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Relaciones desastrozas, madres e hijas adolescentes confrontadas.

¿Quién no conoce a una madre que está sumamente confrontada con su hija adolescente? ¿Desencuentros, palabras dolorosas, incontrolables dramas, falta de límites, estrés al tope? ¿Hacerla entender, más que imposible?

Cómo le llamamos a eso que nuestras hijas hacen cuando se comportan con suma rebeldía, posiblemente pensemos que son las malas compañías, casi siempre nuestro pensamiento intenta echarle la culpa a alguien externo, es más sencillo que asumir una reflexión verdaderamente profunda, de la que presentimos que no nos agradará la respuesta.

Resulta complejo si partimos que la rebeldía no es un acto o una serie de conductas asociadas culturalmente hacia las mujeres, mucho menos niñas y adolescentes, en la construcción de estereotipos de género tradicional eso no es de mujeres, todas deben ser niñas bien portadas, sumisas y muy obedientes, sobre todo muy bien educadas, con todo lo que ello signifique socialmente serlo.

Sin embargo, alguna de nuestras hijas “salió mal”, no es como las demás, incredulidad tal vez, pero por qué, si a todas se les educo igual, no debería haber diferencias, todas recibieron lo mismo, pero eso no es necesariamente así, cada una resignificó de manera diferente las experiencias que enfrentaron en relación con su madre, la misma para todas pero diferente para cada una, para cada hija.

Entonces qué conlleva a que una hija pueda ser totalmente opuesta a lo que algún día se pensó y se tenía planeado para ella, por qué nos cuesta tanto como madres que ella no quiera lo que una quiere para ella, si sólo es para su bien, por qué duele el rechazo en ambas, será que es incapaz de aceptar lo que una como madre cree que es lo mejor, si es amor lo que le da.

En mi experiencia, pocas son las madres que preguntan a sus hijas si eso que se expresa como amor les basta, no de manera colectiva, sino de forma individual-personal, si se siente aceptada y segura con esa interacción tan importante entre madre e hija, y es que esto se vuelve crucial, porque entender el amor y la forma de relacionarse entre personas, debe estar nutrida de una interacción que permita no violentar y no depender de ninguna manera de las personas con quienes nos relacionamos de diversas formas ya sea amorosa, económica, sexual e incluso jerárquica, si como madres logramos entender lo anterior posiblemente desarrollemos una serie de capacidades que orienten y principalmente comuniquen a nuestras hijas que es posible ser rebeldes para ser libres, para ser dueñas de sí, sin que ello signifique estar en riesgo de sufrir violencia feminicida.

La rebeldía en las mujeres principalmente en las hijas niñas o adolescentes, es de una fuerza incontrolable y casi siempre frontal, muy dura con lo que somos como madres, todo el tiempo es una crítica constante a lo que odian de esas circunstancias y posibles decisiones que ahora les colocaron ahí, pero que tal si esa rebeldía es la voz que yo misma acallé ahogándola dentro de mi ser mujer y madre. Ese torbellino que quería ser libre y se quedó sin serlo, atada a una serie de limitaciones y violencias que no se reconocen, no se hablan ni se quiere y se puede salir de esas relaciones en las que el sufrimiento es una constante manifestación de relaciones toxicas y decisiones mal tomadas que nos sabotean constantemente.

También he conocido otras formas de rebeldía en niñas y adolescentes, una que se observa aparentemente más pasiva, que no es tan confrontante y estridente como otras expresiones, pero que si es capaz de expresar de golpe lo que no le gusta, tiene una fina agudeza aniquilante para cualquier autoestima de madre fragilizada por diversos eventos en su vida en donde haya o esté siendo violentada, seguramente la reconocen porque es a quien ustedes como madres han querido someter como receptoras de una serie de responsabilidades que no les corresponden ni les toca asumir, como la crianza, lo cuidados, la aportación mayoritaria en términos económicos para el sustento del hogar y de esa familia, o que simplemente colocaron en esa hija la extensión de sus anhelos y metas inconclusas, como cuando nos traspasan una deuda interminable de expectativas que no son suyas.

Los resultados los conocen o se los han de imaginar, nadie quiere algo que no sea suyo y esto puede ser reconocido o no, lo que sí, es que cada herencia de este nivel es expresada físicamente y ante esta manifestación puede caber una exposición al riesgo, a la violencia, al consumo de drogas, a la explotación sexual o bien a relaciones sumamente destructivas, así como embarazos no deseados e involucramiento en hechos delictivos.

