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El trabajo doméstico, trampas del oportunismo laboral

La precariedad es una constante en la vida de muchas mujeres, no sólo de las mujeres que habitan en zonas rurales e indígenas sino también de las zonas con alta marginación urbana, para quienes el trabajo doméstico ha sido una alternativa para subsistir.

Historias contamos muchas, donde las abuelas y madres posiblemente se emplearon realizando trabajo doméstico, el cual consistía en un verdadero desafío, ya que no sólo se centraba en la limpieza de los cuartos desde hacer las camas, recoger la ropa sucia del piso o donde se dejara, lavar los baños, los trastes, hacer el desayuno, hacer la comida, lavar la ropa, tenderla para que se secara y  plancharla,  secar y acomodar los trastes, limpiar los muebles, regar el jardín o las plantas, y de paso cuidar a las criaturas de la casa en donde se estuviera realizando este trabajo, que al cabo ahí se les podía echar un ojo.

Mujeres trabajando más de 10 horas mientras que la paga infame, regateada, mínima, porque además se les daba de comer y pues eso compensaba, para muchas eso significaba buen trato y consideraciones que no se le debía tener a una persona que era tu empleada. Jornadas de 6 días a la semana, si enfermaba no podía ser por mucho tiempo ya que se les descontaba el día o bien se buscaban otra persona que lo hacía mejor y por menos precio.

La explotación laboral de las mujeres que se empleaban y se emplean en el trabajo doméstico no ha cambiado mucho, sigue siendo el mismo, mujeres que son reclutadas con poca escolaridad y pobreza, aunque también son traídas de sus comunidades con engaños a la ciudad para que trabajen con el pretexto de que van a estudiar y se les va ayudar, lo cierto es que esto no es así, pocas personas saben que esta esclavitud “moderna” es un delito y se llama trata de personas.

No olvidemos que las mujeres que se emplean en el trabajo doméstico también tienen su familia y por supuesto el trabajo doméstico de su casa, el cual se recarga en otras mujeres, casi siempre las hijas mayores, hermanas, abuelas, etc. Por eso decimos, que la desigualdad de género, se sostiene en la división sexual del trabajo y en la creencia de que las mujeres son las amas de casa, las reinas del hogar y ellas mandan ahí, pues no es así, ya que al invisibilizar el trabajo doméstico se cree que ellas sólo se dedican a la crianza y cuidado de los hijos/as y eso no tiene gran ciencia, cualquiera lo hace, es bien fácil.

La incorporación de las mujeres al mercado laboral asalariado no nos liberó, por el contrario implicó mayor trabajo no pagado, además de desplegar una serie de desigualdades profundamente estructurales, mucha horas de trabajo invertidas por poco pago para solventar el trabajo doméstico, los cuidados y crianza en otra labor mal pagada, y así la espiral de precarización.

Me pregunto si estas mujeres de pago asalariado bajo podrán cumplir con los derechos laborales que ellas no tienen, como ahora lo amerita la contratación del trabajo doméstico de otra mujer, posiblemente no. Lo anterior, implica reconocer que más del 95% del trabajo doméstico es informal y con sólo el acuerdo de quien necesita un trabajo y de quien lo recibe basta.

El trabajo doméstico está naturalizado, no es productivo en este sistema patriarcal y capitalista, y desafortunadamente nadie puede dar igualdad cuando no la tiene, y me refiero específicamente a las mujeres cuando muchas de ellas ganan menos del 30% a trabajo igual que los hombres. Considerando que los hombres que requieren del trabajo doméstico casi siempre le piden a sus madres o hermanas que se lo realicen, así como cuando les toca los días que deben cuidar a sus hijos/as si es que lo hacen es mejor llevárselos, en su imaginario esta apoyar y dar una lanita más no reconocerlo como un trabajo.

