Posiblemente sean incalculables las pérdidas que tengamos durante esta pandemia, las cuales se irán acumulando en nuestro sentir, también en nuestros pensamientos, algunos podrán ser obtusos y obsesivos, algunos podrían encontrar una salida creativa o construir una que nos lleve al reencuentro con nuestro cuerpo.
Ese cuerpo, nuestro cuerpo, al que casi no le ponemos atención hasta que algo grave nos ocurre, la desatención es algo que aprendemos desde pequeñas, el reconocimiento de nuestro cuerpo ocurre desde muy temprana edad y con ello la expropiación del mismo también, las historias las conocemos muy bien a través de frases y enunciados que nos inculcan desde pequeñas.
Cuánto hace que no nos reconocemos, cuánto hace que no nos vemos al espejo, qué cambios presentan las personas a nuestro alrededor, hay algo nuevo que descubrí sobre mí en este momento, a qué estoy renunciando, qué bellezas encuentro en mi cotidianidad, cómo enfrento el diario de mi vida, reconozco quién soy ahora, cambiaron mis miedos de cuando era pequeña a esta edad.
Pensar parar era casi impensable, ahora lo que tal vez sobran son preocupaciones, ansiedad y muchas preguntas, muchas de las cuales no tienen respuesta, las dudas nos abordan y quizás no nos dejen dormir, sobrevivir esa es la meta para muchas.
Hemos visto como gente a nuestro alrededor enferma, colapsa y muere, la respuesta puede ser la negación de lo que ocurre, pero sí pasa, está pasando y no nos debe ser ajeno, como sentir la tristeza, expresarla y ponerla en su justa dimensión, dejarla salir, así como aquellos sentimientos que se nos atoran entre el pecho y la boca.
Hoy en día la expresiones de los sentimientos y de las emociones, implica que podamos reconocerlos para poderlos manejar, posiblemente hay mucho enojo acompañado de desesperación y en ocasiones no encontramos responsabilidad especifica en alguna persona sino en muchas, lo que ocasiona que afloren nuestras diferencias y nos sobrepase la excesiva demanda de todo aunado a la preocupación que nos genera la incertidumbre que nos provoca sentirnos vulnerables, condiciones que nos agotan, enfadan y sacan lo peor de nuestra personalidad, pero también nos permite reconocerlos para aceptar y trabajar en esas cosas que no nos agradan mucho de nosotras mismas.
A lo largo de nuestra historia vamos perdiendo aptitudes, alegrías, conocimientos y demás capacidades que de niñas o adolescentes tuvimos la posibilidad de desarrollarlas pero que con la construcción de estereotipos que aprendimos nos llevaron a limitarlas o bien decidimos dejarlas en el camino.
Diversas historias nos cuentan de diosas, guerreras, hechiceras, grandes sabias que viven en nosotras, cultivan nuestro conocimiento con el de otras mujeres a través de leyendas, nuestras líneas maternas juegan un papel de suma importancia, y que muchas veces las vamos dejando morir en el olvido.
La forma en que aprendemos y socializamos en este mundo anula y borra a las mujeres, construye la idea de que las características físicas femeninas corresponden a un sexo débil, de ahí que se pongan en cuestión lo que somos, se invisibilicen nuestras aportaciones y contribuciones, por eso nos critican, somos juzgadas y muchas veces rechazadas hasta culminar en un asesinato.
Durante siglos han existido diversas acciones que impiden reapropiarnos de nuestro cuerpo, una forma de ello es penalizar y criminalizar las decisiones sobre el ejercicio de nuestra sexualidad y reproducción, aunque hay muchas historias de mujeres que elaboraron remedios a través del conocimiento de las plantas y los minerales que permitió que las mujeres no se embarazaran y gozaran del sexo, y que diera como resultado la creación de los métodos anticonceptivos todavía en la actualidad prohibidos y poco accesibles para muchas mujeres, ya sea por creencias o por pobreza.
También desaprendimos que los silencios nos hacen sanar y no deberían darnos miedo, olvidamos que lugar de nuestra casa es el favorito, supongo que además de la cama, nos extraviamos en nuestra propia desarmonía interna, el ruido interno nos enferma y posiblemente se refleje en nuestro desorden, nos cuesta trabajo identificar qué es lo mejor para nosotras, no vemos la belleza de lo simple estamos mirando la complejidad del nunca.
Nos da ansiedad aceptarnos, es más fácil rechazarnos y entonces nos desequilibramos, nuestro cuerpo lo resiente, porque rompemos los pocos lazos de amor que nos quedan, enseguida la desolación, nos sentimos infinitamente solas, abandonadas y buscamos quien llene esos huecos exponiéndonos a la violencia casi siempre, pero resulta que nadie puede llenar nuestros vacíos internos porque sólo una los conoce.
Algunas de nuestras ancestras entretejieron palabras para hacer trenzas de conocimiento sobre las plantas, sobre las afecciones emocionales que nos dañan algún órgano de nuestro cuerpo, reconocieron su potencial alquimista y crearon la medicina natural y entonces una pomada podía curar nuestro dolor de amor ese que da en el pecho, un tónico nos podía regresar el rostro rosado que provoca una sonrisa de alegría o posiblemente vomitar el coraje o la muina de no salirnos con la nuestra. De oler esencias que nos sanan y la tiricia se va por siempre.
Otras pensaron que mezclar y reconocer sabores, implicaba hacer ciencia, clasificaron lo dulce de lo salado, lo amargo de lo insípido, establecieron lo justo que nos puede enloquecer y guardaron los venenos para sobrevivir y tal vez curar las almas y espíritus negros de esos que se nos meten de vez en cuando.
También se sentaron a elaborar historias a través de la elaboración de colchas, juntaron las plumas e hicieron paisajes que ahora ya no conocemos, supieron respirar en momentos crudos y devastadores, se guiaron en el cielo creando galaxias y bordaron mágicas palabras que nos hicieran acércanos a la naturaleza animal y estos como inciden en nuestra vida.
Crearon caminos para resguardarnos, nos contaron historias que nos daban consejos amorosos y otra veces interpretaron las pesadillas cuando se trataba de reconocer a los que nos hacen daño, nos enseñaron a no ser sumisas, pero si guerreras cuando lo más amado nos era arrancado, hicimos cruzadas para estar mejor, creamos jardines, estábamos juntas, hacíamos aquelarres, nos enseñaron a buscar en nosotras lo más importante y a renunciar a lo podrido.
Entonces por qué no hacer un reencuentro hacia nosotras, por qué no abrazar nuestros cuerpos que nos sostienen, en los que habitamos, por qué no reescribir la historia, por qué no sentarnos juntas para hacer líneas maternas, aprender de las mujeres, aprender nuevos olores, a reconocer lo que importa, a recuperar nuestros cuerpos, volver a definir nuestras alegrías, desarrollar nuestros talentos, aceptar que somos diferentes y que por más que quieran nunca nos podrán borrar como ahora se pretende hacer con sólo decir cuerpos gestantes y menstruantes, no somos cuerpos, eso nos cosifica, la identidad es nuestra, las mujeres existimos, somos una larga historia, somos estas y nos iremos a otros espacios a seguir construyendo y entrelazando acordes y sinfonías que impidan borrarnos y despojarnos de nuestros cuerpos. Hacer como decía Virgina Woolf “un cuarto propio”, muy nuestro.