“La violación no es un acto sexual, es un acto de poder, de dominación, es un acto político” Rita Segato
Cuando creí ilusamente que la pandemia nos había enseñado algo de la vida, algo de empatía y sobre todo algo de humanidad, la realidad nuevamente nos dice que NO, no hemos aprendido nada, seguimos siendo la misma sociedad que castiga y juzga, así sin más.
La semana pasada el caso de Nath Campos, una joven influencer que decidió hacer pública una lamentable situación de violencia sexual que vivió por parte de alguien a quien ella conocía y decía ser su amigo, se hizo viral, como todo aquello que parece alimentar el morbo de las personas, morbo que goza del dolor de alguien más y sobre todo que abona en su revictimización. Ella relata que esto sucedió hace algunos años, pero por miedo y sobre todo por sentirse culpable no lo había hecho público.
Miedo y culpa son dos palabras que se encuentran siempre presente cuando de violencia contra las mujeres hablamos, ambas utilizadas como lápidas que sepultan lo que es obvio, las claras violaciones a los derechos humanos de las mujeres, disfrazadas de normalidad; ambas palabras fomentadas también por una sociedad plagada de tolerancia a la violencia y la cultura de siempre probar que tengo derecho al acceso a la justicia, esa que dice que las mujeres tenemos que probar la violencia, sobre todo aquella que no es visible pero mata también.
En el caso de la violencia sexual en cualquiera de sus formas, se suman además de miedo y culpa una tercera palabra “poder”, que explota en nuestros oídos al pensar que esta palabra cierra la triada perfecta para que hoy tengamos las cifras tan escalofriantes en este tema.
ONU mujeres señala que, a escala mundial, el 35 por ciento de las mujeres ha experimentado alguna vez violencia física o sexual por parte de una pareja íntima, o violencia sexual perpetrada por una persona distinta de su pareja, sin que estos datos incluyan el acoso sexual. Aunado a lo anterior señala que 15 millones de niñas adolescentes de 15 a 19 años han experimentado relaciones sexuales forzadas en todo el mundo, y tan sólo un 1 por ciento de ellas ha pedido alguna vez ayuda profesional[1].
En México los resultados de la ENDIREH indican que 66 de cada 100 mujeres de 15 años o más de edad que viven en el país han sufrido al menos un incidente de violencia de cualquier tipo a lo largo de la vida. El 43.9% de ellas han sufrido violencia por parte de la pareja actual o última a lo largo de su relación mientras que 53.1% ha sufrido al menos un incidente de violencia por parte de otros agresores distintos a la pareja a lo largo de la vida.
De acuerdo con los resultados de la ENSU tercer trimestre 2020, se estima que, de los presuntos delitos registrados en las averiguaciones previas iniciadas y carpetas de investigación abiertas, los principales delitos cometidos en contra de las mujeres son los relacionados con el abuso sexual (42.6%) y la violación (37.8 por ciento).[2]
Estos datos estadísticos nos obligan a revisar por qué la cultura de la violación y del abuso sexual está tan arraigado en nuestra sociedad, a partir de un conjunto de creencias, poder y controles patriarcales normalizados y hasta justificados, y cómo esta realidad por resultado revictimiza a las mujeres y fomenta el sentido de culpa y miedo para su denuncia. La encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH)[3] 2016[4], señala que el 78.6%, no solicitó apoyo y no presentó una denuncia, entre las principales razones por las que no solicitaron apoyo o no denunciaron las agresiones físicas y/o sexuales se encuentran que el 19.8% por miedo a las consecuencias, el 17.3% por vergüenza y el 10.3% por qué no quiere que su familia se entere, es decir, el peso moral que le da la sociedad a este tipo de delitos donde tiene como eje de análisis el comportamiento de las mujeres como responsables de generar la violación; este absurdo pensamiento sigue siendo una realidad que sigue fomentando por un lado una cultura de tolerancia y normalización a la violación y por el otro una cultura de culpa eterna por hacer creer a las mujeres que son las causantes de que esto pase, esto a su vez fomenta la grave negación de esta realidad y fomenta la intimidación por parte de los agresores, por eso ¿por qué extrañarnos de que las víctimas de violaciones no denuncien inmediatamente? cuando al hacerlo cae el peso de la moralidad sobre ellas.
