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Nudos de la vida común. El proceso, siempre es el proceso

Cuando no podemos cambiar la situación a la que nos enfrentamos,

el reto es cambiarnos a nosotros mismos

  • Viktor Frankl

Se acerca el fin de año y con él, el recuento de lo sucedido durante este ciclo. Se trata de una temporada donde tendemos a sacar cuentas, restando los fracasos de los éxitos y los errores de los aciertos, con la esperanza de que el resultado sea a favor. Sin embargo, esta perspectiva de evaluar nuestro tiempo en razón de logros y satisfacciones, puede hacernos perder de vista los frutos colaterales de nuestro día a día, que son los que nos van labrando como personas.

Por supuesto, todos queremos que nuestra historia se vaya escribiendo con objetivos logrados, ocasiones de gloria y largos momentos de felicidad, ya sea aderezados de esfuerzos o de buena fortuna.  Ninguno queremos que la vida nos de reveses, ni que nuestros sueños sean malogrados, pero medir la vida con base en las metas alcanzadas, puede hacernos caer en una trampa donde nos identificamos solo con los instantes de esplendor, ignorando que, quizás, todo se trata más bien del proceso.

Lo anterior es comprensible pues nuestra vida común está configurada por resultados. En el ámbito empresarial y laboral, el desempeño se mide por productos entregados, que sean observables y  cuantificables. En la escuela, los estudiantes son promovidos y reconocidos, con base en las calificaciones que obtienen.  Es más, tenemos algo absurdo llamado posición social que se otorga según cuantos bienes, ingresos o trofeos se posean. 

Pero, ¿qué pasaría si nos enfocáramos más bien en el proceso? Mi hipótesis es que quizás lograríamos una mayor satisfacción de vida, y quizás, irónicamente, mejores resultados.

Consideremos el mundo laboral. A los empleados se les pide cumplir con ciertas expectativas productivas, pues eso generará un rendimiento sobre el capital invertido. Si el empleado logra la meta, será apreciado como un buen colaborador y como premio, será candidato a conservar su empleo, y tal vez, en algunos pocos  centros de trabajo, podrá aspirar a un ascenso o bono que reconozca su esfuerzo. 

Desde esta óptica, parece que la vida de la empresa o la institución, depende de que el empleado sepa – o quiera-  acertar en su colaboración. Bajo esta lógica, el desempeño de la empresa es la suma de los resultados de la gente que trabaja en ella. Aunque esta perspectiva reconoce la dependencia que se tiene de las personas, el objetivo sigue siendo que éstas sean productivas. Si la empresa cambia la mirada del estado financiero hacía ver en quién se transformó cada uno de sus colaboradores en los últimos doce meses, puede ser que la conclusión sea muy diferente y mucho más iluminadora.

Detrás de nuestra productividad, o nuestra falta de ella, ¿en qué son diferentes las personas que conforman la comunidad humana que da vida a la empresa? ¿son personas más hábiles, más satisfechas, con mejores relaciones interpersonales? ¿o se convirtieron en torbellinos de estrés, ajenos a las personas que supuestamente son significativas en sus vidas, o en competidores egoístas?

Permítanme, amables lectores, poner otros ámbitos para argumentar este nudo. Pensemos en una persona que está estudiando un posgrado y está escribiendo una tesis. El foco normalmente es la relevancia de su tema y su potencial contribución a la ciencia y a la humanidad. La academia suele aprobar al estudiante si la tesis está bien escrita, con solidez lógica y científica. Pero el estudiante no es su tesis, y el resultado del posgrado no es lo que escribió, sino en quién se convirtió después de esos años de estudio e investigación.  El propósito del posgrado, al final del día, es generar profesionales con mayor capacidad de aportar al desarrollo de la civilización, a través de una capacidad humana y cognitiva superior. Pero el éxito de los posgrados se mide con tesis sustentadas exitosamente. ¡Vaya contradicción!

O pensemos en la vida de pareja. Nuevamente, sin menospreciar el muy válido y necesario objetivo de alcanzar la felicidad, ¿cómo sería diferente nuestra relación si el objetivo no es el “fueron felices para siempre”, sino en quién me convierto al vivir contigo, al enfrentar a diario la alternativa de amarte? El cambio de perspectiva, del “me haces o no feliz” a tomar responsabilidad de mi proceso y el de nuestra vida común, puede traer frutos más permanentes y fuertes, independientemente del desenlace de la relación.

Tomemos un último ejemplo: cuando la vida nos da la espalda. Cuando la enfermedad o la muerte nos tocan la puerta, cuando el desempleo, la pérdida del patrimonio  o la crisis económica nos nublan el futuro, cuando la delincuencia nos hace su presa y cambia el rumbo de nuestras vidas, el resultado difícilmente será positivo. Tendrá forma de herida y quizás sangrará por mucho tiempo. Si no levantamos la mirada del efecto que esto tiene en nuestras circunstancias, podremos perdernos del regalo oculto que esto puede traer: en darnos cuenta de lo fuertes que podemos ser, descubrir nuestra capacidad de encontrar la paz en la confusión, percatarnos de lo que somos capaces de hacer cuando nos invade el miedo, o recibir la caricia en el alma de la solidaridad de a quienes les importamos. El poder transformador de la desgracia puede ser mucho más grande que el de la vida en calma.

Amable lector, si en este año que termina no logró ese ascenso, no cambió el gobierno como usted esperaba, no ganó ese título o torneo, si su enfermedad no cedió, si la permanencia de su empresa se puso en riesgo, o una relación importante terminó, no se desgaste en el resultado, sino comprométase en quien decide usted transformarse en estas circunstancias y aduéñese de su proceso. Al final del día, el proceso da cuenta del resultado pero siempre es mayor que él.

Mientras tanto, le deseo una dichosa Navidad y un muy feliz proceso de vida. ¡Gracias por seguir leyendo!

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