“Una nación sin elecciones libres, es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos.” Octavio Paz (1914 – 1998). Escritor Mexicano.
Hace exactamente dos años, más de 30 millones de mexicanos le dieron el anhelado triunfo electoral al tabasqueño Andrés Manuel López Obrador. La tercera fue la vencida y finalmente llegó a la presidencia de México.
Sin duda que es un día con motivos para celebrar. Más de 56 millones de mexicanos pudieron ejercer su derecho a votar el domingo primero de julio del 2018, es decir, el 63.42% de la Lista Nominal y el 53.19 por ciento le entregó su respaldo al candidato de la coalición “Juntos haremos historia” integrada por Morena, Partido del Trabajo y Encuentro Social.
Los comicios fueron organizados, desarrollados y calificados por instituciones ciudadanas, pese a los enormes retos que se enfrentaron en materia de inseguridad, cuando se registraron asesinatos de más de 130 políticos, entre aspirantes, precandidatos y candidatos, desde que inicio el proceso electoral en septiembre de 2017 y hasta la jornada de votación.
Con el arribo de López Obrador a Palacio Nacional, se confirmó la posibilidad de la alternancia en el poder, insisto, desde las instituciones. Es claro que los mexicanos después de muchos años de lucha, injusticias y derramamiento de sangre, hemos logrado a través del voto, sancionar, premiar y darle oportunidad a partidos y políticos.
Y claro que son motivos suficientes para sumarnos a la celebración por unos comicios del 2018, independientemente de ganadores y perdedores.
El reto ahora, es que esas instituciones se mantengan. Los discursos y algunas decisiones que ya ha tomado el gobierno de López Obrador, han mandado terribles señales en contra de las instituciones en un ánimo de debilitarlas, desmantelarlas o colocar en ellas a personas a modo.
El Ejecutivo Federal parece convencido de tener la verdad absoluta y entonces cuestiona y acusa a diestra y siniestra a todo aquel órgano ciudadano que manifiesta una crítica, incluso, se ha molestado con instituciones de su administración, donde él designó a los titulares, por los datos duros que dan a conocer de la realidad que suele contraponerse al discurso presidencial.
Así que celebremos este primero de julio por lo que se ha logrado con el esfuerzo y participación de millones de mexicanos, pero a la par, debemos mantenernos alertas, incluidos los que hoy son seguidores de López Obrador, para fortalecer a las instituciones y en este caso, a las que hacen posible elecciones libres y transparentes.
No se deben ignorar comentarios desafortunados como aquel donde el Ejecutivo Federal, el personaje más poderoso en este momento en el país, arremete contra el Instituto Nacional Electoral, el mismo que validó su triunfo, pero que, a su juicio, “nunca garantizaron elecciones limpias”.
Si bien es cierto que es perfectible y puede ser más austero, lo realmente importante es que el INE y todos los ciudadanos cuidemos a quienes ejercen el poder y los recursos públicos, para que no abusen, no compren conciencias y mucho menos pretendan tutelar, desde el gobierno, los comicios, como ya se hizo en el pasado, y de lo que conocen muy bien, no sólo López Obrador, sino personajes como Manuel Bartlett.
Por lo pronto, este primero de julio México está dividido, extraordinariamente polarizado y lamentablemente el Ejecutivo Federal parece más interesado en mantener la confrontación que en buscar coincidencias para procurar unidad y trabajo en beneficio del país y, por ende, de la llamada Cuarta Transformación.
Ojalá que este festejo le recuerde a Andrés Manuel que ya no es candidato, que es el presidente de México. Sería excelente verlo tomar decisiones como estadista y no como el clásico político que gusta de pisotear a los que ya le ganó, eso lo convierte en uno más, idéntico a muchos como los que tanto ha criticado.
Con la esperanza de que haya una próxima vez… me despido, gracias.
