Todo grupo humano florece o se marchita en los claroscuros de su líder. El nudo que les propongo hoy, amables lectores, es sobre el dilema de responder a las expectativas que se tienen sobre nosotros en nuestro rol de líderes o el ser auténtico para poder conectar desde la realidad personal más íntima con quienes tenemos alrededor.
Es necesario empezar por desmitificar el poder de las circunstancias para no caer en mero romanticismo. No podemos negar que las presiones del entorno tienen un efecto estructural en la experiencia de un colectivo, ya sea una familia, una empresa, una institución civil, artística, política, deportiva o religiosa o incluso, un grupo meramente social. Sin embargo, la forma en que se navega por esas condiciones contextuales tienen que ver más con la autenticidad del líder que de la adversidad o benevolencia de la situación que nos toca vivir.
De hecho, recordando una vez más a Viktor Frankl, no tenemos control sobre los sucesos de la vida, pero sí de la actitud con la que los enfrentamos y eso es lo que verdaderamente configura nuestra realidad. La historia que nos contemos y que contemos a nuestro grupo es el lienzo de nuestra percepción y cada decisión y comportamiento que tomamos, es guiada por ella. Cada vez que una persona en rol de liderazgo encuentra en las circunstancias el confort de la justificación del fracaso y con ello, el salvavidas de su ego, se vive como víctima. En esta actitud, ningún grupo puede progresar. Por el contrario, cada vez que una persona decide liderarse a sí misma eligiendo una actitud de protagonista de su propia vida, nace la inspiración que eleva el espíritu de sus liderados.
Es muy probable que el liderazgo sea uno de los temas más socorridos tanto en la literatura académica como en la artística. Múltiples teorías y enfoques han tratado de explicar en qué consiste ser un buen líder, en un sincero intento de desarrollar habilidades en las personas para lograr una influencia positiva en su entorno. Sin embargo, la abrumadora mayoría de ellas se enfocan en crear expectativas de lo que el líder debería ser, las cualidades que debería adquirir y la forma en que debería ejercer sus funciones. Todo esto pasa por alto a la esencia de la persona y la inviste de la demanda social que se tiene sobre ella. ¿El resultado? Que la persona que se encuentra en esa posición demanda a su vez las expectativas sociales que tiñen el rol de cada miembro del grupo que lidera.
Liderar desde las expectativas, es pues, un enfoque que violenta la identidad y desdeña el valor único de cada persona. Ese es un lugar donde nada germina, por que nada es propio. Por el contrario, liderar desde la autenticidad permite una conexión real con las personas próximas a nosotros.
Un líder auténtico tiene la valentía de ver con compasión sus propias luces y sombras e integrarlas con honor y respeto en su personalidad. Es decir, es capaz de quitarse la máscara de la expectativa del líder y mostrarse al mundo con su rostro real, consciente de que su esencia y es su verdadero don para el mundo. Cuando el líder destruye la careta de las expectativas, se permite a sí mismo descubrir y apreciar la esencia de cada persona y al mismo tiempo, las libera de la carga de tener que aparentar constantemente que están llenando el molde que se les ha impuesto.
Derribada esta coraza, surge el potencial real de la persona y es ahí donde se encuentra la tierra fértil para que sus capacidades germinen. La autenticidad trae a la relación un mensaje genuino de nuestras cumbres y nuestros abismos, lo cual construye el puente por el cual salimos de nosotros y caminamos hacia el encuentro del otro. Esta conexión es la que en silencio otorga un permiso de dejarse conducir y disponerse a transitar la ruta que lleva a los objetivos del grupo, bajo el amparo de la confianza en el otro, en sí mismo y en el destino.
Ser auténticos significa reconciliar nuestras virtudes con nuestros retos más íntimos y profundos, y desde ahí, ser capaces de aceptar, valorar y estar en paz con que las demás personas también viven en sí mismas ambos lados de la moneda. El líder auténtico, al amarse tanto en su riqueza como en su pobreza interna, habilita a otro a hacer lo mismo, despertando en él y ella, el poder de la aceptación personal.
El liderazgo es el volante humano que conduce nuestra realidad social. Liderar desde la expectativa, que es ajena a nosotros, solo nos reduce a pretextos. Liderar desde la autenticidad, elimina las interferencias que limitan nuestro potencial.