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Nudos de la vida común. Moral fluida

Con la moral corregimos los errores de nuestros instintos

y con el amor, los errores de nuestra moral

  • José Ortega y Gasset

Muchos nudos de nuestra vida común parecen producirse en el enredo de lo que cada quien cree qué es bueno y qué es malo, situación que se exacerba cuando ese quien ha recibido autoridad para tomar decisiones que nos incumben a todos. Es decir, existe un fuerte componente moral que nos embrolla.

En términos generales, distinguir entre lo qué es bueno y lo qué es malo no es un problema. El reto es identificar para quién y de qué manera lo es. Justo ahí es donde surgen grandes brechas entre las personas.  

Estas diferencias entre los individuos son explicables debido a que el desarrollo de la conciencia moral pasa por diferentes etapas de madurez desde la primera infancia hasta la vida adulta[1]. Sin embargo, estas etapas no van aparejadas a los procesos biológicos del ser humano, sino que tienen que ver más bien con la formación cultural que como comunidad (familia, escuela o sociedad en general) brindamos a nuestros miembros. 

Mientras asumimos que el razonamiento adulto está guiado por la consciencia de lo que conviene o no para el grupo social, la verdad es que cada individuo nos encontramos en una etapa de desarrollo moral distinta, y en ella, tomamos decisiones y emprendemos acciones.  Les invito, apreciables lectores, a que demos un recorrido por tales etapas para reconocernos en ellas, pero sobre  todo, buscar alternativas para descongelar el estancamiento en que nos podemos encontrar como sociedad.

Empecemos pues por recordar que la moral es un conjunto de normas, creencias, costumbres y valores que se toman como referencia en un entorno histórico y cultural para dirigir o juzgar el comportamiento de los miembros de una comunidad. Es decir, es el indicador que señala  lo que es bueno o malo para un grupo social en un momento específico de la historia.

El desarrollo moral, según Kohlberg, pasa por tres estadíos, divididos cada uno a su vez en dos etapas. El primer estadío corresponde a la infancia inicial y está conducido por el egocentrismo propio de la niñez. Los infantes aprenden sus primeras lecciones de moralidad al percibir que son premiados o castigados por sus acciones, desarrollando así patrones de obediencia dictados por un agente externo a ellos (padre, madre, cuidador, y/o educador). Surge así un pensamiento central donde si hago lo que me dicen, estoy haciendo bien, sin importar qué es lo que se me demanda o cuáles sean sus consecuencias. De esta forma, podemos encontrar personas que justifican sus acciones en que desde su rol de empleados, solo siguen instrucciones al ejecutar su trabajo.

La segunda etapa del nivel egocentrista, es el individualismo, donde los niños aprenden las reglas del juego y las siguen con el objetivo de ganar. La guía de la conciencia de esta etapa es obtener lo que conviene o da satisfacción al individuo. Nos anclamos en este plano cuando tomamos decisiones con base en aquéllo que nos hace sentir bien o nos funciona. Es decir, actuamos bajo un pragmatismo autoindulgente donde la brújula de lo correcto son las emociones positivas o negativas alrededor de nuestras decisiones.

El segundo estadío del desarrollo moral está asociado a la adolescencia, caracterizada por el altruismo y donde la prioridad de la persona es la aceptación social. La primera etapa de este nivel es guiada por el consenso, por cumplir con los convencionalismos sociales y las expectativas de los grupos a los que pertenecemos. Cumplir con ello, nos da acceso a un sentimiento de pertenencia y reciprocidad que nos abre la sombrilla de la protección del grupo.  Es así como las personas, ya no necesariamente en la pubertad, tendemos a actuar con base en lo que dicta nuestro grupo de referencia, alineando nuestro pensamiento al mismo, con tal de mantener nuestra membresía.

La segunda etapa de este nivel se refiere al endurecimiento y formalización de estas expectativas, donde ya no es suficiente que la persona sea seducida por lo que el grupo social expone como bueno, sino que el orden se asume como el resultado del cumplimiento de la ley o de las normas socialmente aceptadas. La vara que mide el comportamiento moral es entonces la responsabilidad. Aquí es donde justificamos la desatención a necesidades no sociales (afecto, cuidado, solidaridad, creación de lazos) por el cumplimiento de la responsabilidad. Un padre o madre de familia al cumplir su rol de proveedor, puede vivirse exento de su rol nutricio hacia sus hijos.   Ser un buen ciudadano significa actuar dentro de la ley y cumplir con las reglas de convivencia.

En la edad adulta, se espera que la persona adquiera madurez moral, donde su horizonte de actuación es guiado por una profunda conciencia social y plena autonomía de pensamiento y juicio crítico. Este nivel también tiene dos etapas: la primera, referente al contrato social y la segunda, a los principios éticos universales.

En la etapa del contrato social, los valores que entran en conflicto son resueltos con base en la prevalencia de la vida, la justicia y la libertad. Es decir, la persona de manera libre, somete sus intereses e incluso derechos, en pos del bien común. La protección y respeto a los derechos humanos son la bandera de este nivel de conciencia. ¿Recuerdan el adagio de que en el bien colectivo se encuentra el bien individual? Bien, pues esta premisa casi heróica solo puede esperarse en una etapa de madurez, lo cual nos da un indicativo de qué tan disparejos están el desarrollo moral y el biológico de los individuos en nuestra sociedad.

La etapa más elevada es la que está conducida por los principios éticos universales. Según Kohlberg, pocas personas llegan a esta altura donde lo bueno resulta ser un destilado de todo aquéllo que propicia una vida plena para todos los seres humanos al mismo tiempo y de forma transcultural. Por ello, esta etapa se considera una utopía, pero no por serlo, debemos dejar de aspirar a la misma.

En la siguiente entrega, les invito a continuar esta reflexión sobre las diferencias que tenemos los miembros de nuestros grupos sociales para por un lado, entender algunas de nuestras divergencias y por otro, buscar estrategias conscientes que permitan el avance de nuestra vida común.


[1] Según la teoría sobre el desarrollo moral de Lawrence Kohlberg (1927-1987), psicólogo estadounidense

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