COVID-19 y su “nocaut” al grave diagnóstico de la educación en Michoacán.
“La Educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar al mundo” Nelson Mandela.
Para nadie es ajeno que la “enfermedad crónico degenerativa” del sistema educativo michoacano, con sus manifestaciones, protestas y suspensiones de clases por los conflictos magisteriales y ahora el Covid-19, agudizan la de por sí precaria situación de nuestros niños y niñas michoacanas que estudian en instituciones de educación pública, que hoy ven en riesgo el ciclo escolar por la emergencia sanitaria.
El COVID-19 nos llegó por asalto y nos tomó con los dedos en la puerta, los padres y madres que tenemos hijos en instituciones de educación pública observamos con preocupación el abandono de los profesores que perciben un salario, que en teoría deberían apoyarse de las herramientas tecnológicas, redes sociales, videollamadas, videoconferencias, WhatsApp o aulas virtuales, para acompañar el proceso de enseñanza-aprendizaje a distancia, pero que es totalmente inexistente, y que sólo remiten a páginas de la Secretaría de Educación del Estado que a su vez envían a sitios web del Gobierno Federal, con materiales obsoletos o insuficientes para hacer frente a la necesidad imperativa de estudiar desde casa.
Para nadie es ajeno que las suspensiones continuas en el sistema educativo michoacano ponen en vilo el aprendizaje y conocimientos adquiridos por nuestros niños. El adelanto de las vacaciones que antecedieron las medidas anunciadas por el Gobierno Federal, a las que por cierto se anticipó el Gobierno de Michoacán el pasado 17 de marzo al suspender clases, no se acompañó de esfuerzos por mitigar el impacto inmediato que tendrá el cierre de escuelas, particularmente para las familias más vulnerables y desfavorecidas, y no otorgó las herramientas para facilitar la continuidad de la educación a distancia o través del aprendizaje remoto.
No se cuestiona la necesidad de asumir medidas que permitan hacer frente a la contingencia, tal vez éste es el “menor costo”, comparado con las vidas que hay que salvar, pero en este escenario y de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y Cultura (UNESCO), el cierre de escuelas en el mundo obligados por el Covid-19 que deja sin clases a más de mil 543 millones 446 mil 152 estudiantes en 185 países, en Michoacán a un millón 326 mil niños y niñas; alerta del posible aumento de las tasas de deserción escolar, que afectará de manera desproporcionada a las niñas adolescentes, agudizando las brechas de género en la educación, aumento en el riesgo de explotación sexual, embarazo y matrimonio precoz y forzado[1].
Además en México datos de la Encuesta Intercensal 2015 establecen que las tasas más altas de inasistencia a la escuela correspondieron a poblaciones de 3 a 5 años y de 15 a 17 años. En el ciclo escolar 2016-2017 en Michoacán la cobertura para la educación preescolar fue de 75.2, primaria 94.4, secundaria de 76.7 y en educación media superior de 52.4%[2].
Los números no mienten y los retos son aún mayúsculos, pero también apuntan a un magisterio en su mayoría desinteresado y ocupado en todo, menos en su vocación que es educar. La pretensión de esta opinión, no es polarizar sobre si ahora les toca a los padres asumir la educación de los hijos, sino en ejemplificar que mientras un profesor de Telesecundaria en una comunidad rural del municipio de Huiramba ha decidido todos los días de manera puntual encontrarse con sus alumnos de manera virtual, resolver dudas y acompañarlos en este proceso, buscando alternativas que acerquen a los conocimientos a sus estudiantes, aún aquellos que tienen carencias para el acceso a internet; las instituciones ubicadas en Morelia zona urbana con acceso a las nuevas tecnologías, los docentes no responden las dudas de los padres de familia, dejan grandes cargas de tareas a los niños y no informan sobre los instrumentos para acceder a materiales didácticos, clases por televisión (que por cierto sólo son informativas), y un silencio impasible que es cómplice de una de las más graves violaciones e injusticias que atentan contra el interés superior de los niños, el garantizar su derecho humano de acceso a la educación, consagrado en el artículo 3 de la Constitución de México y en la Declaración Universal de Derechos Humanos.
En este tema reina la incertidumbre, no hay claridad sobre cómo sociedad, magisterio y Gobierno enfrentaremos el ciclo escolar que está por terminar y que tuvo un “nocaut” que deja pocas posibilidades de levantarse de esta caída, con la impasibilidad y ausencia total de una estrategia integral por parte de la SEP y la SEE, con auspicio de los sindicatos magisteriales que autodenominan defensores de la educación pública, y que están ausentes en propuestas y estrategias para no dejar perder el ciclo escolar por la suspensión de clases derivado de la presencia del COVID-19.
Durante este aislamiento, especialistas y analistas han enfocado sus baterías en exigir atención inmediata a los temas que sin duda son prioritarios, salud de la población, atención la contingencia sanitaria, planes emergentes para la economía familiar y apoyo a las pequeñas y medianas empresas, pero nadie ha volteado al tema educativo, fundamental en una crisis económica, social y política sin precedentes, porque con seguridad será el único instrumento que en un futuro no muy lejano salve a este estado, país y el mundo del gran tsunami que se avecina.
[1] UNESCO, “El cierre de escuelas debido a la Covid-19 en todo el mundo afectará más a las niñas”, https://es.unesco.org/news/cierre-escuelas-debido-covid-19-todo-mundo-afectara-mas-ninas, 31 de marzo del 2020.
[2] Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación en México (INEE), “La Educación Obligatoria en México, Informe 2019”, https://www.inee.edu.mx/medios/informe2019/stage_01/cap_0102.html, Consultado 3 de marzo del 2020.