El feminismo es la capacidad de decidir lo que quiero hacer con mi vida
– Emma Watson
8M otra vez. La desigualdad de género sigue gritando fuerte en medio de un silencio ignominioso. La lucha por visibilizar esta rajadura al tejido social sigue siendo molesta para quienes se encuentran cómodos, tanto hombres como mujeres, en el privilegio que les otorga una sociedad que acepta que las diferencias biológicas y/o psicológicas sean sancionadas con la negación de derechos humanos iguales por razones de género.
Aún cuando hay atisbos de empatía, éstos suenan a una conveniente condescendencia para cuidar la imagen pública, tanto de individuos como organizaciones de toda índole. La equidad de género se ha convertido en un indicador para ponerse palomita en la gestión institucional, tratando de quedar levemente por encima de las estadísticas nacionales, para pasar por ser los buenos de la historia, con un discurso pintado de tolerancia donde parece que se nos hace el favor a las mujeres de ser vistas como personas, y no con un reconocimiento contundente de la igualdad en dignidad.
Según el índice global de brecha de género, México ocupa el lugar número 33 en el mundo. Este marcador está integrado por cuatro aspectos: empoderamiento político (lugar 14, con 51% menos posibilidades que los hombres de participar en la toma de decisiones de la vida común), salud y supervivencia y logro educativo (lugares 49 y 52, respectivamente con equidad estadística), y participación económica (posición 109. Sí, a pesar de estar al mismo nivel de estudios, la incorporación de las mujeres al mundo laboral sigue siendo mayoritariamente en la informalidad y con sueldos inferiores en 27% al que ganan los varones).
Estas estadísticas hablan fuerte por sí mismas. Sin embargo, no tienen rostro, y por eso son cómodas para ponerse como meta de algo por lograr en algún punto del futuro y mientras tanto, aparecer en el club de los igualitarios. La desigualdad de género en México, tiene el nombre de 67 millones de mujeres, 67 millones de historias, 67 millones de rostros que aprietan los dientes para enfrentar la vida, 67 millones de personas quienes ya quisiéramos preocuparnos por qué tanto participamos en la política, el acceso a salud, a la educación y a podernos mantener por nosotras mismas. Porque lo realmente grave, lo urgente, es la discriminación y violencia que vivimos día a día, tras la puerta del hogar, del centro de trabajo y en plena vía pública. Desde tener oportunidad solo si ya no hay un varón en la fila, pasando por recibir miradas lascivas y comentarios para demostrar superioridad y dominio sobre nosotras, ser blanco de manipulación psicológica hasta ser víctimas de feminicidio, son los miedos que enfrentamos por nosotras mismas, por nuestras hijas, hermanas, madres y amigas.
Decir que es una exageración, sugerir que nuestra conducta o apariencia física provoca que seamos atacadas y resultar sospechosas de calumnia al hacer una denuncia, son la más oprobiosa prueba que confirma el sesgo de la cultura machista. Es negar más de 150 años de lucha por la igualdad, con tímidos avances. Es olvidar el movimiento sufragista del siglo XIX. Es ignorar a las 120 costureras que murieron en un incendio dentro de su centro laboral para evitar que se unieran a la huelga en búsqueda de mejores condiciones laborales. Es consentir que las leyes que prohíben la discriminación salarial sean ignoradas. Es sugerir a una mujer violada que lo olvide, que no fue para tanto. Es conformarse con la desaparición y muerte de cada víctima de feminicidio, por que así alguien se zafaba de un problema. Es olvidar a las abuelas que vivieron golpes y maltratos, por maridos que les fueron impuestos y a quienes debían sumisión. Es pretender que no hay niñas vendidas por sus propios padres ni jóvenes que son víctimas de trata, por criminales que se aprovechan de su vulnerabilidad.
El 8 de marzo no es día de celebración ni de felicitación a las mujeres. Es un día para que no se nos olvide, ni a hombres ni a mujeres, la tarea no hecha. La demanda no es de empatía, sino del alto inmediato a la discriminación y la violencia contra la mujer. Es un día para sacudir las conciencias y como sociedad, decir hasta aquí. Es día para dejar de juzgar y de aceptar que hemos hecho las cosas mal. Y también, es día de reconocer que vamos a paso lento, pero también de recibir y apreciar a cada persona que toma la decisión de ser solución y que deja de resistirse a la igualdad en nuestra vida común.