Primera Parte
La inteligencia artificial, el machine learning y la robótica nos obligarán a ser más humanos
- Didem Ün Ates
Así como ha sucedido prácticamente con todos los avances de la ciencia y la tecnología, la irrupción de la inteligencia artificial en la vida común ha levantado escándalo y sospecha, siendo objeto de reproche a la humanidad por perseverar en el desarrollo de conocimiento y destrezas. Como todo, depende del cristal con que miremos para poder apreciar el potencial de esta innovación: hacia la destrucción o hacia la plenitud humana.
Empecemos con ubicar que la idea de la inteligencia artificial surgió desde mediados del siglo pasado y que en realidad ha venido evolucionando desde entonces. Los populares navegadores de internet que utilizamos desde hace años, el texto autopredictivo, las sugerencias de plataformas de entretenimiento así los incómodos chatbots que nos responden de manera automática y sin salirse del guión, como parodia de muchos call centers, son algunos ejemplos de inteligencia artificial con los que ya convivimos de manera más o menos cotidiana. Pero es el lanzamiento de ChatGPT, un sistema que emula una conversación tipo chat para crear soluciones, dar respuesta a cuestionamientos de toda índole y que es capaz de “aprender” nuevo conocimiento, el que viene a despertar preocupaciones sobre los alcances de la inteligencia artificial.
En el ámbito escolar, ChatGPT ha surgido como una amenaza a los procesos de aprendizaje. Su capacidad y eficiencia para resolver problemas académicos de ciencias duras, de crear resúmenes y escribir ensayos, proponiendo tesis sobre prácticamente cualquier tema y realizar composiciones artísticas, entre muchas otras tareas escolares habituales que les son solicitadas a estudiantes de los diferentes niveles educativos, anima una válida inquietud sobre si los aprendientes se decantarán por la facilidad y comodidad de resolver sus deberes utilizando estas tecnologías, sin apreciar el valor que aportan estas actividades al desarrollo de sus procesos cognitivos individuales y por tanto, al ensanchamiento de sus capacidades humanas. El temor es que las próximas generaciones, sean menos inteligentes por usar tecnología en lugar de sus cerebros.
Sin embargo, no debemos perder de vista que la inteligencia artificial es justamente, producto de la inteligencia humana. Los coeficientes intelectuales promedio en el mundo, han ido aumentando de manera sostenida generalizada a través de la sucesión de generaciones en el mundo, debido principalmente, al desarrollo de la ciencia y la tecnología. Es decir, la tecnología por un lado es el resultado de la capacidad intelectual de las personas y por otro, ha sido un acicate que nos ha retado a desarrollar nuevas y más sofisticadas habilidades no solo en lo académico y lo laboral, sino en las situaciones más comunes de la vida, como realizar transacciones comerciales sin el uso de efectivo o comunicarnos de manera inmediata sin importar la distancia.
Por supuesto, muchos puestos laborales aparentemente desaparecieron con el auge de la tecnología, pero más bien, han sido sustituidos por otros que demandan habilidades cognitivamente más elevadas, lo cual amplía las capacidades de los individuos, invitándolos a un desarrollo más pleno. Un ejemplo de ello, es el advenimiento del trabajo remoto, con el surgimiento de una generación de nómadas digitales que genuinamente disfrutan el trabajo de manera distinta, pero de esto hablaremos en un nudo posterior.
No obstante, el desarrollo tecnológico no es el país de las maravillas, porque los humanos no actuamos con la inocencia de Alicia. La brecha tecnológica es real y resulta un mito el que todo mundo tenga acceso a internet, redes sociales y equipos celulares. Primero porque todavía una gran parte del mundo no cuenta con cobertura – en México, por ejemplo, el 21% de la población aún no tiene acceso al mundo digital -, y segundo, porque se ha limitado el despliegue del alfabetismo digital, toda vez que la red ha recibido preferentemente un uso lúdico en la población general, con cierta penetración como herramienta laboral y con una resistencia a utilizarla como recurso cultural.
Como toda herramienta, la inteligencia artificial será benéfica o desastrosa según la utilicemos. El primer paso, es entonces, democratizarla para que no haya más estragos por la ventaja que representa la tecnología para quienes tienen acceso a ella sobre los que no. Lo siguiente es aprender a usarla y enseñar a otros a hacerlo. Volviendo al ámbito educativo, conviene no satanizarla, sino caminar más rápido que nuestros estudiantes para incorporarla como herramienta que permita acelerar procesos cognitivos más elevados, como la abstracción y el pensamiento crítico. Así como las enciclopedias dieron paso en su momento a la era de la ilustración, creando una verdadera liberación del pensamiento para romper el status quo de una sociedad que encarceló el espíritu de las personas, la inteligencia artificial tiene el potencial, como dice Didem Ün Ates, experta en IA generativa, de obligarnos a ser más humanos, pues de lo superfluo se encargará lo artificial.
Si me acompañan, estimados lectores, seguiremos reflexionando sobre la inteligencia artificial en el mundo laboral y económico en la próxima edición. ¡Hasta entonces!