Mtra. Nuria Gabriela Hernández Abarca
Como sabemos este año será decisivo en la vida pública y política del estado de Michoacán, aunado a la realidad en la que nos mantiene el COVID y los métodos que personal y colectivamente se implementan para sobrevivir, tenemos a la par la carrera por la jornada electoral del 2021, donde además la palabra paridad cobra relevancia, como la materialización de las luchas de miles de mujeres en la historia para que la representatividad en las autoridades sea en condiciones parejas para mujeres y hombres, logrando con este fin, el tener mujeres en los cargos de elección popular, en las representaciones públicas y la administración pública que garantice la visibilización de las necesidades del sector femenino, pero también, el cumplimiento de las demandas olvidadas.
La apuesta es alta, los retos muchos y las oportunidades paritarias; sin embargo, el gran reto a vencer es sin duda alguna, la inercia aprendida, las violencias normalizadas, la resistencia encarnada en una estructura social y política que sigue observando a las mujeres como personas que “no nacimos para gobernar”, o “no nacimos para gestionar”, o “para generar o disponer sobre las decisiones colectivas”, o mucho menos para “decidir sobre nosotras”, entre otras cosas, para las cuales a decir de esta cultura, parece ser que biológicamente no tendríamos la capacidad.
Lo que es cierto es que, aún y cuando todos estos pensamientos colectivos y sociales den vuelta en la cabeza de muchas personas, las mujeres estamos más que preparadas para hacer frente a este y otros retos, sabedoras de que el llegar hasta aquí, ha costado y mucho, les ha costado mucho a las otras, a las nuestras, a nosotras; ha costado tiempo, y sobre todo, mucha insistencia para hacer entender a la generalidad, que los derechos no se negocian ni se ponen a votación; no se cuestionan, se exigen y se ejercen; no son concesiones, es obligación del Estado la generación de mecanismos para su acceso.
Debemos como sociedad transitar hacia una democracia paritaria donde podamos encontrar coincidencias que garanticen que las decisiones que se tomen en los espacios de poder abonen por igual al crecimiento personal y colectivo de mujeres y hombres, teniendo en claro también, las desigualdades estructurales que históricamente las mujeres hemos vivido en los diferentes espacios y realidades. Entre estas, la violencia de género, que, en un contexto político desgraciadamente, realiza su aparición estelar desde las precampañas hasta después de ellas. El sólo hecho de que una mujer anuncie en corto o públicamente su interés de participar, genera un sinfín de sentimiento entre las y los demás, y ahí comienza una carrera sin fin de descalificaciones que por cierto hoy, ya son un delito en el territorio estatal.
La realidad nos había acostumbrado a que éstas son las particularidades de la vida pública y política, que el escarnio personal es algo de todos los días y que debiera seguir siendo la normalidad de una carrera electoral, lo cierto es que, hoy ya no debe ser así; y digo debe, por que por fin, en este año el andamiaje jurídico nacional y estatal fijaron ya las bases para sancionar la violencia digital y la política, y también dejaron claro que no se permitirá seguir normalizando la violencia sexual, la violencia en cualquier tipo y mucho menos el permitir que las personas se hagan de la vista gorda ante sus obligaciones y deberes alimentarios.
Las mujeres por otro lado, debemos de tener claro este panorama, abrir bien grandes los ojos para saber que ésta, es la oportunidad de poder hacer un giro en la historia de la participación política de las mujeres, tanto para ser votadas como para votar, teniendo claro que nuestros votos deben de ser para las personas, hombre y mujeres que tengan claro que la agenda de género y de infancia deben ser prioridad, no solo en el discurso, sino materializadas en indicadores que eventualmente se conviertan en propuestas de leyes o de políticas públicas de vanguardia, propuestas que no den pasos atrás en las conquistas ya ganadas, que también costaron mucho, -a muchas-, incluyendo sus vidas, por eso insisto, abrir los ojos, poner atención a las propuestas y ver sobre todo acciones concretas, deben ser nuestro termómetro pro-agenda de género, que también por cierto, mida los riesgos de los retrocesos que se asoman a simple vista.
Los techos de cristal que vivimos las mujeres, que son ni más ni menos que la barrera invisible que nos impiden a las mujeres alcanzar espacios de responsabilidad o poder, son también un entramado de obstáculos también invisibles que nos hace que nos cueste más, ser parte de la vida pública y política de nuestro estado, o que de plano nos lo impida. Hoy juntas debemos tener bien clara una frase “Este mundo no va a cambiar a menos que estemos dispuestas a cambiar nosotras mismas”, así que, a darle, acompañando o protagonizando, pero siempre de la mano de la sororidad y la empatía, esperando un mejor lugar en donde vivir para todas.