“Nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por tí.”
– John Donne
Esta semana los medios informativos publicaron los resultados de un estudio preliminar sobre el perfil sociodemográfico de las víctimas mortales del COVID-19 en México, realizado por el Dr. Héctor Hernández Bringas de la UNAM (17 de junio 2020)[1].
Se nos había dicho que este virus no discrimina y este análisis, con corte al 27 de mayo, puso en evidencia todo lo contrario. El 71% de los fallecidos durante esta pandemia en México, tenía una escolaridad máxima de nivel primaria y el 46% eran personas que no tenían un empleo. El lugar donde perecieron más de la mitad de las personas acaecidas a esa fecha, fue en hospitales de población abierta (Secretaría de Salud); es decir, no eran derechohabientes del IMSS o del ISSSTE. Sólo un 2.9% de los difuntos fueron atendidos en sus últimos momentos en hospitales privados, una cifra incluso menor de que quienes dieron el último suspiro en sus hogares.
Como mexicanos, no podemos menos que sentir vergüenza ante esta realidad que nos cachetea la cara: una gravísima desigualdad social. Se viene a mi mente la historia del naufragio del Titanic como una analogía de lo que nos está pasando: habemos personas de primera, de segunda y de tercera según el código postal donde nacimos y eso determina nuestras posibilidades de sobrevivir a esta pandemia.
Hoy, la desigualdad no es quien viaja en vehículo propio, en transporte público o camina para llegar a su destino. La desigualdad es vida o muerte.
Los muertos por covid-19 en México, no son víctimas del coronavirus. Son víctimas de nuestra indiferencia colectiva al emitir votos, leyes y políticas públicas pensando en lo que más conviene a mi clan y olvidando que México somos todos. Son víctimas de un sistema de salud pública que no alcanza para todos. Son víctimas de la ignorancia que lejos de ser combatida por el sistema educativo, parece ser alentada al dar prioridad a la lucha por los derechos laborales sobre la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje. Son víctimas de la mala alimentación derivada de un salario mínimo oprobioso. Son víctimas de la escasez de agua potable en un país donde más del 40% de los mexicanos no cuenta con un suministro diario del necesario líquido para la higiene mínima que se requiere para prevenir el contagio. Y son víctimas también de aquéllos que simplemente critican la propagación del virus por ignorancia como si ésta fuera una opción en un país de tanta inequidad.
En este espejo que nos ha mostrado el Dr. Hernández Bringas se reflejan la evasión de impuestos, las discusiones en el Congreso que históricamente han hecho prioritario las reformas energética, educativa, fiscal, legislativa sobre la salud pública, la mezquindad de quien no deja pasar la ocasión para sacar provecho en beneficio propio. El estudio mencionado deja al descubierto la ausencia de un proyecto de nación y que el país se mueve a la conveniencia de quien tiene el poder político y económico en turno.
Estos no son momentos para sentirnos orgullosos de ser mexicanos, ni de nuestras acciones ni de nuestras decisiones. Este debe ser para nosotros un punto de inflexión colectivo, donde la solidaridad no solo se manifieste en donaciones altruistas, sino en la forma en que nos vemos unos a otros. Esta pandemia es un llamado a crecer en consciencia, donde dejemos de tratar de hacer algo por “ellos” y nos incluyamos en un trabajar para todos “nosotros”. Es el llanto de nuestros ancestros a quienes seguramente hemos decepcionado con una visión individualista, narcisista y discriminatoria. Es un grito que nos interpela a voltear a ver a los ojos a los otros y descubrirnos en ellos a nosotros mismos, por diferentes que podamos parecer. Es un clamor por construir con el mejor de nuestros esfuerzos, talentos y razonamientos, una digna vida común.
[1] Hernández, H. (17 de junio de 2020). Mortalidad por covid-19 en México. Notas preliminares para un perfil sociodemográfico. Notas de coyuntura del CRIM No. 36, México, CRIM-UNAM, 7 pp.
