Segunda parte
“La soledad es muy hermosa… cuando tienes a alguien a quién decírselo”
- Gustavo Adolfo Becquer
La soledad es un sentimiento abrumador que se cuela en nuestra vida común como una neblina espesa. Cual tabú, guardamos en silencio nuestra soledad, con la idea de que somos los únicos que la vivimos. Sin embargo, la verdad es que la soledad no es tanto una circunstancia personal, sino el resultado de nuestra forma de vida moderna.
Cada vez más, hacemos uso de servicios sin contacto humano – llamados contactless-. Utilizamos cajeros automáticos, pagamos servicios y hacemos compras en línea, Hacemos reservas para servicios de hospitalidad y entretenimiento por internet. Viajamos por carreteras de cuotas utilizando tags de prepago que nos permiten pasar por casetas sin detenernos en una fila para ser atendidos por un cajero. Pedimos comida a domicilio y servicios de transporte a través de mensajería instantánea o por aplicaciones. Nos capacitamos en plataformas de aprendizaje autoadministradas y adquirimos libros digitales sin salir de casa.
La tecnología permite que incluso el seguimiento a mediciones de salud, como era la toma de presión y ritmo cardiaco, o pruebas de embarazo o de covid, podamos hacerlas desde casa. Éstas, así como muchas otras actividades cotidianas, son oportunidades de interacción social que hemos sencillamente omitido sin calcular las repercusiones emocionales y sociales que conllevan.
Seguramente, estimado lector, usted tendrá en su memoria más de alguna ocasión en que un saludo amable de un prestador de servicios, a veces aderezado con una pequeña plática informal, le ha cambiado el día para bien. O quizás, en alguna relación fortuita de esta naturaleza, haya conocido a alguna persona que se convirtió en alguien significativo para su vida. En lo particular, viene a mi memoria una pareja muy estimada para mí quienes se conocieron haciendo fila en el banco para hacer pago de sus pasaportes y que terminaron formando una linda familia.
La pérdida de estas interacciones, realmente merman nuestra capacidad de socialización. Perdemos incluso la práctica de sencillos principios de civismo como dar los buenos días, las gracias, esperar nuestro turno y compartir el tiempo y el espacio con individuos que no conocemos, pero a quienes nos acercamos reconociendo en ellos su valor como seres humanos.
Estas situaciones, desafortunadamente, se recrudecen en el ámbito urbano, donde curiosamente buscamos una mayor calidad de vida económica, pero donde perdemos experiencia emocional y social. Para transportarnos, por ejemplo, si tenemos la posibilidad de contar con un vehículo propio, viajamos normalmente solos. Si usamos transporte público, los audífonos son nuestros compañeros de viaje, constituyéndose en un refugio que nos permite abstraernos de los demás.
Lo anterior es tan solo un ejemplo de cómo al movernos en masas, nos vamos disolviendo como individuos, desdibujando rostros ante nuestras miradas y volviéndonos cada vez más indiferentes al otro.. Y recibiendo la misma apatía e indolencia. No es extraño entonces, que cuanto más rodeados estemos de gente, más se permee la soledad en nuestra vida común.
Simplemente, estamos perdiendo la capacidad y el hábito de socializar y convivir con propios y ajenos, dejamos de sentirnos pertenecidos a un núcleo social, debilitando en consecuencia el tejido social. Al volverse éste endeble, permitimos que penetre en la sociedad la delincuencia tanto informal como organizada, pues carecemos de una comunidad donde nos protejamos unos a otros y donde cada quien debe rascarse con sus propias uñas.
Más aún, al aflojarse el entramado social, nos convertimos en humus fértil para un pragmático divide y vencerás que ha logrado precisamente dividirnos y aislarnos. Ya dolidos por nuestra soledad, buscamos alivio buscando cabida en algún conglomerado dicotómico que nos ha llevado a la polarización que nos azota y nos convierte en botín político de intereses mezquinos.
Quizás, nuestro contexto político y social, no sea resultado de la acción de los líderes que influyen en nuestra vida común, sino más bien, del dolor de nuestra soledad. De esto seguiremos conversando en la próxima entrega. Mientras tanto, me invito y les invito a mirar a los ojos a ese extraño conocido con quien topamos todos los días, y tratemos de conectar con un básico saludo o una gratitud manifestada desde el corazón. Tal vez nuestra lucha por recuperar la paz y la unidad social, inicie con un buenos días o un gracias.