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Nearshoring: La oportunidad histórica que tiene México

Nearshoring: una palabra que resume, en una sola idea, la oportunidad histórica que tiene México para transformar no sólo su posición en las cadenas globales de suministro sino también la calidad del desarrollo económico que ofrece a las y los mexicanos. En su esencia, el nearshoring es la relocalización de procesos productivos hacia mercados cercanos al punto final de consumo con el objetivo de reducir riesgos logísticos, geopolíticos y de suministro. No se trata de una moda —es la respuesta racional a la disrupción causada por la pandemia, a la creciente polarización comercial entre las potencias y a la necesidad de resiliencia en cadenas productivas que ya no toleran la fragilidad de la máxima globalización de bajo costo.

Para México, el nearshoring es una ventaja estratégica de primer orden. Nuestra proximidad con Estados Unidos, la existencia de una masa crítica de capital humano en manufactura, una red de acuerdos comerciales que facilita el acceso a mercados y la reciente estabilidad macroeconómica conforman una oferta que pocas economías emergentes pueden igualar. Esa conjunción ya se traduce en cifras: un flujo de inversión extranjera directa que en 2023 alcanzó niveles históricos, expresión de la confianza que el mundo ha puesto en nuestro país como receptor de relocalización productiva. Sin embargo, la transformación no será automática: atraer inversión es la condición necesaria, mas no suficiente para convertir el nearshoring en desarrollo sostenido.

La competitividad, sobre todo a nivel subnacional, será el terreno de la disputa. Los estados que triunfen serán aquellos que comprendan que la inversión moderna exige algo más que incentivos fiscales: demanda infraestructura logística de alto desempeño —ferrocarriles de carga, puertos eficientes, aeropuertos y carreteras integradas—, servicios urbanos confiables, seguridad, y una administración pública que simplifique trámites y garantice certeza jurídica. Importa igualmente la capacidad de articular clústeres productivos y cadenas de proveedores locales, porque el valor real del nearshoring nace de los encadenamientos productivos que elevan el contenido nacional de las exportaciones. Quien ofrezca menor costo de transacción y mayor certidumbre se llevará las inversiones de mayor valor agregado.

En materia de comercio exterior, el nearshoring redefine prioridades: menos dependencia de rutas intercontinentales y mayor integración regional. Esto implica una política activa para facilitar el tránsito de insumos, reglas de origen claras y medidas que incentiven la manufactura local de piezas y componentes. Asimismo, abre la puerta a una mayor complejidad productiva: la combinación de manufactura con “mentefactura” —investigación, diseño, ingeniería— que eleva la sofisticación tecnológica de la economía y genera empleos de mayor calidad.

La estrategia impulsada por la Presidenta Claudia Sheinbaum, tanto en la visión del Plan Nacional de Desarrollo como en el llamado Plan México, asume en serio esta transformación. Su proyecto reconoce la necesidad de desplegar infraestructura estratégica, promover la transición de la manufactura hacia actividades de mayor contenido tecnológico, impulsar la electromovilidad y priorizar la conectividad digital y la simplificación administrativa. En ese diagnóstico reside la coherencia política: México puede aprovechar la relocalización si combina estabilidad macroeconómica y gobernabilidad con inversiones públicas estratégicas y políticas de capital humano que formen el talento requerido. La inversión no busca terrenos desérticos: busca ecosistemas.

El reto, finalmente, es social y territorial. El nearshoring puede ser motor de empleo formal, de aumentos salariales y de transferencia tecnológica, pero esos resultados exigen políticas industriales inteligentes, gobernanza ambiental responsable y una visión regional que evite la concentración extrema de beneficios en unos pocos corredores. Si el país articula incentivos, infraestructura y formación laboral de manera coordinada entre el gobierno federal y los estados, la relocalización puede convertirse en la palanca que modernice la matriz productiva mexicana y promueva un crecimiento con equidad. Si no lo hace, los beneficios quedarán fragmentados y la oportunidad se diluirá. La historia, en este caso, está por escribirse: el nearshoring ofrece la tinta; corresponde al país —y a sus gobiernos— decidir la letra con que se escribirá el futuro.

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