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Los cuidados y la vejez, elementos para la igualdad de género

Pensar en la vejez no es fácil, siempre se cree que ese momento está muy distante a nuestro presente y que cuando llegue ese momento, estaremos junto a nuestra familia, esperando recibir la atención amorosa y deseada, pero no siempre es así.

El Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, publico un estudio, sin fecha, en el que refiere que “en México, el 16% de los adultos mayores sufre de abandono y maltrato. De ellos, el 20% vive en soledad y olvidados, no sólo por el gobierno, también por sus familias”.

Si bien, algunas personas adultas mayores reciben un apoyo por parte del gobierno federal, lo cierto es que muchas veces este no les alcanza o bien son despojados del mismo por sus más cercanos.

La calidad de vida de una persona adulta es muy baja y vulnerable en este país, pero se agudiza aún más cuando son zonas con muy alta marginalidad y pobreza, sus condiciones de salud evidencian el descuido de una política pública para la dignidad que permita la integralidad y gratuidad universal de los mínimos necesarios para subsistir, los cuales están centrados en las deficiencias nutricionales, las enfermedades crónico degenerativas y la salud mental.

Considerando que la discriminación y la violencia son dos elementos persistentes en esta etapa de su vida y que pueden agudizarse aún más, el abandono, aislamiento y crueldad, muchas veces generan que los abuelos y abuelas quieran vivir lejos de sus familiares, orillando a la mendicidad.

Las políticas públicas diseñadas por esta administración federal, han sido francamente contradictoras, lo que pudiera rayar en la ocurrencia ante la falta de una política de población que permita justamente poner en evidencia por qué y cómo diseñar políticas públicas más eficientes que conlleven más allá del discurso oficial a un trato justo y digno.
Ejemplo de ello, es la creación de apoyos para las personas adultas mayores, pero también es cierto que los cuidados de niños y niñas menores de 10 años recayeron en este sector de la población, cuando hay datos suficientemente estudiados y demostrados que las agresiones sexuales provienen de hombres adultos mayores que cuidan y son familiares directos de las víctimas y que en su mayoría no se denuncian.

Contrariamente, en las abuelas se precariza y debilita aún más su salud, ya que cuidan nietos, nietas, acompañan en las tareas escolares, realizan pesados trabajos domésticos y posiblemente colaboran en actividades de venta informal de alimentos para conseguir y colaborar con algo de dinero en su manutención.

Lo cierto es que la pandemia del COVID-19, vino a evidenciar que eso de querer a los abuelos y abuelas no era tan cierto, desafortunadamente las estadísticas de abandono se incrementaron, la mortalidad se incrementó, la pobreza será más grave, y para acabarla es tiempo electoral.

Así es que no faltará quien se saque la fotografía con una persona adulta mayor o bien entregue algo de despensas a este sector, lo que estará evidenciando que la utilización de este grupo poblacional no sólo es irrespetuoso sino también ofensivo, porque su condición es lo que menos importa, lo que importa es que vote y posiblemente con una torta y 20 pesos se los otorgue.

Los discursos de igualdad de género no hablan de las mujeres adultas mayores, no hablan de la violencia de la que son víctimas por parte de sus propios hijos e hijas, no se habla de la violencia sexual que sufren, como tampoco hablan de la violencia patrimonial de la que son objeto, no hay reconocimiento de sus trayectorias ni aportaciones a los derechos de los cuales gozamos ahora muchas mujeres, solo hay frases hechas discursivas que ahí se quedan como una idea que acalla la culpa y por no dejar.

Y es que no hay igualdad de género sin esas mujeres adultas mayores, su presencia evidencia que la equidad está muy lejos de concretarse en programas, recursos, estancias, servicios médicos de primera calidad y de una protección integral. Además de diseñar o incluir cursos, talleres o procesos de especialización en cuidados de personas adultas mayores, en los que también se vea la salud mental y la importancia de espacios para su socialización, el ejercicio de su sexualidad y la importancia del buen trato social y comunitario a nuestros abuelos y abuelas.

Paremos ya entonces las prácticas de desahucio social y familiar que hipócritamente se realizan en lo “oscurito” y de manera cotidiana, pensemos que tipo de familias y sociedad estamos legitimando si el echarles a la calle y el abandono se hace sin el más mínimo señalamiento moral y sin una penalidad, que al menos permita generar tantita vergüenza a quienes los hacen, en vez de seguirle echando la culpa a esta terrible y despiadada pandemia.

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