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Nudos de la vida común. El síndrome del impostor

Primera parte

Conocer a los demás es inteligencia; conocerse a uno mismo, sabiduría.

  • Lao Tsé

Setenta por ciento de la población hemos padecido o padeceremos el síndrome del impostor en algún momento de nuestra vida. 70%. Siete de cada diez personas. Algo equivocado estamos haciendo en nuestra vida común para que afectemos de esta forma la autopercepción que tenemos como personas.  Y también tenemos una tarea pendiente para resolverlo.

El síndrome del impostor es una condición psicológica donde la persona experimenta una sensación de no merecer un logro que ha alcanzado, sintiéndose como un fraude o cómo alguien que está engañando a los demás, como si se estuviera haciendo pasar por alguien que no es.

Este síndrome no se trata de una actitud humilde ante el éxito, sino de una verdadera angustia producida por la idea de que alguien pueda descubrir que no somos tan buenos como aparentamos y un alto estrés por sentirnos incapaces de cumplir las supuestas expectativas que tal logro pudiera generar en nuestro entorno.

Esto afecta la salud psicológica de quien lo vive, pues puede derivar en ansiedad y depresión, además de limitar su desarrollo, especialmente en el ámbito profesional,  Quien se experimenta como un impostor, procura no exponerse a situaciones de reto ni de éxito, quedándose en la zona donde sus capacidades no serán observadas ni evaluadas, tratando de resguardarse para no ser descubierto. Temeroso de defraudar a alguien, prefiere no arriesgarse a un nuevo desafío y hace invisibles sus logros anteriores para no comprometerse a repetirlos.

El síndrome del impostor, si bien afecta a las personas en lo individual, se trata de un fenómeno social. Entre las condiciones que parecen generarlo se encuentra la ilusión de vidas perfectas que crean las redes sociales, donde las personas exhibimos lo que creemos lo mejor de nosotros mismos, generalmente expresado en aspectos materiales como belleza física, experiencias costosas como viajes, comidas y conciertos, reconocimientos laborales o la participación en competencias deportivas que demandan capacidades físicas extraordinarias, por ejemplo. También en las redes exaltamos cualidades personales o grupales para mostrar una imagen inmaculada: relaciones interpersonales de cuento de hadas, familias en eterna armonía o vida espiritual profunda. El ver todo eso cada vez que abrimos nuestro celular, nos hace olvidar que en la intimidad, todos acariciamos nuestras miserias, que mantenemos en lo callado.

El contraste entre las vidas estupendas que vemos en redes y nuestras realidades personales es una de las fuentes del sentimiento de insuficiencia que padece quien se cree impostor, pues no se ve a sí mismo de la forma en que percibe a los demás. Parece que no está equipado igual de bien que el resto de las personas.

También abonan a este síndrome el sistema escolar y los estilos de crianza enfocados al éxito en todo. Los alumnos que logran notas altas, son dignos de honor, mientras quienes les cuesta pasar sus evaluaciones son vistos como inferiores, violentando su dignidad y creandoles un sentimiento de no ser suficientemente  buenos. Para rematar, muchos padres y madres de familia queremos resolver nuestras propias frustraciones y limitaciones presionando a nuestros hijos a tener el éxito que no tuvimos, demandando de ellos destacar en todos los ámbitos de su desarrollo y no aceptando nada inferior a la excelencia.

Otro factor de relevancia que causa este síndrome son los estereotipos de toda naturaleza. Por ejemplo, creencias como que el género determina ciertas capacidades, o que los egresados de universidades selectas son mejores profesionistas, o que se requiere de cierta imagen física para ser digno de amor o reconocimiento, son sesgos que afectan la autopercepción de la persona, pues al no cumplir con las características que dicta el estereotipo, crean un autodescarte que nos limita de manera inconsciente.

El síndrome del impostor no solo restringe el crecimiento y la plenitud de la persona. También afecta a las organizaciones o grupos al que pertenece el individuo,  pues sus talentos son enterrados y quedan no disponibles para su comunidad. Regresando al porcentaje de personas que atravesamos por episodios con este síndrome, nos enfrentamos  a que nuestra sociedad puede llegar a funcionar con solo el 30% de su capacidad intelectual.  Poniéndolo en un escenario más utilitarista, las empresas pueden estar funcionando con solo el treinta por ciento del talento del que en realidad tienen disponible en las personas que ya son parte de ellas.  Probablemente, las empresas no tienen ni siquiera que pulir ese talento, sino solo deben quitar el hollín que lo cubre para que pueda brillar.  Pero de eso, si me acompaña con su lectura en la siguiente entrega, hablaremos la próxima semana. Mientras tanto, gracias por seguir leyendo.

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