La pandemia del COVID-19, no sólo ha matado a mujeres y hombres, sino ha desenmascarado las desigualdades que cotidianamente enfrentan miles de mujeres, trabajo mucho más escaso, ingresos bajos y condiciones laborales casi esclavizantes, si quieren conservar el poco empleo que hay y la paga insuficiente que se les ofrece, aunado a la falta de apoyos gubernamentales federales y estatales, que requieren principalmente las mujeres madres de familia, que se están empleando, y que consiste en el acceso a estancias infantiles, escuelas de tiempo completo, club de tareas, estancias vespertinas multigrados, espacios de convivencia pedagógica, en donde puedan ser cuidados sus hijos/as mientras ellas trabajan.

Las mujeres trabajadoras domésticas, como las que desarrollan otros empleos como las jornaleras, son quienes deberían acceder a los apoyos gubernamentales de manera equitativa, contar con espacios en donde cuiden a sus hijos/as podría incidir en el rompimiento de la circularidad de la pobreza y la precariedad, así como de la exposición a la violencia familiar incluyendo la sexual a la que se enfrentan con sus familias, además de prevenir otros accidentes que pueden resultar fatales por la ausencia de cuidados.

Esta situación pandémica que atravesamos socialmente, puede ser la oportunidad para transformar lo que no ha funcionado en materia de políticas públicas sociales, asistenciales y de género por años y que no se podía parar porque no había un consenso del por qué y para qué hacerlo, pero ya paramos y lo que es evidente es que la crianza y los cuidados de los hijos y de las hijas es preponderante, porque requiere de la presencia del padre y de la madre, idealmente sin violencia, lo cual parece que estamos lejos de conseguirlo, pero también podemos ver con mayor claridad en donde están las necesidades y los intereses que socialmente requerimos las mujeres y los hombres para incorporarnos en el mercado de trabajo y cuáles son los programas y acciones que deberíamos exigir a los gobernantes.

Reivindicar las políticas públicas orientadas al reconocimiento del trabajo doméstico, como el de los cuidados y la crianza deberían ser irreductibles en un plan de gobierno, además de estar fuertemente sostenidos por los recursos públicos, así como los apoyos asociados a la alimentación y adquisición de alimentos de calidad a través de trueques o actividades sociales que destaquen el cuidado de adultos mayores, discapacitados, personas en recuperación de operaciones y enfermedades terminales, mujeres violentadas, etc.

Es decir, se puede llevar el trabajo doméstico a la remuneración justa, tanto en el espacio público como privado, con la organización social de las mujeres, ya que son evidentes los riesgos de explotación o servidumbre, así como de aquellos consorcios que pretende capitalizar por así decirlo el trabajo doméstico, y beneficiarse de la mano de obra barata a través de servicios de cobro alto.

Debemos tomar en cuenta que este sistema económico neoliberal anula de entrada a las mujeres, colocándolas como sustituibles al tecnificar el trabajo doméstico institucional, con máquinas que barren y pulen los pisos de las oficinas y que requieren de mano de obra masculina porque se cargan objetos pesados y poca mano de obra laboral femenina, solo para lavar los baños, ya que no requiere de permanencia porque los servicios son temporales. Y por otro la idea de que el trabajo doméstico es un trabajo sin valor, además de voluntario.

Hoy más que nunca debe ser viable el ingreso único vital, lo que implicaría una participación social masiva, porque se trata de compensar las desigualdades que enfrentan las mujeres y los hombres que al realizar un trabajo cuyo ingreso es nulo o precario, requiere de una compensación no sólo temporal sino constante que lo lleve a su vez al acceso de sus derechos básicos como servicios de salud, alimentación, ahorro, habitación, entre otros, de tal manera que sean las mujeres que realizan tanto el trabajo doméstico como los cuidados y crianza quienes ocupen los primeros apoyos, con lo que posiblemente esta vida sea un poco más equitativa y justa. Dejemos las opiniones discriminadoras, violentas y racistas, todas merecemos un trato digno porque no se trata de quitarle nada a nadie, simplemente de acceder a lo que se nos ha negado por derecho a las mujeres.

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