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Nudos de la vida común. Cuentas incobrables

Veneno: sustancia que actualmente predomina en el aire, el agua, la tierra y el alma”. Eduardo Galeno

“Relaciones tóxicas” es uno de los términos que han entrado en nuestro lenguaje en este siglo. Con ellas, nos referimos a los nexos afectivos que establecemos con personas cercanas a nosotros, como puede ser una pareja, una amistad íntima, el padre o la madre, o incluso, un líder o un grupo o el propio trabajo. La toxicidad se refiere a que el saldo emocional que nos deja la relación personal, profesional o laboral, resulta negativo.

Steve Covey, escritor reconocido por sus “7 hàbitos de las personas altamente efectivas” señala que al establecer una relación, abrimos una especie de chequera emocional, donde hacemos depósitos cada vez que realizamos acciones que nutren y dan vida a la relación. Pero de la misma manera, como seres humanos que somos, imperfectos y con expresiones erráticas de nuestro ser en construcción, cometemos actos que merman el vínculo, vaciando la vida del mismo.  

Mientras el saldo se mantiene positivo, el nexo se fortalece, siendo posible abrir una línea de crédito temporal para cuando el resultado se vuelve negativo. Sin embargo, si este pasivo no se reintegra durante un periodo prolongado de tiempo, la  parte acreedora empieza a marchitarse hasta terminar por secarse.

Lo humanamente lógico es que cuando una relación merma nuestras energías y no ofrece un panorama de mejora en un futuro dentro de un margen de tiempo razonable, reclasifiquemos esta relación. Cuando ninguna de las partes da el paso, se vuelve tóxica.  La pregunta que queda en el aire es ¿por qué quedarse en una relación así? Permítanme presentarles una hipótesis: por la esperanza de que la deuda sea pagada algún día.

En esta ilusión, se apuesta el darle sentido a toda la inversión; el afecto, la atención, la escucha y hasta el dinero invertido en la persona; la fidelidad, la lealtad y el apoyo y hasta el cubrir la espalda al líder; el talento, el tiempo, los retos y hasta los malos ratos y tratos en el trabajo.

Sin embargo, ninguna relación, sin importar su naturaleza tiene garantía de reciprocidad. Menos aún cuando tenemos expectativas que no han sido comunicadas, validadas y compartidas con la otra parte. Con frecuencia, vivimos esperando un “se supone que”, que el otro no comparte o que sencillamente, ignora. Ahí es donde la cuenta se hace incobrable.

Sucede en cada escenario. En una pareja donde asumimos que el otro tomará acciones y decisiones conforme a lo que para nosotros es lo deseable o como deberían ser las cosas pero que desde su plataforma de vida es totalmente distinto. Con un líder que seguimos, apoyamos y aplaudimos por su discurso, pero para quien no existimos sino como una parte indefinida de la masa que lo sostiene. En el trabajo donde damos todo y donde cada entrega se paga únicamente en efectivo. Nos guste o no el precio.

Por supuesto, no es lindo reconocer que nuestra inversión se fue a la quiebra. Por eso nos escalonamos al compromiso y nos mantenemos firmes con la meta de demostrar que teníamos razón y que nuestra riesgosa apuesta pagó dividendos al final del día. 

Argumentamos nuestro valor propio en ganar la jugada, como siendo protagonistas de una historia épica. Sin embargo, no toda cruzada tiene un final feliz, y por andar de redentores, podemos salir crucificados. Ya sea que la deuda es incobrable porque solo existe en nuestra imaginación  -solo nosotros creemos que nos deben algo-, o bien porque alguien abusó del crédito emocional que les extendimos, es importante reconocer que esta relación necesita ser reclasificada como una cuenta incobrable para recuperar la paz.  Si ya menoscabó nuestro patrimonio emocional, hay que detener el tamaño del hueco y resanarlo, pero esa es una tarea que nadie puede emprender por nosotros, y mucho menos, el presunto deudor.

Salir de una relación tóxica, de una empresa envenenada emocionalmente o de una dependencia virulenta de un líder o grupo social, requiere del valor que da la humildad, el cual construye los corazones recios de los verdaderos luchadores sociales, esos que transforman e inspiran a la humanidad. 

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