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Le dije a Dios: “mándame un rayito de luz”… Al día siguiente mi corazón había sanado

Raquel Ambriz Álvarez de Reyes, es una michoacana, que ha enfrentado con éxito los dos retos más grandes de su vida: ser migrante indocumentada y haber enfermado de COVID-19.

Como millones de mexicanos, a los 19 años de edad migró junto con sus dos primeros hijos a los Estados Unidos de Norteamérica, para reunirse con su esposo Daniel. Un coyote “conocido” la cruzó por el Río Bravo, donde resultó herida al pasar por debajo de un alambre de púas.

“Esa vez cruzamos solos por el río, no llevaba mucha agua, pero después nos tocó pasar por una cerca donde había alambre y yo traía a mi bebé chiquito, tenía que meterlo por abajo y estaba como escarbado, y luego me tocó pasar, me atoré del alambre de púas y me corté la espalda”,

Formó una feliz familia en Chicago, Illinois, hasta que en junio de este año fue aquejada por los síntomas característicos de un resfriado, que luego se convirtieron en una severa neumonía.

Ni su esposo lograba convencerla de ir al hospital, temerosa de correr la misma suerte de dos conocidos que habían muerto en menos de una semana de Coronavirus.

“Yo dije, si me voy, yo no voy a salir del hospital y mejor aquí”, reflexionaba la mujer oriunda de Huandacareo, que finalmente aceptó someterse a la prueba cuando comenzó a tener serias dificultades para respirar.

Tras resultar positiva al SARS-CoV 2, fue hospitalizada. Para entonces había sufrido cambios físicos. “Mi piel me cambió de color, mis uñas estaban oscuras, mis labios se me pusieron negros, los ojos sin vida, como amarillos, sin brillo, blanco el color de la piel”, recuerda.

“Hija, ya no puedo más, hasta aquí llegué”, fueron las palabras de la mujer a una de sus hijas antes de llegar al nosocomio, donde pese al tratamiento su salud se agravó severamente y el médico decidió intubarla, aunque le notificó que su corazón también se había dañado “por la falta de potasio y el oxígeno”.

Con una fe muy arraigada, Raquel le pidió a Dios que no permitiera que su corazón se detuviera.

“Yo le dije “mándame un rayito de luz para que mi corazón sane” y por la mañana sentí como el rayo de luz entraba por la ventana y me pegó en mi pecho”, y sentí eso en mi corazón, cuando vinieron a hacerme el examen del corazón, se sorprendieron porque el corazón estaba sano, me dijeron que ya no tenía nada y alabé mucho a Dios”.

 

Pero el virus había generado daños graves en su organismo, luego de una semana tosía toda la noche, tenía fatiga extrema y había bajado 30 kilógramos de peso.

Con todo, su médico la dio de alta, con sólo un medicamento para la fiebre y la indicación de reposar. “Sólo descanso” fue la indicación del galeno en el vecino país del norte.

A su salida del hospital, Raquel parecía una mujer de 80 años, por lo que tuvo que esperar unas semanas para viajar a Huandacareo, en busca de recuperarse.

“Quedé como una viejita de 80. La boca bien arrugadita. Llegué aquí muy deteriorada de la memoria, de los ojos, veía empañado, ni de cerca ni de retirado podía ver, también me dijeron que se me había descontrolado la tiroides, el cuerpo no funcionaba bien, no tenía fuerza, todo lo que agarraba se me caía”.

Pero Raquel nunca perdió la fe en Dios, asegura que pese a la debilidad, la caída de pelo y los cambios físicos que sufrió siempre puso su vida en sus manos, sólo sentía nostalgia dejar a su esposo y a sus seis hijos.

Tuvieron que transcurrir casi 3 meses bajo el tratamiento médico de su hermana y cuidados de su esposo para que se recuperara totalmente. Luego de 45 años juntos, David nunca pensó en la muerte de su compañera y se dedicó en cuerpo y alma a su recuperación.

“Porque cuando la dejé en el hospital nunca nos despedimos y dije “ella no se va a ir sin despedirse”.

Totalmente recuperada, hoy Raquel agradece el apoyo de familiares y amigos que los proveían de alimentos y estaban al pendiente de su salud a distancia.

Hasta el momento, aún no logra identificar el momento en el que se contagió de la mortal enfermedad, ya que su familia es respetuosa de todos los protocolos sanitarios.

Junto con Raquel, su esposo, 2 hijas y sus esposos, además de uno de sus nietos resultaron contagiados de Coronavirus, todos han sanado ya afortunadamente.

Pero ahora ya piensan en retomar su vida en Estados Unidos, siempre juntos “hasta que Dios quiera”.

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