Ha llegado la hora cero. México tiene a su primera presidenta de la República y la capacidad del género femenino está en la mira. En nuestra estructura social se sigue asumiendo la superioridad de los varones cuál líderes de manada. Bajo esta lente, el desempeño de nuestra primera mandataria será escudriñado, más por ser mujer que por su afiliación política, y esto definirá el curso de vida de todas las mujeres en nuestro país.
Si bien ninguna mujer debería llevar sobre los hombros el peso de reivindicar a todo el género, sería ingenuo pensar que lo que haga Claudia durante su mandato no afectará la valoración de las mujeres en nuestro país.
Prueba de ello, es que como nunca antes, nos importa la residencia y ocupación del Presidente saliente, pues se da por sentado que la cercanía geográfica a Palacio Nacional es oportunidad de influenciar en las decisiones que sean tomadas en el Poder Ejecutivo Federal, por tratarse de una mujer y por tanto, se da por sentado que ella recurrirá al tlatoani a pedir orientación o actuará bajo sus instrucciones, pues carece de pensamiento independiente… total, es mujer.
Nos enfrentamos a una prueba de fuego sobre la equidad de género en una sociedad machista. Como ciudadanos y ciudadanas nuestra participación política se reduce típicamente a dos cosas: la primera es el voto durante las elecciones y la segunda, la crítica, la mofa y el descrédito a los actores políticos desde las redes sociales y los medios de comunicación. Ciertamente, la clase política se ha deshonrado a sí misma y se ha ganado a pulso el desdén social. A eso hay que sumarle que los mexicanos somos propensos a emitir juicios con información anecdótica, manipulada o sacada de contexto, y consagramos memes degradantes como verdad absoluta. Nos divertimos ridiculizando y agrediendo mientras nos amparamos en la libertad de expresión, olvidando que el límite de mi derecho, es el derecho del otro, y en este caso, de las otras, como puede ser el caso del derecho a la vida libre de violencia.
¿Qué tanto nos dejaremos llevar por nuestros sesgos convenientemente inconscientes para evaluar el desempeño de la Presidenta? ¿Seremos capaces de elevar de una vez por todas nuestro nivel de debate para señalar lo positivo y lo negativo de su gestión sin adjudicar a su género los resultados? ¿Reconoceremos aciertos y errores de manera crítica y no por nuestros sentimientos por su predecesor?
Tener una mujer a cargo de la Presidencia marca un hito en la forma en que nos acercamos los ciudadanos al poder. La picardía de los mexicanos ya no tiene nada de gracioso, pues se alimentó durante décadas de la cosificación de las mujeres. Hoy la oposición debe ser consciente de que la crítica a Claudia debe expresarse de manera muy inteligente y pulcra, pues la línea entre la picardía y la denigración por razón de género es terriblemente difusa. Los ataques a la Presidenta, que seguro habrá en lo cotidiano, tienen el potencial de profundizar la violencia de género en nuestro país, pues entre la libertad de expresión y el decir que de la misma manera nos hemos mofado de los presidentes anteriores, podríamos legitimar el hostigamiento hacia las mujeres.
La invitación en esta ocasión, estimados lectores, no es a reprimir la opinión pública, sino a madurar como sociedad en nuestra forma de relacionarnos con el poder y de expresar nuestras diferencias, desde el juicio construido a través del análisis profundo, la reflexión y la objetividad. La forma en que abordemos públicamente el debate sobre cómo Claudia lidera el país sin duda influirá en el avance o el retroceso de la equidad de género en hogares, escuelas, centros laborales y comunidades, pero sobre todo, en la lucha contra la violencia hacia la mujer.