Segunda parte
La constitución es el alma de los Estados
-Isócrates
En la edición anterior, amables lectores, les proponía un símil entre la constitución de un país y una estrategia y ponía como ejemplo el caso Roe vs Wade que al ser anulado, suprimió el carácter constitucional del derecho al aborto en los Estados Unidos de América. Les comentaba cómo esta decisión obedeció al apego a los principios fundacionales de la nación americana más que a un juicio de orden moral.
En este caso, entraron en competencia dos valores fundamentales: la libertad y la democracia. Para garantizar la segunda, el Supremo Tribunal de Justicia de nuestros vecinos decidió devolver a los Congresos Estatales la decisión de legislar sobre esta materia en un ejercicio democrático de discusión con la consecuente votación. Se trata de un tema profundamente humano donde el pueblo, a través de sus legisladores elegidos democráticamente, deberá tener la última palabra.
Así funciona una estrategia: propone un fin y señala los medios. El fin del pueblo americano siempre ha sido la libertad de las personas. De hecho, así fue fundada esa nación: por un grupo de irlandeses que se embarcaron al nuevo mundo en búsqueda de libertad religiosa. Descontentos por el ambiente político que persistía en su región de origen, deciden emigrar de Europa y antes de desembarcar en América, hacen un pacto para establecer las reglas de convivencia de su nueva vida común, en el que priorizaron criterios democráticos y el respeto a las creencias religiosas personales.
Volteemos ahora a ver a México y su nacimiento como nación, con una historia quizás menos romántica pero más apasionante. Tal vez encontremos algunas respuestas de nuestra actual “estrategia-país”.
México nace como imperio independiente el 28 de septiembre de 1821. El acta que así lo consigna inicia declarando que en ese día, la nación mexicana sale de la opresión de trescientos años donde no tuvo ni voluntad propia ni libre uso de la voz.
México, así, se proclama una nación soberana e independiente de España con quien mantendrá únicamente lazos de amistad. En consonancia con esta acta de independencia, la constitución de 1917 empieza con la declaración de las garantías constitucionales para todas las personas dentro del territorio nacional y refrenda el derecho de los pueblos originarios a la libre determinación, con un marco constitucional de autonomía que asegure la unidad nacional.
Identificarnos como víctimas, luchar contra la opresión, pelear por nuestros derechos, escuchar la voluntad del pueblo, defender nuestra soberanía. Estos son conceptos permeados ampliamente en la forma actual de hacer política en nuestro país; es decir, parecen ser los principios fundacionales del país. Aquí surgen varias preguntas: ¿cuál es el propósito último de nuestra nación? ¿la felicidad de sus habitantes, la soberanía o algún otro? ¿Cuál es el medio y cuál el fin? ¿son vigentes estos principios y medios? ¿nos funciona la estrategia de gritar que somos víctimas y golpear al opresor para hacer valer nuestros derechos? ¿o nuestra voluntad?
Por supuesto, nuestra constitución no se reduce a lo expuesto anteriormente. La Carta Magna mexicana es de una riqueza incomparable, pues señala, provee y garantiza muchos medios para lograr nuestros fines: la educación, la protección a la organización y el desarrollo de la familia, la libertad de expresión, la representatividad democrática, el equilibrio de poderes, el libre ejercicio de un oficio o profesión y el derecho a la información como inicio de una lista muy larga y completa que verdaderamente tiene un enorme potencial para promover el logro de la felicidad de los mexicanos como fin. Si éste lo fuera.
Una estrategia, pues, propone un fin y selecciona medios para alcanzarlo. El punto es que en nuestro país, las estrategias, tanto en lo público como en el sector privado, se silencia el fin y se visibilizan los medios. Nos damos cuenta de lo que se hace, pero no hacia dónde nos lleva, pues muy probablemente, el fin que se persigue, no es compartido por todos los involucrados. Esto genera una disonancia que nos regresa a la actitud victimista y la consecuente lucha contra la opresión, quien quiera que sea quien la encarne.
Por ejemplo, en la actual estrategia de salud de México, con el desabasto ignominioso y sin fin de medicamentos, se nos dice que se está combatiendo la corrupción en ese sector, lo cual es loable, justo y necesario, pero no da resultados por sí solo. Y la gente, el pueblo, está sufriendo. ¿Cuál es el fin, cuáles los medios?
En la estrategia de seguridad, se nos dice que el medio para alcanzarla, es generando bienestar en la población, pero mientras eso ocurre, los homicidios dolosos crecen cada día y la economía se deprime. ¿Cuál es el fin, cuáles los medios?
Las decisiones sobre los cómos – leyes, instituciones, políticas públicas -, necesariamente deberían pasar por un marco común de propósitos y principios como nación, he ahí su constitucionalidad. La constitucionalidad no es que una ley o acción corresponda a un texto insertado. La constitución es el alma de un país, y por eso, merece seriedad y estar libre de manoseos políticos que muchas veces obedecen al fin electoral y no al de los anhelos y mejor interés de los votantes.