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Nudos de la vida común. Soledad nuestra

Primera parte

“La soledad es muy hermosa… cuando tienes a alguien a quién decírselo”

  • Gustavo Adolfo Becquer

Vivimos una era de soledad sistémica. Parece que para escondernos de este sentimiento tan devastador, hemos romantizado la soledad. Si bien es cierto que estar solo es un ambiente favorable para la intimidad con uno mismo y para la reflexión personal, también lo es que estar a solas no es lo mismo que experimentar soledad.

Noreena Hertz, economista inglesa, señala que la soledad es un estado existencial complejo donde se combinan la sensación de estar en carencia de amor y compañía, el sentirse abandonado o ninguneado por nuestras personas más cercanas y el percibirse desatendido por la comunidad y el Gobierno[1].  Bajo esta perspectiva, la soledad se convierte en un asunto de nuestra vida común.

Culturalmente, nos referimos a la soledad como una situación personal cargada de vergüenza y culpa, pues juzgamos que está relacionada a una incapacidad de crear lazos afectivos sólidos. Si vemos a una persona sola, la primera y mordaz hipótesis que conjeturamos es que algo ha de hacer para alejar a las personas de su vida. Ciertamente, hay personas que ponen de su parte para ahuyentar la compañía, pero las más de las veces, el estar solo no es una decisión, sino el resultado de la fractura de las instituciones sociales. Como normalmente vemos la soledad como un tema personal, buscamos reconfortarnos con filosofías motivadoras donde se presenta este aislamiento como una oportunidad para conectar con uno mismo y crecer interiormente. Esto es muy positivo, pero abre el riesgo de enmascarar la responsabilidad que tenemos todos en que este estado humano que tanto nos contrae, se convierta en una nueva pandemia, ahora emocional.

El sistema social en que vivimos, por un lado exalta el éxito individual al costo de la destrucción de las instituciones sociales como la familia y la amistad, y por otro, impone formas de vida que limitan la socialización.  Ejemplo de ello son las jornadas laborales que absorben no sólo el tiempo de las personas, sino también la energía y el humor para compartir con sus seres cercanos. Este es el tipo de abandono al que alude Hertz. El problema no es que quienes proveen a la familia salgan a trabajar; el problema es que las condiciones laborales no son compatibles con la vida social.  Todo esto, es resultado de poner en el centro de la naturaleza humana, la satisfacción de necesidades materiales, lo que ha devenido en que el valor de la persona lo igualamos a cuán productivo es desde el punto de vista económico. Incluso, en la famosa pirámide de jerarquía de motivaciones de Maslow, se afirma que las necesidades sociales aparecen hasta que las fisiológicas y de seguridad han sido aceptablemente satisfechas. El punto es que en nuestro actual sistema político y económico, la gran mayoría de la población no logra solventar lo básico de la existencia, mientras que la necesidad de pertenecer a un grupo social, de ser amado y aceptado, carcome ya su vivir.

Más aún, hemos perdido el sentido de comunidad. Usted, amable lector, ¿conoce el nombre de sus vecinos? ¿sabe en qué pasan sus días, o cuál ha sido su historia? ¿siente la confianza de pedirles ayuda o de ofrecerla si la necesitan?  En una edición antigua de estos nudos, hablábamos de que la pobreza es un hecho social, y que solo puede ser superada en comunidad.  Y esto aplica no solo para la pobreza económica, sino también para cualquier otro tipo, como son la social, la intelectual y la espiritual.

Yendo más profundo, la soledad se ha institucionalizado debido a la indolencia gubernamental. Cuando las personas se sienten desatendidas y abandonadas por las autoridades, muere la última esperanza de ser vistas y apoyadas. Esa desconexión con la entidad superior, produce una desconexión con uno mismo, cayendo en un abismo de soledad donde la respuesta a la dejadez del gobierno, es la indiferencia a los demás.

La soledad es un fenómeno de nuestra vida común, que necesitamos visibilizar pues es la raíz de muchos comportamientos individuales y colectivos que nos laceran. En las siguientes entregas, apreciables lectores, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre este tema, para invitarles a canalizar el espíritu navideño de esta temporada hacia la reconstrucción de nuestras comunidades para disolver nuestra soledad. Les espero.


[1] Hertz, N. El siglo de la soledad, Paidós

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