El gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador destinó más recursos para el Tren Maya que para atender la pandemia por el COVID-19. El monto es casi 14 veces más, según lo han referido diversos medios. Esto no sólo es un indicativo de cuáles son las prioridades del presidente, sino también de una forma de gobernar que ha privilegiado más la forma que el fondo.
El caso más reciente, su respuesta a la tragedia de la Línea 12 del metro, es ilustrativo de este comportamiento. Durante la mañanera de ese día, el mandatario tuvo apenas unos segundos para expresarle sus condolencias a los deudos de las víctimas, en tanto que para respaldar a Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard ocupó más tiempo, y aún más, casi una hora, para denostar a la organización Mexicanos Contra la Corrupción, a la que acusó de encabezar un golpe en su contra.
Días después, atajó que no iría a visitar el lugar de la tragedia porque eso era algo que ya debía desterrarse por ser una práctica conservadora. Al carajo, nada de fotos, dijo, pero eso no fue no fue impedimento para que, al día siguiente, acudiera a revisar los trabajos de la refinería que construye su gobierno y ahí sí se tomara imágenes y videos. Para el presidente hay de prioridades a prioridades. ¿Qué pueda aparecer como frívolo e insensible? No le importa; él está en lo suyo.
Esto de ninguna manera es algo circunstancial. Se trata de una forma de ser de AMLO que privilegia la forma por encima del fondo, que atiende más a lo aparente que a lo real. Y esto obedece a que el presidente vive inmerso en una paranoia que lo aísla de la realidad y lo hace ver enemigos por todas partes. Mientras alguien, una persona o sector, no se pliegue a sus obsesiones, se mantendrá en el rechazo permanente.
En la forma, cree que apoya a las mujeres; en el fondo, minimiza la lucha feminista porque considera que es opositora a su gobierno. En la forma, se dice respetuoso de la libertad de pensamiento, pero en el fondo sólo acepta a los intelectuales y críticos que le aplauden. En la forma, apoya la cultura, pero en los hechos le retira recursos al considerar que es un sector deleznable. Hay muchos ejemplos más, pero la esencia es la misma: AMLO tiene una ruta y nada lo va a hacer cambiar, ni siquiera una tragedia en la que 26 personas perdieron la vida por una negligencia de autoridades emanadas de su propio partido. Sus obras son trascendentes, los mexicanos prescindibles; las primeras le garantizan un lugar en la historia; lo demás es un estorbo.
Lo que vale es lo aparente: crear obras faraónicas, elaborar amplios y demagógicos discursos sobre las bondades de la democracia, considerarse padre de la patria e impulsor de una egocéntrica cuarta transformación de la que seguimos esperando sus bondades. De ahí que para el presidente la gente de carne y hueso, los de a pie, apenas le merezcan unas palabras. Es más importante el tren maya que atender el COVID; es más importante el nuevo aeropuerto, la refinería, que ofrecer respaldo y palabras de aliento a los deudos de una tragedia. Es más importante, en suma, posar para la historia en las mañaneras, proferir frases grandilocuentes aunque huecas, prodigar amor de manera abstracta a los sectores vulnerables, que salir de Palacio Nacional y mezclarse con la gente.
En su eterno protagonismo y victimismo, él es el que dice la última palabra, bien para educarnos sobre la supuesta buena marcha de su gobierno, bien para quejarse de que los sectores que lo critican lo hacen porque son conservadores. En ningún momento se la ha ocurrido pensar que hay personas sensatas que no quieren derrocar su gobierno, sino sencillamente que se comporte como el estadista que nos merecemos todos los mexicanos.
Quien ahora espere la menor empatía y solidaridad de AMLO con los ciudadanos se quedará esperando. El presidente ya se ha distanciado tanto de la realidad, que no vive más que para su mundo de fantasía, perorando en las mañaneras un discurso delirante que ya tiene poca cabida en una sociedad que, como muestran las últimas encuestas, empiezan a estar hartos de su palabrería.
