El sonido de las campanas del templo de Nuestra Señora de la Natividad impregna el camposanto de Arocutin, que se localiza justo frente a esta joya del siglo XVI; guía con su sonido las ánimas que desde la media noche del primero de noviembre regresan para reencontrarse con sus seres queridos.
El escenario lo completan cientos de veladoras y cirios, junto con miles de flores de cempasúchil que con su color y su olor atraen a las almas hacia los altares, donde ya los esperan quienes los añoran durante todo el año, que han colocado los platillos y bebidas que degustaban en vida.
La conmemoración de Noche de Muertos, arraigada en la Meseta Purhépecha, es única en el mundo, pero en la comunidad de Arocutin se vive con el mayor apego a la tradición, pero además con solemnidad y añoranza de esas almas que abandonaron el mundo terrenal; contrario a otros panteones, el silencio solo lo rompe el tañer de la campana y los murmullos de los visitantes.
Hay dolor por la partida del ser querido, pero alegría por volver a “sentirlo” durante estas horas a la luz de las velas y bajo un intenso frío.
Esperanza perdió a su hijo Carlos Jesús hace cinco años, a causa de leucemia y desde entonces acude cada primero de noviembre a “velarlo” y aunque esto no aminora el dolor, su corazón se alivia un poco al saberlo cerca de ella.
“Yo sí siento que él está aquí conmigo, desde ayer que vinimos yo siento que él está conmigo, a lo mejor es lo que uno como mamá siente y por eso espera uno mucho este día para estar aquí con ellos”.
Asegura que debe esperarlo y encaminarlo de regreso, para que al siguiente año, al menor vuelva y la reconforte, ante la imposibilidad de tenerlo físicamente.
En Arocutin, la velación es hermosa, llena de colorido y respeto. Frente al templo se coloca un enorme arco elaborado de madera y flor de cempasúchil, que ayuda a las almas a entrar a nuetro mundo desde el lugar en que se encuentran; hombres y mujeres velan durante prácticamente dos días sin moverse de su lugar, por lo que algunos son vencidos por el sueño.
Nordelia Bartolo Hernández, acude también cada año a velar a su papá y su hermano, anhelante de sentir su presencia.
“Yo cuando son las 12:00 es cuando uno siente que me toca mi papá, porque él siempre que llegaba de alguna parte me encontraba y me agarraba del hombro, por eso estamos aquí”.
Aunque en la celebración de Noche de Muertos, todas las comunidades velan el regreso de las almas de sus seres queridos para que en una sola noche pueda convivir con ellos, cada lugar tiene una característica especial.
En el caso de Tzurumútaro, municipio de Pátzcuaro, la velación inicia desde temprana hora; lugareños adornan las tumbas con la flor de cempasúchil, velas, fotografías de los difuntos y todo lo que gustaban en vida.
En este camposanto el bullicio y la presencia de visitantes y turistas hacen difícil la velación, que también está llena de colorido y añoranza porque a la media noche un fuerte frío recorra lugar, marcando la llegada de esos seres que dejaron la vida terrenal y añoran volver a sentir.
La señora Leomida Talavera Onofre destaca en el lugar por su tierna sonrisa y su mirada dulce; frente a ella hay 4 sepulturas, que resguardan los restos de su esposo, una hermana, pero también de sus papás.
Sin embargo, en su voz no hay dolor, hay alegría por mantener su recuerdo vivo.
“Cada año venimos porque es la tradición y es que de todas maneras no se nos olvidan y tenemos que venir a echar una velada. “
Y es que, para los lugareños es importante recibir a las ánimas y ofrecerles los alimentos que disfrutaban, pero para ellos, es más importante dar amor en vida.