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Nudos de la Vida Común. La era del conocimiento… ¿una nueva ilustración?

La educación no consiste en llenar un cántaro, sino en encender un fuego

-William Butler Yeats

En esta edición, quiero proponerles, amables lectores, continuar con algunas reflexiones sobre la era del conocimiento y la facilidad de difusión de contenidos en nuestra vida común.

Daniel Goleman, quien introdujo el concepto de inteligencia emocional como la pieza perdida en la interacción humana, identificó en las últimas décadas del siglo pasado, que el coeficiente intelectual de las personas venía en un sólido aumento, pero que esto no se estaba viendo reflejado ni en su éxito profesional ni en la calidad de sus relaciones sociales ni interpersonales. Acumular conocimientos entonces, se convirtió en un ensanchamiento de egos, en un autoconvencimiento de ser poseedores de la verdad y con ello, en constituirse superiores a los demás por el hecho de contar con una carrera, dictar una conferencia o publicar un artículo ya sea académico o periodístico.

Poseer un posgrado se constituyó en la apología a la desigualdad, pues lejos de poner el conocimiento al servicio de los demás, se convirtió en un título nobiliario al cual habría que rendir admiración, pleitesía e incluso tributo al ser supuestamente merecedores de una retribución económica superior.

Indudablemente, hay un mérito muy grande en tener la capacidad de contribuir al mejoramiento de la sociedad a través del conocimiento. El problema es haber creído que a ello se reduce el desarrollo de la humanidad. Esto es tanto como creer que la única pobreza que existe es la económica.

Más aún, el avance de la ciencia devino en un culto a la tecnología que nos ha hecho todopoderosos. Un dispositivo en la mano con su respectivo acceso a internet ha configurado nuestra autoestima, y en muchos casos, la ha elevado artificialmente a niveles de autoengaño. Compartir un mensaje anónimo que resuena en una lógica romántica y gana muchos “likes” nos vuelve sabios y populares. Lo malo es que nos la creemos.

Todo esto me hace recordar la era de la ilustración, el siglo de las luces, donde el acceso al conocimiento a través de las enciclopedias generó un movimiento social y cultural que pone fin el oscurantismo de la edad media. Por supuesto, que esta etapa significó un gran paso hacia el progreso de la humanidad a través del nacimiento de la democracia, el reconocimiento de la igualdad de los seres humanos y la lucha por la libertad.

Sin embargo, Hegel1 hace notar que en esta etapa en que se privilegió la razón, también se caracterizó por su “abstracción, unilateralidad, frialdad analítica, dicotomizadora y que solidificó las diferencias”2, lo cual tuvo como consecuencia uno de los episodios más crueles y violentos de la historia: la era del terror durante la Revolución Francesa.

El problema, desde mi perspectiva, no fue la difusión del conocimiento, sino el carácter unilateral y dicotómico que señala Hegel, que terminó por crear divisiones irreconciliables en el pueblo francés que solo fueron dirimidas en crímenes sanguinarios.

En estos tiempos, en donde el conocimiento está a un click de distancia, vivimos el semestre con mayor índice de violencia en el México contemporáneo, acumulando 17,982 asesinatos de enero a junio, es decir, más de 100 por día y donde la mayoría se ejecutaron con armas de fuego. De estas cifras, más del 10% fueron feminicidios. Y según la UNICEF, 60% de los niños menores de 14 años sufren de agresión en el hogar. Hacer una correlación entre el acceso al conocimiento y el aumento de violencia sería por demás irresponsable, pero lo que sí puedo asegurar, es que saber más no nos está sirviendo de mucho.

Las diferencias ideológicas en nuestros días, no son ocasión de diálogo, sino fuente de discurso de odio, el cual se materializa en las manifestaciones violentas contra quienes de alguna forma representan una postura contraria a la nuestra.

Sería de suponer que un mayor conocimiento eleva nuestros niveles cognitivos, y con ello nuestra capacidad de razonamiento y de diálogo para construir acuerdos por el bien común. Sin embargo, en nuestro México lindo y querido, confundimos el mensaje con la persona, de tal suerte que rechazamos cualquier idea según la persona que la emita: si es hombre, mujer o miembro del colectivo lgtb, si es católico, protestante o ateo, si es morenista, priista, panista o de cualquier otra afiliación política, si es millennial o baby boomer. Denostamos en automático la perspectiva ajena, hasta el punto de ofendernos porque las autoridades retiren quesos del mercado por manejar información errónea o presuntamente engañosa.

Más de 5000 años de filosofía y nuestra sociedad sigue confundiendo justicia con venganza, donde parece una aspiración revivir la ley del talión y el circo romano. El conocimiento sin educación nos puede llevar a ser peores que aquello contra lo que luchamos, y en lugar de impulsar el desarrollo, la equidad y la justicia social, puede desencadenar un proceso involutivo a modo de repetición de la época del terror después de la ilustración.

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