La violación a decir de la ONU es uno de los delitos menos denunciados y aun cuando se denuncia, rara vez se procesa debido a una serie de factores, incluidos los estereotipos basados en el género, aunado a lo que señala Rita Segato al decir que la violación, la dominación sexual, tiene también como rasgo conjugar el control no solamente físico sino también moral de la víctima y sus asociados, y argumenta que el uso y abuso del cuerpo del otro sin que este participe con intención o voluntad, se dirige al aniquilamiento de la voluntad de la víctima.
Las palabras construyen realidades y fomentan comportamientos, y el cuestionar a las mujeres que se atreven a denunciar un acto violento contra ellas es parte de esta cultura que pretende invisibilizar la realidad, el seguir repitiendo como sociedad que a las mujeres las violenta porque se lo merecen, o porque habían bebido alcohol, o por la forma en la que visten, sigue acrecentando la cultura de normalización de actos tan deleznables como la violación e inhiben su denuncia.
No hay clave mágica para acabar con la violencia contra las mujeres, lo que es cierto, es que, desde la sociedad debemos de dejar de tolerarla, justificarla, normalizarla o fomentarla y desde las autoridades asumir el compromiso por prevenirla y sancionarla; haciendo esto por resultado, sin lugar a duda la realidad tendría que ser diferente.
Como Nath, miles de mujeres que han vivido alguna forma de violencia entre ellas la sexual, guardan silencio por el qué dirán, por la crítica de una sociedad que no quiere entender que la culpa no era de ella o de ellas, que la culpa siempre será del agresor, del violento, del violador, de ese que decide que él tiene poder sobre el cuerpo de alguien más, en la mayoría de los casos de una mujer sabedor de que la sociedad tolerará o justificará el ejercicio de ese poder.
Finalmente es importante recuperar lo que la ONU mujeres señala[5] respecto a la importancia de desmitificar y erradicar la cultura de la violación y revisar estas propuestas que hace para tal fin:
- Crear una cultura del consentimiento convencido, es decir, Sí es sí. La parte más importantes en una relación sin lugar a duda es que sea consensuada.
- Denunciar las causas profundas, es decir identificar los roles y estereotipos que siguen diciendo que los hombres son fuertes y pueden decidir por nosotras o que las mujeres “se buscaron esa violación” por romper los estándares esperados para ellas.
- Redefinir la masculinidad (qué hombre quieres ser, o criar)
- Dejar de culpar a las víctimas, a partir de dejar de repetir ideas como que la violaron porque ella así lo propicio.
- Mostrar tolerancia cero, (No es No, así de fácil debiera entenderse)
- Escuchar a las sobrevivientes, y sobre todo siempre creerles.
- Poner fin a la impunidad.
- Ser un testigo activo.
- Educar a la próxima generación.
- Iniciar la conversación, o unirse a ella.
Así que nunca más volvamos a cuestionar a una Nath, o a cualquier víctima de un delito como el de violencia hacia las mujeres, debemos saber que para poder tener el valor de hacer esa denuncia ellas pasaron por muchos procesos entre ellos el lograr vencer ese miedo, esa culpa y enfrentarse a ese poder que la sociedad les da a los agresores cuando justifica siempre al violador y cuestiona siempre a la víctima.
Deja de ser cómplice y se más empátic@, por ellas y por todas las demás.
[1] UNICEF (2017). A Familiar Face: Violence in the lives of children and adolescents, págs. 73 y 82
[2] COMUNICADO DE PRENSA NÚM. 568/20 23 DE NOVIEMBRE DE 2020 PÁGINA 2/2 https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2020/Violencia2020_Nal.pdf?fbclid=IwAR2hD5mR1ZesgmWv1zCf6Ww1ms_ohgA2ubrA9whsw1jFfMcI-iHKuUyOHbA
[3] https://www.inegi.org.mx/contenidos/programas/endireh/2016/doc/endireh2016_presentacion_ejecutiva.pdf
[4] La ENDIREH mide la dinámica de las relaciones de pareja en los hogares, así como las experiencias de las mujeres en la escuela, el trabajo y la comunidad con distintos tipos de violencia.
[5] https://www.unwomen.org/es/news/stories/2019/11/compilation-ways-you-can-stand-against-rape-culture