Con el arranque formal de las campañas para las presidencias municipales y las diputaciones locales Michoacán entra de lleno en el proceso electoral, en el que prácticamente se definirá el futuro del estado.
Hoy, más que nunca se enfrentarán dos maneras de entender el ejercicio del poder, en una lucha electoral que tendrá a Morena como el rival a derrotar.
Si bien lo que llama la atención es la contienda por la gubernatura, no hay que dejar de lado lo que pueda pasar en las alcaldías y en el Congreso, lo que resultará esencial para mantener la gobernabilidad en Michoacán.
De arrasar Morena, es indudable que nos enfrentaremos a un escenario complejo, en el que privará una forma de ejercer el poder que, como hemos visto en últimas fechas, significa un serio desafío para la vida institucional del país.
De ganar la alianza conformada por PRD, PAN y PRI, se garantizaría la continuidad, lo que puede llevar a que el traslado de poderes se realice de manera tersa y se asegure, de entrada, que los programas y acciones que han resultado benéficos se mantengan.
Lo que hemos visto de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador y de otros gobiernos de Morena, como el de Morelia, nos ha permitido colegir que para los morenistas el mundo se divide en propagandistas y detractores, sin espacio para quienes asuman un papel imparcial. Se gobierna desde un centralismo que raya en el autoritarismo, cerrando los espacios para todo tipo de voces críticas, aunque tengan la razón.
Los morenistas repiten los mismos vicios que han censurado en el pasado, pero se escudan en la excusa de que ahora son diferentes, como si el cambio de bandera fuera un baño de pureza política. Es por esto que hoy vemos figuras que en el pasado fueron repudiados y que hoy se asumen como adalides de la democracia.
En el caso contrario, el gobierno de Silvano Aureoles Conejo ha transitado de un escenario de crisis generalizada a uno de mayor normalidad democrática, si bien todavía con situaciones que nos recuerdan que todavía no es posible lanzar las campanas al vuelo. El caso Aguililla es un recordatorio de que ningún problema se debe dar por superado antes de zanjarlo de manera definitiva.
La lucha que viene no es entre conservadores y liberales, como nos la han querido pintar, sino entre sentido común y polarización. El sentido común es ver en la política una suma de voces en la que la toma de decisiones surja del consenso y tenga como finalidad última el bienestar de la sociedad. La polarización es gobernar desde el capricho personal y someter a las instituciones a nuestro deseo y corromperlas cuando haya voces que se nos resistan.
Lo que es muy cierto es que de ninguna manera Michoacán puede volver a los escenarios de violencia y crisis económica que vivimos todavía hace unos cuantos años. Regresar a la ingobernabilidad, a la inestabilidad, sería tanto como abocarnos a un sexenio perdido, en el que lo que se ha conquistado se vuelva a perder.
El votante decidirá para donde se inclina la balanza, pero es necesario que en esta coyuntura especial el ciudadano vote con la memoria, apelando al sentido común y no a las ilusiones de quienes solo venden humo.
