Primera parte
Lo pasado ha huido, lo que esperas está ausente, pero el presente es tuyo.
- Proverbio árabe
¿Dónde pasea su mente típicamente, amable lector?¿En las glorias o remordimientos del pasado? ¿en la preocupación o anhelo del futuro? ¿en la incomodidad o en el gozo alerta del presente? Charles Dickens, en su muy conocido cuento de Navidad, nos invita a reconocernos en nuestro pasado a la vez que nos advierte del futuro al que estamos dirigiendo nuestras vidas desde nuestras decisiones presentes. Pero, ¿hasta donde necesitamos el conocimiento pretérito de nosotros mismos para cambiar nuestra actualidad e incidir de esa forma en el porvenir? ¿En qué deberíamos invertir nuestras energías: en lo ya vivido, en lo cotidiano o en la visión de futuro?
Según los estudios realizados por Geert Hofstede sobre las diferencias culturales en distintos países, los mexicanos calificamos bajo en la perspectiva de largo plazo. Esto significa que tenemos una óptica que se denomina “normativa”: tenemos apego a las tradiciones y normas, al status quo, y vemos con sospecha el cambio social. Por ello, tendemos a preferir aquello que da resultados de corto plazo, aún cuando perdamos de vista los horizontes futuros. El problema es, que tanto en lo colectivo como en lo particular, ignorar el alcance de nuestras decisiones nos puede llevar a desbarrancarnos en destinos a los que no deseamos ir.
Nuestra historia tiene un peso innegable en nuestro presente. Muchas de nuestras limitaciones encuentran explicación en la forma en que asumimos los hechos que fueron delineando nuestro caminar hasta el hoy. Pero lo peor que podemos hacer con ello, es encontrar ahí el pretexto perfecto para no comprometernos con responsabilidad con el presente que tenemos y el futuro que estamos creando.
La historia de México – como la de cualquier Nación -, está llena de luces y sombras, que siguen tiñendo nuestra realidad. El haber sido conquistados por España, aún nos alcanza un resabio de sumisión y malinchismo; la victoria de la Independencia nos sigue renovando la esperanza en nuestra capacidad heróica, y la revuelta de inicios del siglo pasado, es un recordatorio de que necesitamos y merecemos un país donde todos entramos. Pero tampoco debemos olvidar que el final de esa lucha revolucionaria fue el inicio de un largo periodo de presidencialismo casi imperial disfrazado de democracia y bañado de autoritarismo y corrupción. Eso es lo que nos trajo a lo que somos actualmente como país. Pero ojo, apreciables lectores, es lo que somos, no lo que nos hicieron. Los mexicanos construimos nuestra historia y así es menester admitirlo, asentir y aceptarlo. Separarnos como víctimas, nos deja sin ninguna lección por aprender y mucho menos, sin recursos sociales para tomar las riendas del destino de nuestro país. No es lo que nos heredaron, sino lo que vamos a hacer con lo que somos.
Así, entender el pasado es solo una herramienta para conocernos, para rescatar nuestros recursos y para trabajar nuestras limitaciones. Aún siendo este un ejercicio necesario y valioso, es como una balsa para atravesar un río: una vez que hemos llegado a la otra orilla, no seguiremos cargando la balsa sobre nuestra espalda mientras nos internamos en el nuevo paraje. La dejaremos atada en un árbol y continuaremos nuestra ruta. Ningún sentido tiene arrastrar lastre cuando nos dirigimos a un futuro que esperamos sea más brillante.
Igual de absurdo resultaría anclarnos en los momentos de gloria que vivimos con anterioridad. México ya no es el contexto que enfrentaron un Vasco de Quiroga, un Morelos o una Adelita. Ellos crearon un punto de inflexión en la vida nacional para que la vida común siguiera avanzando. La mejor manera de honrarlos, es inspirarse en ellos, para a nuestra vez, crear nuevas transformaciones para el porvenir; pero no podemos tratar de imitar sus fórmulas porque simplemente ya no aplican en esta nueva realidad.
Ahora, efectivamente la pobreza, la ignorancia, la desigualdad y la exclusión social que vivimos en el presente, son el resultado de las decisiones sociales tomadas en las décadas anteriores. No obstante, la solución no está en la recriminación de lo ya hecho – lo cual no exime del ejercicio de la justicia – ni en el pretender encontrar una figura que represente la antítesis de quienes tuvieron el poder suficiente para conducir el rumbo del país hasta donde nos encontramos. Lo que debemos hacer hoy, depende de la visión de futuro que tengamos para nuestra vida común. Ahí es donde hay que poner la mirada antes de tomar decisiones: en el diseño de lo venidero, como en su momento lo hizo en Martin Luther King Jr para los Estados Unidos en su trascendental discurso “yo tengo un sueño ”, causando una verdadera transformación en los paradigmas sociales de una cultura tan dominante como la americana.
Pero al igual que el pasado, el porvenir puede guiar, mas no robarnos el presente, ni por la alegre ilusión del mismo ni por la angustiosa incertidumbre que puede provocarnos. Por supuesto, no podemos deslindarnos e ignorar las tensiones políticas, económicas y sociales que se visualizan para México en los próximos años. Cada uno y una de nosotros, tenemos una responsabilidad sobre a dónde llevemos a nuestro país, con nuestro granito de arena. No podemos rendir todas nuestras energías al temor que nos provoca un futuro amenazante, pues nos dejaría secos para actuar hoy en favor de un futuro floreciente para todos.
Si bien el pasado común nos ayuda a entender en parte y nos habilita en otra y el futuro puede ser un firme acicate, es en el presente donde nos corresponde vivir y tomar una opción a favor de México.
Si me acompañan, amables lectores, en la siguiente entrega reflexionaremos juntos sobre cómo la perspectiva del tiempo impacta la vida empresarial y personal. Les espero.