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Nudos de la vida común. Más filosofía, menos falacia

La vida debe ser comprendida hacia atrás, pero debe ser vivida hacia delante

  Søren Kierkegaard

Para que las personas tengamos una oportunidad de alcanzar una existencia en plenitud, necesitamos que las decisiones de nuestra vida común sean tomadas desde la reflexión y no desde la falacia, desde la razón que observa y considera la emoción y no desde la emoción que desecha la razón, desde la contemplación de nuestra historia pero también desde la proyección de nuestras posibilidades de futuro.

Somos una sociedad que ha desdeñado la filosofía por el esfuerzo mental que representa, pues en algún momento nos hicieron creer que era material de relleno en las escuelas y que debíamos enfocarnos en los conocimientos prácticos que pueden ser monetarizados. Nos alimentamos de los chicles mentales que nos ofrecen las televisoras y las redes sociales y dejamos que nuestro espíritu se disuelva en los dramas e ilusiones superfluas que nos sirven en las pantallas.

Compramos el papel de víctimas, ya sea del gobierno, de nuestro trabajo, de nuestras familias o cualquier grupo, con la esperanza de ser redimidos al final de la historia, o bien, de ver saciado nuestro anhelo de venganza al ver que el otro sufre lo mismo o más que nosotros, para igualar el marcador. 

Parece que el objetivo es que todos perdamos, para sentirnos menos perdedores, en lugar de buscar como ganamos todos, para ser más ganadores. Lo primero es sencillo, se logra repitiendo falacias que encienden emociones. Lo segundo, requiere de reflexión, de diálogo en comunidad para comprendernos en profundidad, de descubrir lo que produce un mayor bien en nuestra vida común.

Concretemos en algunos ejemplos. Buscamos atajos para no involucrarnos en la evaluación de un argumento, a través de emitir un juicio sobre la persona que lo presenta. Es decir, rechazamos una idea atacando a la persona que la presenta y no escudriñando en ella para ver si tiene o no algo de verdad. Buscamos desacreditar al vocero por su origen, personalidad, afiliación o reputación. Un ejemplo muy reciente son las pasadas elecciones judiciales. Esta reforma nació de las falacias de que el sistema judicial entero es corrupto y que votar por las personas juzgadoras terminaría con ello. Se azuzó un sentimiento de traición por parte del poder judicial entre la población, minimizando o hasta ignorando a todos los servidores que sí han actuado con base en la verdad y en la justicia y que han protegido los derechos de la población.

Pero como ocurre con frecuencia, el error es mediático y la virtud, silenciosa. ¿Cómo decidir por quién votar?  Por el acordeón -ya fuera por los números en una hoja o por el  atajo de siglas- que nos dio alguien que a nuestros ojos, debe tener razón.  Tristemente, nuestra capacidad intelectual no nos da para más.

La lógica le llama a esto falacia ad hominem y nos advierte precisamente que podemos estar construyendo sobre un pantano, al no hacer una valoración real de los argumentos y no elaborar los propios para iluminar el momento de tomar una decisión.

Lo mismo hicimos con el poder legislativo. Lo pintamos de un mismo color, para que ya no haya necesidad de analizar los temas sociales que nos afectan ni de recurrir al diálogo para encontrar el bien común. Eliminamos el debate filosófico porque hemos creído que es algo vano y etéreo y por tanto, innecesario, cuando en realidad se trata de estudiar y discutir las cuestiones fundamentales del conocimiento, de la mente, de la moral, de la ética, de todo lo que garantiza el bien en nuestra vida común. Y para tal debate, necesitamos de mentes y conciencias formadas con rectitud, provenientes de todos los ámbitos, experiencias  y sectores de nuestra sociedad,  rica y diversa,  y donde se escuchen todas las voces,  sin despreciar ni una ni otra, y sin caer en la falacia por pereza colectiva.

Sin embargo, nos encontramos en un momento histórico que no debemos desaprovechar. Nos encontramos en la era de la información, donde tenemos acceso al gran capital filosófico que ha acumulado la humanidad a través del tiempo.  Con voluntad y esfuerzo, podemos romper los logaritmos de las redes sociales y acceder a toda la riqueza filosófica que tenemos disponible: la clásica, la moderna, la posmoderna, la contemporánea, la tecnológica, la ancestral, la azul, la roja. Si, amable lector, lectora, si queremos que las falacias dejen de gobernar nuestra vida común, necesitamos consumir más filosofía y menos medios sociales, para traer la razón de vuelta al debate público.

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