El cuerpo de las mujeres, en este caso de las niñas y adolescentes rebeldes, se vuelve un instrumento de batalla y de resistencia, que se interpone y se expone a la vez, que puede ser expropiado, lo detectamos cuando no hay acercamiento corporal que impide acogerla, abrazarle y hacerle sentir que ahí se está como madre con todos sus miedos y resistencias, y también con toda su confusión porque no puede entender a su hija que se resiste a no ser igual que las demás y que muchas, que no quiere ser igual a quien una es o se ha convertido como madre.

El cuerpo de nuestras hijas, al igual que el de la madre, fue expropiado, porque cuando reconoció su cuerpo como el espacio para sentir, saber, descubrir, reconocerse incluso en el placer y hacerlo totalmente suyo y dueña de sí, esta cultura machista más otros elementos que subyacen consiente e inconscientemente impidieron que este hecho de pertenencia se consolidara, irrumpieron colocando el cuerpo de las mujeres como un objeto público, el cual se puede tocar sin importar dónde y cuándo, se puede seducir y someter, para ello se creó la justificación del “amor” en la infinidad de discursos en los cuales se mata por amor, se castiga por amor y se sufre por amor, así aprendimos todas y cada una de nosotras.

Algunas madres para no tener conflictos con sus hijas las exponen siendo “permisivas”, esas mujeres han reproducido la idea de colocar el cuerpo de sus hijas como gestor para el acceso a supuestos objetos de valor y mejores condiciones de vida, pero en realidad están impulsando un proceso de cosificación. He visto como algunas madres pareciera que arrojan a sus hijas a ese mundo de “relaciones formales” en donde el noviazgo se instaura como la oficialidad de la pertenencia de esa hija públicamente y también del novio, entonces este puede y cree que tiene el control de ella, llamarle tarde, vigilar y aceptar sus amistades, interferir en sus decisiones y gustos, controlar sus horarios y actividades, tener actividad sexual con ella sin responsabilidad y conocimiento, incluso llegar a su casa a la media noche para que le diga que estuvo haciendo todo el día.

Luego entonces, en lugar de intervenir, reproducimos lo aprendido históricamente, “la relación es de dos y no hay que meterse”, ella quería andar de rebelde, de novia, entonces ella sabrá cómo resolver esas situaciones, por qué, entonces, como madre no me atrevo a decirle que eso es violencia, porque seguramente se pondrá peor y me dejara de hablar o se ira de la casa, y es que el asunto no es confrontarle a ella sino al agresor, aunque la hija sea mayor de edad se puede poner una denuncia ante las autoridades y poder buscar ayuda para idear un plan de emergencia ante la violencia que la hija rebelde no reconoce, porque no puede y porque no quiere.

Tal vez la ecuación mujer/naturaleza/ madre, no es para todas las mujeres, no es la misma para cada hija aun con la misma madre, porque cada mujer, enfrenta un proceso histórico diferente en cada ejercicio de la maternidad y con ello una relación diferente con cada hija. Pero qué pasa si para una de las hijas, el ejercicio de “ser mujer” puede ser una dinámica llena de placer, donde eso de ser sumisa no le va, sentir es lo único que le llena, experimentar es lo que únicamente le complace y con ello la exposición al riesgo, a la violencia, se espera entonces que cualquier madre entre en acción y confronte a su niña, a la que es incapaz de reconocer como mujer, como otra forma de ser mujer.

Las relaciones entre madres e hijas, pasivas, rebeldes, permisivas o de cualquier índole deben transformase socialmente para no seguir colocando a nuestras hijas en situaciones de control y sujeción brutales, y en vez de conflictuarlas más, podemos ayudarles a romper con eso que no quieren reconocer que son el tener pocos conocimientos y reconocimiento sobre las violencias y los excesos de diversa índole, así como una carente comunicación y establecimiento de redes de confianza y de apoyo para que no se sientan juzgadas pero si escuchadas, y logren estar a salvo con su rebeldía.

Para ello es de vital importancia los procesos de sensibilización y formación que cada día son más carentes en las instituciones públicas, se piensa que se ha invertido mucho en esas “mujeres” pero no es así, resulta preocupante que se destinen mayores recursos a los asuntos de masculinidades constatando que son las mujeres quienes asisten, se interesan pero que siguen de alguna manera haciéndose responsables de que los hombres cambien, cuando tal vez hay que seguir formando mujeres rebeldes dueñas de sí mismas y transformando la diversidad de formas de ser mujer más libres y sin violencia.

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