A diferencia de México, Estados Unidos cuenta con un secretario de salud cuyas ideas y acciones se alejan de la ciencia.
Desde su nombramiento como Secretario de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos, Robert F. Kennedy Jr (RFK Jr). ha sido una figura polémica.
Su historial como activista antivacunas y promotor de teorías de conspiración lo coloca en una posición de choque frontal con la comunidad científica de su país.
En un país que ha liderado la producción científica en múltiples áreas de la medicina y la biotecnología, tener a un escéptico de la vacunación y la salud pública al frente de una de sus instituciones más importantes no solo es un contrasentido, sino un riesgo real para el bienestar de millones de personas.
RFK Jr. ha pasado décadas promoviendo ideas desmentidas por la evidencia científica. Su asociación con el movimiento antivacunas, a través de organizaciones como Children’s Health Defense, ha sido una de las mayores amenazas a la confianza en la inmunización en los EE.UU.
Entre sus afirmaciones más dañinas, ha sugerido una supuesta relación entre las vacunas y el autismo, a pesar de que múltiples estudios han refutado esta idea.
Durante la pandemia de COVID-19, fue uno de los principales opositores a las medidas de prevención, como el uso de mascarillas y la vacunación masiva, generando un clima de desconfianza que afectó las tasas de inmunización en sectores de la población.
Por otro lado, Estados Unidos es el epicentro de la innovación biomédica y farmacéutica. Instituciones como los Institutos Nacionales de Salud (NIH), la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) han sido pilares en la lucha contra pandemias, enfermedades crónicas y el desarrollo de nuevas terapias.
El liderazgo de RFK Jr. no solo pone en entredicho la credibilidad de estas instituciones, sino que también abre la puerta a decisiones políticas basadas en desinformación y agendas personales. Su historial sugiere que podría desmantelar o debilitar iniciativas clave en inmunización, salud pública y financiamiento de la investigación biomédica. No es descabellado suponer que su gestión podría bloquear avances científicos en favor de narrativas pseudocientíficas, lo cual le podría traer conflictos directos con la comunidad científica de aquel país.
Si RFK Jr. lleva sus ideas al terreno de la política pública, las consecuencias podrían ser devastadoras. Algunas de las áreas más afectadas podrían ser:
- Vacunación y prevención de enfermedades:
Su discurso antivacunas puede socavar la confianza en los programas de inmunización, lo que podría provocar brotes de enfermedades prevenibles como sarampión o polio.
- Desregulación farmacéutica:
Podría intervenir en la aprobación de nuevos fármacos con base en creencias personales en lugar de evidencia científica, retrasando avances médicos.
- Recortes en investigación biomédica:
La falta de apoyo a la ciencia podría afectar el financiamiento de investigaciones cruciales en enfermedades como el cáncer, enfermedades autoinmunes y neurodegenerativas.
- Crisis en salud pública:
Su postura en contra de organismos internacionales como la OMS puede aislar a EE.UU. en la lucha contra pandemias y emergencias sanitarias globales.
El nombramiento de RFK Jr. no es solo una decisión política, sino un golpe a la credibilidad del sistema de salud de EE.UU.
En un mundo donde la investigación científica es la clave para la salud pública y la respuesta a crisis sanitarias, su presencia al frente del Departamento de Salud y Servicios Humanos representa un retroceso preocupante. La pregunta es: ¿podrán las instituciones científicas resistir la embestida de un secretario que parece estar más alineado con la desinformación que con la evidencia?
La producción científica de EE.UU. no merece un líder que la cuestione en lugar de fortalecerla.
Nos vemos en la próxima columna.
