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Nudos de la vida común. Los Sentimientos de la Nación y Mandela

Derribar y destruir es muy fácil;

los verdaderos héroes son aquellos que construyen y trabajan por la paz – Nelson Mandela

 

Hoy 14 de Septiembre, los Sentimientos de la Nación cumplen 207 años.  La primera reflexión que me arranca esta conmemoración y que quiero compartir con ustedes, apreciados lectores, es ¿cuáles eran esos sentimientos?

La lectura textual del documento de Morelos muestra la organización política que se deseaba en ese entonces para el País: libre, soberana e independiente del extranjero. Ahí se establecen las bases de la división de poderes en México y la representatividad democrática de todas las provincias en igualdad de número.

Pero al hacer una lectura un poco más interpretativa, se pueden inferir cuáles eran los sentimientos del México naciente:  heridas por el abuso de poder, la pobreza, la desigualdad y la ignorancia.

Para sanar los sentimientos de la Nación, el Siervo establecía como lineamientos que los ministros al servicio del pueblo vivieran sólo de los diezmos y primicias (según la usanza religiosa) y que el pueblo no tuviera que pagar más retribuciones a los mismos que los que ofrendara según su devoción.  Señalaba también que la función del Congreso era dictar leyes que moderasen la opulencia y la indigencia con el objetivo de poder aumentar el jornal del pobre para que con ello mejorara sus costumbres, saliera de la ignorancia y se abatiera la rapiña y el hurto, viendo al mismo tiempo por la protección a la propiedad y específicamente, a su casa como un asilo sagrado.

La insistencia en la abolición de los tributos sugiere que sus altos montos y su mala administración eran la causa de la pobreza.  Morelos hablaba de moderar la opulencia y la indigencia, no de suprimir la primera y exaltar la segunda, y que la búsqueda de un equilibrio más justo sería el camino para poder elevar el salario.  Así mismo, urgía la erradicación de la ignorancia como forma de combatir el delito.

En el mensaje que inauguraba el Congreso de Chilpancingo en 1813, el anteriormente Cura de Carácuaro,  rechazaba la intervención extranjera, privilegiando el trabajo disponible para los connacionales y sólo admitiendo extranjeros cuando fueran “artesanos capaces de instruir y libres de sospecha”.

Hasta este punto, parece que vivimos una versión remasterizada del siglo XIX: seguimos pagando impuestos exorbitantes que impiden el crecimiento económico (a lo que se suma la ridícula iniciativa de la inspección visual de hogares por parte del Sistema de Administración Tributaria); la educación pública básica mantiene sumida a la población en el letargo de la ignorancia mientras el magisterio goza de una calidad de vida superior a la de aquéllos que con las contribuciones obligatorias ven limitados sus ingresos, producto de su trabajo; en consecuencia, la delincuencia alcanza los mayores niveles históricos y la falta de empleos suficientemente remuneradores, llevan al mexicano a optar o por emigrar al extranjero o por unirse a las filas del narcotráfico. Seguimos profundamente heridos.

Pero a donde quiero invitar su atención, amable lector, es a la que considero la herida más dolorosa que encarnan los Sentimientos de la Nación: la desigualdad.  El ilustre escrito  abolió la distinción de castas, proclamando la igualdad de todos los mexicanos donde sólo podrían ser distinguidos entre sí, por  el vicio y la virtud.

Hoy claramente en nuestro país, existen dos tipos de mexicanos: los que están a favor de la 4T y los que están en contra de la misma.  Por supuesto, los primeros tienen mucho por qué reclamar un cambio de fondo en la política contemporánea.  Son víctimas de estas ancestrales heridas que en 200 años lejos de cerrar, cada vez son más profundas e ignominiosas.  Los que están en contra de la 4T, contemplan cómo las actuales acciones del gobierno, lejos de cumplir la transformación ofrecida, están acelerando la caída económica y social del país de manera vertiginosa.

La Nación Mexicana sigue llorando. Tenemos un pasado político, económico y social que alimentó la desigualdad que hoy vivimos. Pero en el pasado ya no hay nada por hacer.  Nos han dicho que es necesario  aprender de la historia para no reincidir en los mismos errores. Pero como ya comentamos, vivimos en una ignorancia social donde somos incapaces de ver que justo eso es lo que estamos haciendo: repitiendo las mismas políticas y prácticas corruptas, – y hasta con los mismos nombres – que nos trajeron a donde estamos hoy.  Peor es todavía que con una capacidad intelectual desarrollada “ignoremos” las heridas de los otros.

Nadie sana hiriendo a otro.  Eso solo alimenta el resentimiento (que significa volver a sentir el dolor una y otra vez). No hay forma de construir la paz donde se siembra el odio y se alienta la división y el enfrentamiento.

Nelson Mandela, luchador social por la libertad y la democracia en Sudáfrica, quien logró eliminar la política discriminatoria del Apartheid, lo sabía muy bien. En su primer día de despacho en la Presidencia de su país señaló con sencillez y autoridad moral: hoy empieza la reconciliación.

La población africana de raza negra venía de sufrir de una discriminación histórica, que la hacía víctima perpetua de la desigualdad, la pobreza, la humillación y la violencia.  Por supuesto que había un cúmulo enorme de motivos para desear venganza y eliminar a cualquier persona de raza blanca del país.

No obstante,  el viaje interior que emprendió Mandela durante su encarcelamiento, transformó su temperamento y voluntad y pudo ver que la única forma de sanar a un pueblo tan herido como el africano, era con el perdón y la reconciliación. De esta manera, creó una verdadera democracia donde garantizó que todos estuvieran representados sin importar en qué lado de la historia se encontraran, pero sobre todo, que los derechos de todos fueran protegidos.  Con ello, logró traer paz, armonía y encaminó al desarrollo a una nación sangrante. Un líder magnánimo, sin duda.

En México, nos gobierna la democracia perfecta: la ignorancia y el resentimiento han llegado al poder.  No la inteligencia, no la justicia, no la honradez, no el deseo de paz e igualdad. Si seguimos alentando el discurso del desprecio y la invalidación del que piensa distinto a nosotros, entonces estamos muy bien representados.

Este 16 de Septiembre, ¿sanaremos los Sentimientos de la Nación? ¿qué queremos celebrar? ¿nuestra dependencia del resentimiento y el odio o la libertad de la reconciliación?

 

 

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