Juzgar los hechos amargos con un sesgo optimista
equivale a no habernos enterado de ellos debidamente
- Josė Ortega y Gasset
Un sesgo inconsciente puede cambiarle la vida a una persona. Al actuar sin darnos cuenta de que estamos respondiendo a un estereotipo, podemos descartar a una candidata valiosa a un puesto de trabajo, otorgar una beca a quien la merece o necesita menos que otro o tomar un consejo de quien atribuimos razón por las expectativas que hemos puesto sobre esa persona.
Los sesgos son atajos que toma el cerebro para adoptar posiciones, hacer elecciones y decidir tanto sobre lo cotidiano como lo trascendente. Ante la gran cantidad de datos y estímulos que recibimos durante el dia, nuestro cerebro responde acomodándolos en grupos y filtrándolos para darles sentido y así poder dar una resolución rápida a las demandas del entorno. Como estos pequeños y grandes desafíos producen estrés, – y si se demora nuestra respuesta, ansiedad -, el cerebro, como mecanismo de defensa, procesa la información a una velocidad vertiginosa tomando la autopista de los sesgos.
Esta reducción del estrés y la ansiedad es lo que hace que nuestro cerebro se sienta tan cómodo con los estereotipos. Sin embargo, nos pueden llevar a tomar muchas decisiones que nos limiten a nosotros mismos y a los demás, empobreciendo nuestra vida común.
Hay una enorme cantidad de sesgos que culturalmente hemos adquirido. Algunos ejemplos son la posesión o la carencia de habilidades por género, edad, raza, constitución corporal, ideología, religión, condición social, económica o educativa. También hay estereotipos muy específicos como el hecho de ser deportista de alto rendimiento en una disciplina particular, poseer un título de cierta profesión o de cierta universidad o por haber tenido oportunidad de vivir en un país extranjero. Por supuesto, todas estas características y circunstancias tienen un significado profundo en y para la persona que los tiene, lo que puede ser sustancialmente distinto a nuestra percepción.
Un buen ejercicio para sensibilizarnos a estos sesgos es tratar de imaginarnos los que pueden tener los demás sobre nosotros mismos. Por ejemplo, que por nuestra edad nuestras ideas no tengan utilidad para el mundo contemporáneo, o por el contrario, que por ser joven carezca de valores morales. O que por el hecho de ser mexicanos seamos o muy transas, o muy religiosos. La existencia de estereotipos nos hace terriblemente vulnerables, además de que niega nuestra dignidad al ignorar nuestra individualidad y valor personalísimo. Un sesgo inconsciente de alguien pudo haber cambiado también nuestra vida.
Pero, amables lectores, les tengo una mala noticia. Peor que los sesgos inconscientes, son los sesgos conscientes que seguimos creando. La afinidad política no hace a una persona ni floja ni inteligente. Tener o no dinero no hace a una persona ni deshonesta ni virtuosa.
Identificarse con un género no hace a una persona más sensible ni más racional. Ser un ávido lector o poseer un posgrado no hace a una persona sabia, como ser analfabeta no hace a una persona ignorante. Enarbolar una religión no hace a una persona ni espiritual ni solidaria, como ser ateo no significa lo contrario.
Los sesgos apoyaron el holocausto, como ahora están apoyando la persecución a migrantes en los Estados Unidos y la guerra en Gaza. Los sesgos han marginado a generaciones de madres solteras y han justificado cientos de feminicidios. Los sesgos son la raíz podrida del racismo y padres de políticas tan terribles como el apartheid.
Necesitamos personal y colectivamente tomar consciencia de nuestros sesgos, darnos el tiempo de identificarlos, desmenuzarlos y cuestionarlos, aprender a ver el mundo desde las miradas de quienes nos son diversos y tener el valor de detener a nuestro cerebro cuando por querer decidir rápido nos lleve al error.
Tú y yo tenemos sesgos. Hablemos de ellos y desarmémoslos, para que juntos podamos expandir nuestra vida común.
