No se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho
– Aristóteles
Con más frecuencia de lo que me gustaría, escucho referencias que denostan a la empresa familiar. Entre los colaboradores, es común la queja de la poca posibilidad de crecimiento profesional debido a que en el momento de sucesión o apertura de puestos de alto mando, seguramente serán beneficiados con el nombramiento hijos y otros familiares cuyo mérito aparentemente es solo ese: ser parte de la familia.
Por parte de los proveedores, el reclamo más repetido es la falta de formalización de procesos que permitan la transacción más ágil con este tipo de empresas. Las firmas competidoras no familiares, las ven como lobo al cordero, con una superioridad arrogante anclada en su supuesta profesionalización.
Para el sistema de administración tributaria, los negocios familiares representan su segmento de recaudación más cómodo, pues saben que debido al tamaño de la mayoría de ellas, no tienen acceso al pago de defensorías fiscales potentes, además de que casi siempre, el contribuyente asume personalmente la responsabilidad impositiva, con lo cual no arriesgan solo su patrimonio, sino también su nombre, su prestigio personal y su seguridad.
Por el contrario, para sus clientes, la empresa familiar ofrece una relación más cercana y tiene mayor capacidad y disposición a atender sus necesidades particulares.
Hasta antes del advenimiento de las famosas “startups[1]”, prácticamente todas las empresas nacían con el objetivo de que la familia creara su propia forma de ganarse la vida[2], siendo lideradas por quien en su momento fungiera como cabeza de la misma.
Siendo así, al interior de la empresa familiar, se viven situaciones profundamente humanas. El empresario o la empresaria pone al servicio del negocio sus habilidades, pero también expone sus limitaciones. Trabaja duro para construir su organización, a la vez que descubre que tiene que invertir muchas horas en aprender una infinidad de cosas que requiere para llevar su negocio al éxito. El tiempo de familia se convierte en trabajo y el tiempo de trabajo es la ocasión de estar con la familia.
Al ir involucrando a los miembros del clan, la línea entre lo público y lo privado se desdibuja: actitudes y comportamientos que se reservaban para la intimidad del hogar, tarde que temprano son testimoniados por los colaboradores y viceversa. Todo esto da pie a un fenómeno de sobre familiaridad, donde la confianza que da la convivencia dentro del ámbito laboral va creciendo y traspasando límites que a veces juegan a favor y muchas otras en contra.
Por otra parte, en la intimidad de la familia empresaria suceden fenómenos aún más profundos. En el momento en que los miembros de la familia trabajan juntos ven cosas en el otro que antes no habían notado; se empiezan a revelar facetas que se habían guardado, que muchas veces resultan una sorpresa y se convierten en un llamado para hacer ajustes en la relación familiar.
Y en momentos de crisis, ya sean de la empresa, del entorno, de la persona o de la familia, esto se agudiza.
Por ejemplo, durante esta temporada de pandemia, se ha presentado un aumento en la violencia doméstica debido al confinamiento, a las presiones económicas que atraviesan las familias y a las tensiones propias de la etapa de vida tanto de las familias como de las personas. Este escenario se ve magnificado en la empresa familiar, pues al compartir espacios y responsabilidades laborales y privados, unos y otros problemas se entremezclan exacerbando emociones y retos por resolver.
Pero no es solo la economía lo que complica las relaciones en la empresa familiar. Como hemos mencionado, las diferentes etapas de la familia representan cambios importantes que convocan a hacer ajustes. Como cuando los hijos ya han crecido y es momento de que tomen decisiones de manera adulta e independiente sobre su propio futuro, ya sea incorporándose en la empresa familiar o buscando un camino distinto.
Con frecuencia, estas decisiones de los hijos no siempre serán las que los padres fundadores habían esperado y se empieza a cuestionar sobre los beneficios que tendrá el hijo o la hija que decide no continuar en el negocio, y en muchas ocasiones el hecho de no trabajar juntos, representa una amenaza para la pertenencia y unidad familiar.
Otra circunstancia que abona a la tensión en la empresa familiar es cuando los hijos o hijas deciden iniciar una vida en pareja y los cónyuges despiertan desconfianza y temores respecto a los bienes comunes. Incluso se llega al punto de que los hijos se encuentren en el dilema de a quien deberán dar prioridad, a la familia de origen o a su nueva familia nuclear. O como cuando llega la tercera generación y de pronto el pastel parece no ser suficiente para todos y cambian entonces los criterios de disposición de recursos, dando pie a nuevos conflictos.
En estos momentos, asoma la duda sobre qué debe tener prioridad, si la familia o la empresa.
Existen por supuesto, mecanismos que permiten tomar decisiones que facilitan la continuidad de la empresa, como lo es el código de la familia empresaria. Este instrumento resulta una magnífica oportunidad de diálogo profundo entre los miembros de la familia que les permite aclarar su propósito como familia empresaria y llegar a acuerdos donde se delimiten los ámbitos de la propiedad, la dirección y la familia, logrando, en la mayoría de las veces, dar viabilidad y rumbo a la empresa familiar.
En ocasiones, este ejercicio saca a la luz esas heridas personales muy humanas que afectan tanto el desarrollo como las relaciones de los individuos. Por ejemplo, en alguno de los hermanos o hermanas, se pone de manifiesto el deseo de éxito a toda costa y casi se convierte en su motor de vida, mientras en otro, el anhelo que todos gocen de los mismos bienes y beneficios de la empresa le genera estrés a veces expresado como envidia. Con frecuencia, hay un hermano o hermana que asume mayores responsabilidades, pues su instinto de proteger a la familia extendida rebasa las aspiraciones e intereses propios pero se vive así mismo como en sacrificio y por ello, muchas veces termina resentido con los demás. Todo esto sucede mientras los padres observan a los hijos y lo único que desean es ver en ellos agradecimiento por lo recibido y que caminen en unidad a la vez que perpetúan el negocio.
Ante este y muchos otros panoramas, el código de la familia empresaria también genera una oportunidad de sanarse unos a otros de forma que logran una mayor cercanía, afianzan lazos de cariño y superan los obstáculos y las emociones que les impiden dar lo mejor de sí a la empresa familiar.
Sí, la empresa familiar puede ser muy criticada, pero es la única donde sus nudos se atan y desatan en el amor.
[1] Se conoce como start ups a las empresas de reciente creación que prometen un crecimiento rápido y una alta escalabilidad. El internet ha sido un factor clave de aceleración de su desarrollo, por eso muchas veces se asume que son negocios digitales. Sin embargo, detrás de una página web o de una aplicación para celular, requieren de toda una estructura de negocios que permitan soportar la entrega de valor a sus clientes.
[2] En el caso de las start ups, emprendimientos impulsados por las generaciones denominadas millennials y centennials, las motivaciones para su fundación han cambiado. Más que una forma de mantenerse, son vistos como iniciativas para retarse a sí mismos, es una búsqueda de la satisfacción personal a través de la innovación, buscando un lugar en el mundo a través de ella.
