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NUDOS DE LA VIDA COMÚN. El grano de arena y el kilo de cal.

¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero eres solo tibio

  • Apocalipsis

Encuentro tres vías para la actuación responsable de la empresa. La primera, es la exigencia del cumplimiento de las leyes a la que está sujeta: laborales, fiscales y mercantiles, principalmente. La segunda, las demandas del mercado en cuanto a calidad, precio y entrega de valor. La tercera, es la consciencia de la alta dirección. En resumen, lo hacen “porque no me queda de otra”, “porque me interesa” o “porque quiero”.

Si el empresario se encuentra en el primer caso, operará dentro de los mínimos indispensables y rayando en el margen de la ley. En el segundo caso, su motivación será mantener una ventaja competitiva que le permita ganar un mayor margen de utilidad. Guiado por este deseo de permanencia, probablemente realice algunas acciones filantrópicas o altruistas que le hagan ganar el ser bien visto por su mercado. En ambos casos, la acción responsable carece de autenticidad, lo cual con frecuencia atrae una consecuencia opuesta a la esperada: una mirada desconfiada por parte de su entorno.

Dejando de lado lo difícil que es hacer empresa en nuestro país, donde la burocracia y la corrupción secuestran cualquier buena intención, mantener políticas y prácticas responsables en el mundo de los negocios solo es posible con un compromiso sólido y genuino por parte del empresario. Esto es producto de una consciencia profunda de su rol social y los impactos que la operación de la empresa tiene en su entorno.

Entonces la gran pregunta es ¿cómo se forma esa consciencia en el empresariado? La experiencia nos dice que viene por dos hechos: una personalidad formada con valores éticos o bien, una situación límite que atraviese la empresa o sus directivos que los hagan tomar decisiones para caminar por una avenida comprometida con su sociedad y su medio ambiente.

Buscando más respuestas para esta pregunta y no tener que resignarme a que las empresas responsables son un garbanzo de a libra, asistí a un curso sobre la mentalidad sustentable. Uno de los principios que se me ofrecían se llamaba “mi contribución”. Mi juicio me llevó a que escucharía nuevamente el discurso del grano de arena que ciertamente calma nuestra consciencia con un acto de buena voluntad. Sin embargo, la instructora nos interpeló severamente: cuando vemos un problema social, ¿cómo contribuimos a que esto pase o se agrave?, o peor aún ¿qué hemos dejado de hacer para que suceda? Nos puso ante el espejo: las empresas, el mercado y los individuos estamos contribuyendo más con las causas que con las soluciones.

Si veo algo que atenta contra el bien común ¿qué hago al respecto? ¿actúo o espero que alguién más se haga cargo pues es su responsabilidad y no la mía? ¿cuántos actos y decisiones que atentan contra el bien común hemos criticado y lamentado? ¿y en cuántos hemos hecho algo? Ahí se van sumando nuestros kilos de cal.

Por ejemplo, en el caso de los negocios que se niegan a acatar medidas para romper la cadena de contagio, los consumidores tenemos más responsabilidad cuando en lugar de organizar nuestras compras en estos momentos de contingencia, andamos buscando dónde está abierto para salir de casa. E insisto, no se trata de dejar de consumir, sino de hacerlo en momentos que no provoquemos conglomeraciones. Así, amable lector o lectora, si es su costumbre festejar el día del amor y la amistad y su situación económica lo permite, escoja su propio día de celebración esta semana o la siguiente. Nuestro consumo puede ayudar a reactivar la economía, solo necesitamos no hacerlo todos el mismo día y en el mismo momento.  El consumo responsable entonces, será el que regule a los empresarios del segundo grupo que mencionaba al inicio de este nudo, los que solo les interesa mantenerse en el mercado para seguir generando riqueza para sí mismos. 

Otro caso es la frecuente queja sobre los políticos en nuestro país, donde la alternancia del poder ha significado únicamente el cambio de camiseta con la que roban el erario público para beneficio propio y de sus aliados. Un gobierno que sanciona a las empresas si ello puede traer un acuerdo jugoso debajo de la mesa, o deja de hacerlo si es su aliado. En la queja no hay poder. Al encontrar mi parte de responsabilidad en mi contribución activa o en mi pecado de omisión, surgen los motivos para hacer algo al respecto y la fuerza para actuar en contra del error. Ahí es donde está nuestra responsabilidad. Y nuestro verdadero poder.

Empezamos a desatar el nudo de lo mal que están las cosas en nuestra sociedad cuando dejamos de actuar de manera negligente, dejando que solo empeoren y en su lugar tomamos acción responsable. Se trata de asumir el rol que nos corresponde en la parte de la historia que nos toca escribir. 

Hace unos días alguien me planteó otra pregunta interesante ¿qué tan buenos ancestros estamos siendo?  Si pensamos en siete generaciones más adelante de nosotros, ¿qué camino estamos trazando para ellos? En nuestro caso, siete u ocho generaciones anteriores a la nuestra lograron hacer de México un país independiente, lo cual hoy nos permite gozar de muchas libertades. Pero también, esas mismas generaciones hicieron de la discriminación por raza, género y clase social el status quo, y aún seguimos pagando las consecuencias. 

Dicen que los buenos somos más, y así lo creo, pero nos falta salir de la tibieza. Seamos  buenos ancestros y pongamos toda la arena que se necesita para cubrir toda la cal que hemos derramado.

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