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La moderación como valor político

En un Estado democrático, el principio de gobernar para todos parece una obviedad. No lo es para sistemas aristocráticos, que conciben la desigualdad como virtud, ni regímenes autoritarios, que hacen de la exclusión del adversario la piedra angular de sus políticas. Gobernar para todos se dice fácil, pero exige del gobernante una virtud que no todos poseen ni aprecian: la moderación.

Desde la Antigüedad, grandes pensadores han sostenido la importancia del punto medio y los equilibrios, como Aristóteles y Cicerón, quien aconsejaba “deja que la moderación sea tu guía”. No es únicamente una postura moral, sino una recomendación probada para lograr un buen gobierno. La historia contemporánea ofrece varios ejemplos de los beneficios de la moderación gubernamental.

Ángela Merkel, nacida en la República Democrática Alemana (del bloque soviético), militó en las juventudes comunistas. No obstante, a la caída del muro de Berlín, en 1989 se sumó al movimiento Despertar Democrático, ligado a la Democracia Cristiana, y apoyó la reunificación de Alemania. Fue ministra para la mujer y la juventud en el gobierno del canciller Helmut Kohl. Cuando Kohl y su partido se vieron involucrados en escándalos por financiamiento indebido de campañas electorales, fueron desplazados del gobierno por el Partido Socialdemócrata. Enseguida Merkel se convirtió en líder de la Democracia Cristiana y cabeza de la oposición.

En 2005, la DC ganó las elecciones y Merkel se convirtió en canciller alemana, la primera mujer en el cargo. Una diferencia estrecha de votos la obligó a integrar un gobierno de coalición con sus oponentes socialdemócratas. Durante 15 años, en coalición o gobernando en solitario, la canciller ha destacado por su política de conciliación y por el carácter progresista de su gobierno, tanto en lo interno como en el plano internacional. Desde un principio hizo suyo el programa social y ambientalista de la izquierda; al mismo tiempo, ha mantenido la disciplina fiscal. Frente a la pandemia del Covid-19 su actuación ha sido ejemplar. Y todos los cambios los ha impulsado buscando siempre un consenso amplio en el parlamento. No es gratuito que Merkel hoy sea reconocida como una de las mejores cancilleres que ha tenido Alemania y como líder del mundo occidental.

Ricardo Lagos es recordado como uno de los protagonistas de la transición democrática chilena y uno de los más exitosos presidentes en la historia de su país. Si bien toda su vida ha sido un militante de la izquierda, nunca fue un radical. Colaboró modestamente como asesor externo en el gobierno de Salvador Allende, y durante la dictadura de Pinochet desempeñó cargos internacionales en la FLACSO y en la ONU. Con el retorno de la democracia, Lagos colaboró decisivamente en la concertación de los socialistas y los demócrata-cristianos, que gobernaría por cuatro períodos consecutivos. El consenso moderado de centro-izquierda consolidó la democracia e impulsó una prosperidad rara en el continente. Como presidente (2000-2004), Lagos promovió la investigación de crímenes durante la dictadura, a la vez que impulsó la reconciliación nacional; sostuvo la economía liberal, aunque acentuó reformas sociales; elevó la recaudación fiscal, modernizó el transporte, combatió la pobreza extrema; siempre fue respetuoso de las libertades y de la oposición. Con toda justicia, Lagos es hoy el expresidente más respetado y querido por los chilenos.

Tal vez el ejemplo más memorable de cambios profundos con políticas moderadas sea el de Felipe González. Militante desde muy joven del Partido Socialista Obrero Español, González impulsó la modernización ideológica y política del partido y jugó un papel sobresaliente en los pactos de la transición a la democracia. En 1982 el PSOE ganó las elecciones ampliamente y Felipe pudo formar gobierno sin necesidad de coalición con otros partidos. No obstante, aplicó una política de apertura y liberalización económica; impulsó la integración de España a Europa y defendió la permanencia en la OTAN; siempre respetó a la monarquía, palanca de la transición democrática postfranquista; apoyó las autonomías regionales, dentro de la unidad de España; reformó y modernizó a las fuerzas armadas; emprendió profundas reformas a los sistemas de educación, salud y de pensiones, a la vez que promovió la flexibilización laboral para aumentar el empleo, los salarios y la productividad. Algunas reformas provocaron conflictos con los sindicatos (de mayoría socialista), pero siempre dialogó y concilió con ellos. Al final de cuatro gobiernos socialistas consecutivos encabezados por González, España era una democracia consolidada, una economía moderna y competitiva, y un miembro relevante de la Unión Europea.

Esas experiencias de España, Chile y Alemania, entre otras, ilustran que los cambios progresistas no están reñidos con la moderación.

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