Obras son amores y no buenas razones – Dicho Popular
Esta semana, apreciable lector, quiero iniciar una breve serie de análisis sobre el ensayo de Andrés Manuel López Obrador, La Nueva Política Económica en Tiempos del Coronavirus, el cual toca varios nudos de nuestra vida común.
El ensayo, publicado el 15 de mayo de este año, comienza sosteniendo que la actual crisis económica global no tiene como causa principal la pandemia, sino que ésta sólo precipitó la caída del régimen neoliberal[1].
Es totalmente cierto que el régimen capitalista rapaz ha dado lugar, durante las crisis económicas, a nuevas polarizaciones de la riqueza y nuevas espirales de corrupción y desigualdad. Igual de cierto es que la historia nos muestra dos factores – entre otros – que históricamente han precipitado crisis inflacionarias y de desempleo en México: el déficit del sector público (gastar más de lo que hay) y la consecuente dependencia externa de la economía nacional debido al pago de una deuda externa que se hace más grande para poder cubrir ese déficit.
La verdad maquillada es la forma en que AMLO critica lo mismo en lo que él está cayendo. Una cosa es su discurso y otra sus acciones. Precisamente en días pasados salió a la luz un nuevo préstamo para México del Banco Mundial por mil millones de dólares, la misma táctica neoliberal contracíclica para fomentar consumo, empeñando con ello el futuro del país, pues el pago del servicio de deuda desvía recursos que deberían ser invertidos en la generación de empleo, por ejemplo. Irónicamente, en su ensayo asegura que su política será que “en vez de conseguir líneas de crédito para endeudar al país, intensificaremos el combate a la corrupción”.
También dentro de su escrito, que es principalmente el reciclado de sus informes no oficiales de gobierno, explica cómo busca a través de los programas sociales generar consumo en la base de la pirámide – por ser la población con menores ingresos – de quienes reitera son el 70% de la población y justifica que con ello se beneficiarían de manera indirecta al otro 30%, (presumiblemente dueños de medios de producción) con la construcción de paz y tranquilidad. Siendo honestos, esto verdaderamente sería para celebrarse, pero la sostenibilidad de tales programas es dudosa más allá del corto plazo, a menos que sea fondeada con más deuda pública.
Y he aquí el nudo: un gasto público mayor a los ingresos hacendarios genera un déficit presupuestal. Para cubrir este déficit, es decir, conseguir dinero para pagar la diferencia, México tiene que pedir prestado al Banco Mundial, es decir, contraer mayor deuda externa. Esta deuda genera intereses que sólo pueden ser pagados con los ingresos federales, reduciendo así el dinero disponible para el gasto público. Si los gastos no se reducen -como sería el recorte a programas sociales y a la burocracia y disminución en la inversión en infraestructura y servicios públicos-, se incurrirá en un mayor déficit, nuevamente más deuda, más intereses y así en un círculo vicioso que solo llevaría nuestra economía a una debacle acelerada. Entonces ¿aplicará o no medidas contracíclicas “neoliberales”?
Andrés Manuel ha declarado de manera repetida que estos programas sociales son posibles gracias a que ha eliminado la corrupción del país (de lo cual sería muy interesante que presente cifras concretas de los recursos que se han recuperado, simplemente para garantizar que se estén aplicando honestamente y no hayan solo cambiado de manos). Sin embargo, en su propio ensayo sólo menciona, como acciones en contra de la propia corrupción, la reducción del aparato burocrático debido a la duplicidad de funciones y a su ineficiencia y la eliminación de controles y supervisión de los propios programas sociales.
El adelgazamiento organizacional, muchas veces criticado por la consecuente supresión de puestos de trabajo, en la mayoría de los casos, es una medida indispensable en las empresas e instituciones para regresarlas a un nivel de eficiencia y productividad que les permita ser competitivas. Es dolorosa, pero necesaria. Si eso fue lo que buscaba Andrés Manuel, es entendible y hasta se le pudiera poner una palomita, siempre y cuando hubiera hecho público el fundamento de tales decisiones, avalándolo por supuesto con los montos de ahorro en el erario por este concepto.
En cuanto a la eliminación de controles y supervisión de los programas sociales, señala que los recursos se entregan de manera directa a los beneficiados, sin intermediarios. Ciertamente, no tener intermediarios elimina capas de corrupción, pero al mismo tiempo, al no ser controlados ni supervisados, abre todo un portal a la misma desde la propia asignación de los presupuestos. Esto equivale a romper la tubería tratando de tapar la fuga … y dejarla rota.
Por otra parte, AMLO señala que al omitir el control y la supervisión, se alienta la responsabilidad cívica y hace un llamado a convertir la honestidad en una forma de vida y de gobierno. Él, que usa como recurso frecuente la alusión a frases de connotación religiosa, olvida aquello de que “en el arca abierta, el más justo peca”. Él mismo señala una y otra vez que es la ausencia de valores lo que tiene al país en esta situación de desigualdad e injusticia, pero a la vez afirma que la mayor riqueza de México es la honestidad de su pueblo. Ese pueblo bueno y sabio capaz de prender fuego a otro ser humano y ejecutar actos de rapiña como una forma de demanda de justicia. Entonces, los mexicanos ¿somos honestos o no?.
Hasta este punto en el análisis, no encuentro reproche a su discurso, pero sí a la forma como traiciona sus palabras con sus acciones. Obras son amores y no buenas razones. Continuamos desmenuzando este ensayo, si usted me lo permite, en la próxima edición.
[1] Lo cual explica su muy lamentable frase de que la pandemia nos cayó como anillo al dedo.
