmente el infantil, con cero tolerancia por parte de todos y con impartición de justicia expedita.
Necesitamos forjar un mercado laboral libre de discriminación de género y que se adecúe a las circunstancias de la maternidad. Necesitamos culturas de trabajo que garanticen la equidad de género, en todas sus dimensiones.
Necesitamos condiciones económicas que garanticen una vida digna a toda persona. Necesitamos de un nuevo modelo productivo donde el centro sea la persona, su dignidad y su bienestar, y donde las utilidades sean meras añadiduras.
Necesitamos crear opciones para el acompañamiento a mujeres con embarazos no deseados, para que puedan cursar una sana gestación – segura y gratuita – que no limite sus oportunidades laborales y que puedan construir un plan de vida allende el nacimiento de sus hijos. Necesitamos procesos seguros y ágiles de adopción que ayuden a acoger a bebés cuyos padres no pueden o no desean criarlos.
Necesitamos recuperar el valor de la vida. Se trata de que no queremos que nadie más muera por un embarazo no deseado. Y queremos que cada embarazo sea deseado. ¡Cómo me gustaría que la discusión no fuera despenalizar o no el aborto, sino cómo transformar nuestra sociedad para que ninguna mujer tenga que preguntarse si continuar o no con un embarazo!
Reconozco que les presento una visión utópica, pero estoy segura de que todos podemos identificar al menos un cambio personal con el cual podemos sumar a esta transformación social y quizás, si cada uno ponemos un grano de arena, podamos hacer de este 2021, el año de la vida.
[1] Del viejo dicho “tanto peca el que mata a la vaca como el que le agarra la pata”