La luz de miles de veladoras iluminó los camposantos de las comunidades indígenas, mientras los pétalos de la flor de cempasúchil recibieron las almas de quienes se adelantaron en el viaje sin retorno, la muerte.
En la ribera del Lago de Pátzcuaro, ni el riesgo de COVID-19 logró detener la milenaria tradición. Como cada año, miles de mujeres y hombres colocaron altares en tumbas y hogares de los ya fallecidos, punto de convivencia entre la vida y la muerte.
Es la única noche del año en la que las ánimas regresan por algunas horas y se dejan sentir en el aire fresco que recorre los panteones
No importa la edad de los difuntos para el reencuentro. Alexandra, viajó desde Estados Unidos para esperar al ánima de su hijo que falleció “de muerte en cuna” hace prácticamente un año.
“Es mi primer año velando, porque yo soy de allá de Estados Unidos y allá no se hace como acá, pero ya va a cumplir un año desde que mi hijo falleció y es mi primer año velando y sí se me hizo bien importante venir, por mi hijo”.
El sonido de una banda de música rompió con el misticismo de la noche, aunque las familias aseguraron que no paró todo el día, ya que era lo que le gustaba en vida a alguno de los difuntos.
Conrado Aparicio Morales, veló este año a su mamá Enedina, seguro de que la luz de la eternidad la cubrirá con su manto.
“La recuerdo de una manera alegre, porque ella fue muy alegre, y en un momento hubo lágrimas al recordarla, pero todo lo que vive en esta vida, vamos a morir un día”.
Sentados en familia alrededor de una tumba, los pobladores cumplieron con su tradición, en un escenario que describen muy diferente al de otros años en el que el panteón lucía abarrotado, por ser Tzintzutzan “capital del Imperio Purépecha”.
En el acceso, personal de salud cuidó las medidas sanitarias, luego de las largas filas que se formaron en el día y que llevaron al presidente municipal, Irepani Hernández Gama a amenazar vía redes sociales, con el cierre de los panteones, y responsabilizar a los ciudadanos de un repunte en el número de enfermos de Coronavirus.
Pese a todo, la asistencia a los panteones rebasó a las autoridades de todos los niveles y obligó a cerrar el único que estaría abierto, el de la comunidad de Tzurumútaro que cerca de las 7 de la noche cerró sus puertas para sus integrantes.
“Hubo un acuerdo en asamblea, como comunidad, donde por cuestión de la pandemia no se permitirá el acceso a turistas sólo a la comunidad”.
Elementos de la Guardia Nacional y policías hicieron presencia en las inmediaciones de este camposanto, que de cualquier manera cumplió con la tradición, adornada con las flores cempasúchil, las veladoras y la fe en el regreso de los seres queridos.
En Santa Fe de la Laguna, los altares se colocaron en los hogares de los difuntos, hasta donde mujeres indígenas llevaron las ofrendas en memoria de Carmen, fallecida apenas el 13 de septiembre, pero a quien se le recordó con música.
Sin embargo, artesanos e indígenas que cada año esperan la reactivación económica con la llegada de los turistas se enfrentaron a un panorama desolador. En la plaza central de la comunidad, ni la ofrenda monumental en honor de Tata Vasco logró atraer a más visitantes.
En Cuanajo, las calles también mostraron una inusual ausencia de turistas. La ofrenda monumental en forma de caballo adornada con flores de cempasúchil y una vela en la parte más alta se colocó en la plaza, de donde deben llevar las ofrendas a las casas de los fallecidos.
En el lugar los visitantes fueron recibidos con tamales, atole y un pan, en atención a su compañía para velar la llegada de las ánimas. Aquí el altar no lleva la comida que en vida le gustó al difunto, sino pan y fruta.
De acuerdo a la costumbre, en los primeros minutos de este 2 de noviembre se cumplió la tradición. Las almas de los fallecidos regresaron por algunas horas, pero se mantendrán vivos el resto del año en el corazón de quienes los recuerdan.
